Terapia Alternativa


LA FARMACIA DE LA SELVA

La etnobotánica es una nueva ciencia: su misión es rescatar las antiguas tradiciones de las hierbas medicinales atesoradas por los shamanes en las distintas selvas del globo, antes de que la invasora civilización destruya tanto esos santuarios naturales como la sabiduría de sus habitantes.

Entre los primeros etnobotánicos se cuenta la audaz Nicole Maxwell, quien se incorporó a esta disciplina casi por casualidad. Hija de una acaudalada familia de San Francisco, en el estado norteamericano de California, había frecuentado estudios de medicina y otras carreras; se había casado y divorciado; y a los 40 años buscaba incansablemente todavía su verdadera vocación cuando se le ocurrió conocer las tierras más salvajes del continente sudamericano. Un día de 1932, en plena selva peruana tropezó y cayó sobre su machete, hiriéndose seriamente un brazo.

No fue posible detener la hemorragia con torniquete, y tuvo que aceptar un remedio indígena: un líquido oscuro que debía tomárselo oralmente y aplicárselo también en la herida.

La pérdida de sangre -declaró Nicole después- se detuvo en unos tres minutos.

Durante las cuatro décadas siguientes hizo muchas otras excursiones a la selva para recolectar la flora que los indios sudamericanos usaban en su medicina popular. Sus aventuras quedaron registradas en un libro, aparecido en 1961: Witch Doctor's Apprendice (El aprendiz de medico brujo).

Lo que le faltaba en títulos académicos Nicole lo reemplazó con curiosidad, entusiasmo y fe en su trabajo. De los centenares de plantas que recolectó, llegó a estimar que por lo menos 30 podían servir de base a tratamientos que iban más allá de las actuales logros de la moderna medicina. Encontró, por ejemplo, que una cipéracea del género Carex, llamada por los indígenas piripiri, era muy usada por diversas tribus como eficasísimo anticonceptivo oral: administrada a una adolescente en la pubertad, la droga de esta planta aparentemente inhibía la concepción por un lapso 6 o 7 años. Descubrió, también, preparaciones vegetales que parecían capaces de estimular la fertilidad, detener las hemorragias internas, evitar la decadencia de la dentadura o permitir la extracción de dientes sin dolor ni pérdida de sangre, disolver los cálculos renales y curar rápidamente las quemaduras sin formación de cicatrices.

Un laboratorio farmacéutico financió una de las expediciones de Nicole Maxwell con la promesa de investigar a partir de sus hallazgos; sin embargo, finalmente quedó claro que el verdadero interés de la compañía era utilizar promocionalmente el prestigio de una mujer elegante que no vacilaba en lanzarse a la selva en busca de curaciones primitivas. No se hizo intento alguno para someter a ensayos o llevar adelante los descubrimientos de Nicole.

RENACIMIENTO DE LOS REMEDIOS POPULARES

Mucho antes de que la medicina pasara a ser una ciencia y las drogas fueran creadas en tubos de ensayos, los sanadores del pueblo ya usaban una variedad muy amplia -y a veces muy caprichosas- de productos de farmacias y técnicas naturales con que trataban a los enfermos. En el antiguo México los Aztecas hundían profundamente sus manos en los cónicos nidos del comején (hormiga blanca o termita) para aliviar los dolores de la artritis deformante. En la Nueva Inglaterra colonial -actual nordeste de los Estados Unidos- se pensaba que la piel de un gato negro, envuelta alrededor del cuello, curaba el dolor de garganta. Todavía hoy en las regiones orientales de Checoslovaquia, la gente trata de eliminar las jaquecas envolviéndose la cabeza con hoja de rábano.

Aunque la eficacia de algunos de algunos remedios populares es en el mejor de los casos discutibles, existe una gran reserva de agentes naturales de curación cuyo uso está confirmado por la ciencia moderna. Los antiguos egipcios, por ejemplo, prescribían aceite de ricino como laxante y trataban las dolencias cardíacas con el jugo de una cebolla marítima del Mediterráneo que ahora está reconocida como uno de los más poderosos estimulantes cardíacos conocidos.

Los indios norteamericanos usaban corteza de sauce para aliviar los dolores reumáticos mucho antes de la aparición de la aspirina, cuyo ingrediente activo está químicamente relacionado con una sustancia contenida en aquella corteza. Actualmente, más del 40 por ciento de todas las drogas vendidas con receta médica en los Estados Unidos contienen ingredientes derivados de hierbas naturales, plantas cultivadas y otras fuentes naturales. La formulación de muchas de esta droga está inspirada en remedios tradicionales.

No es cosa de sorprenderse, por eso, que la medicina popular haya extendido su aceptación en tiempos recientes. Médicos e investigadores -así como simples pacientes que buscan alivio a sus males- examinan las antiguas terapias tratando de encontrar cura cada vez más exitosa. Muchos buscan respuestas a sus preguntas en las culturas que todavía practican la medicina popular, estudiando los métodos curativos e interiorizándose en sus usos.

CURANDERAS EN LA COLMENA

A través del largo tiempo en que los seres humanos vienen conviviendo con las abejas, los productos de estos industriosos insectos llegaron a convertirse en difundidos remedios populares. El veneno de abeja fue muy favorablemente mencionado por el legendario médico griego Hipócrates, así como por el emperador Carlomagno. La miel -sostienen sus partidarios- es el paliativo ideal para perturbaciones que van desde la tos hasta el insomnio, pasando por el incómodo y a veces indominable hábito de orinarse en la cama.

En años recientes la ciencia médica ha comenzado a investigar algunos tratamientos vinculados con la abeja y sus productos. Aunque ciertos pretendidos beneficios se presentan dudosos, otras formas parecen basarse en hechos reales. La capacidad de la miel para curar la piel humana, por ejemplo quedó documentada en un estudio realizado en Nigeria en el que se demuestra que -aplicada como tópico- ayuda a eliminar quemaduras, gangrenas y varios tipos de úlcera que se resistan a tratamientos más modernos. Parecería que la miel contiene un potente bactericida, junto con otras sustancias que mantienen las heridas secas y estimulan el crecimiento de la nueva piel. Además, un estudio sobre injertos de piel, realizado en Gran Bretaña, indico que la cera de abeja aplicada en las heridas podría minimizar la formación de cicatrices.

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