Los trances de un vidente

Edgar Cayce
El profeta Durmiente

LOS TRANCES DE UN VIDENTE


En The Magic Staff (El báculo mágico), la autobiografía de Davis aparecida en 1857, el vidente recuerda un caso típico de los encontrados durante sus años de curado trashumante. Un hombre se le había acercado pidiéndole que lo curara de su deficiencia auditiva. El vidente entró en trance y -en ese estado- anunció que la naturaleza de la enfermedad "requería la humedad magnética de la rata". Ordenó colocar pieles calientes de ratas recién muertas sobre cada uno de los oídos del paciente, y hacerlo todas las noches durante un cierto tiempo. Escribió más tarde sobre la eficacia de la curación: "Poco después supe que el desagradable remedio logró la tan deseada recuperación".

Posteriormente, y a la edad de 19 años, Davis -de acuerdo con la tradición- experimentó una suerte de epifanía personal, una revelación de fuerzas superiores como las vividas por los candidatos a shamán: cayó en un prolongado trance y vagó como sonámbulo durante toda una noche para despertarse a la mañana siguiente en las montañas, a unos 65 kilómetros de su casa.

Davis recordó después que, durante aquel trance, había tenido conversaciones con Galeno, el célebre médico griego, y con Emanuel Swedenborg, el místico sueco del siglo XVIII. Ambos le habían dicho que él, Andrews Davis, había sido elegido como oráculo divino, y que su misión era actuar en la Tierra como médium para las "revelaciones de la naturaleza", que habrían de ser dejadas por escrito para que otros pudieran compartir ese conocimiento.

De inmediato, Davis abandonó a Levingston y sus exhibiciones paranormales para entregarse al más elevado destino que se le había señalado. Se trasladó a la ciudad de Nueva York, contrató a un herbolario de nombre S. Silas Lyon para que actuara de hipnotizador y a un ministro universalista -el reverendo William Fishbourgh- que iba a ser el redactor encargado de pasar en limpio sus revelaciones.

Andrews Davis siguió practicando diagnósticos y tratamientos clarividentes para mantener al trío, pero su nueva obra -el dictado de una serie de revelaciones cósmicas- comenzó el 28 de noviembre de 1845. Las sesiones, 157 en total, se extendieron a lo largo de catorce meses. En cada ocasión Davis entraba en trance cataléptico -un estado que ya había aprendido a autoinducirse- y en esa situación hablaba durante períodos

de hasta cuatro horas sobre temas que iban desde la religión hasta las ciencias políticas.

Pero siguió siendo un escritor prolífico, y en 1861 publicó un razonable librito titulado The Harbinger of Health Containing Medical Prescription for the Human Body and Mind (El anunciador de la salud, con prescripciones médicas para el cuerpo y la mente humanos). En esta obra, Davis desplegó los fundamentos sobre los cuales -en su opinión- la salud debía ser mantenida y restaurada. Incluso llegó a concepciones notablemente próximas a las de la medicina holística, una noción que cobraría relevancia un siglo más tarde.

Con respecto a las causas de las enfermedades, escribió: "La verdad es que, fuera de los accidentes, la gran mayoría de la enfermedades del cuerpo humano tienen un origen mental". Se maravilló ante "la perfecta capacidad de adaptación que tienen las energías vitales del hombre para autorreparar y armonizar los órganos del cuerpo", y declaró que "todos los materiales médicos, astringentes, tónicos, emolientes, corrosivos, estimulantes, sedantes, narcóticos, refrigerantes, antihespamódicos, antisépticos, sialagogos, expectorantes, vomitivos, sudoríficos... todo, absolutamente todo, puede encontrarse en ese maravilloso repositorio de la salud y la enfermedad que es la Constitución del Hombre".

Davis pensaba que los mejores pacientes eran las personas de mente disciplinadas, porque tendían a responder mejor a las energías magnéticas y a los ensayos del curador. Observó sus propias prescripciones para llevar una vida saludable, "durmiendo, trabajando y viviendo de acuerdo con las exigencias de las leyes naturales". Murió a la venerable edad de 84 años, el 13 de enero de 1910.

Nueve meses después de la muerte del Vidente de Poughkeepsie, un hombre que en muchos sentidos era el sucesor espiritual de Davis llamó la atención al público norteamericano desde las páginas del New York Times. El artículo llevaba como título: "Un hombre iletrado se convierte en médico cuando se encuentra hipnotizado; el extraño poder demostrado por Edgar Cayce desconcierta a los médicos. La crónica explicaba como Edgar Cayce, un hombre de 33 años de suaves maneras, campesino algo tímido del estado de Kentucky, caía en trance regularmente para diagnosticar y curar a los enfermos. El diario citaba al doctor Wesley H, Ketchum, un respetable médico graduado en una de las principales universidades de los Estados Unidos y escéptico confeso, quien había estado investigando profundamente a Cayce durante cuatro años.

Ketchum se mostraba particularmente impresionado por el dominio que Cayce demostraba tener sobre los detalles clínicos y la terminología médica cuando se encontraba en trance.

"Sus términos psicológicos, así como sus descripciones anatómicas, corresponden a los de cualquier profesor de anatomía nerviosa. No hay vacilaciones en sus discursos, y todas sus afirmaciones son claras y concisas. Maneja las explicaciones más complejas con la misma facilidad que cualquier médico de Boston, lo que para mí es totalmente sorprendente, sobre todo por el hecho de que en su estado normal Edgar Cayce es un hombre iletrado, especialmente en todo lo que se refiere a la medicina, la cirugía y la farmacia".

No puede sorprender, entonces, que tanto la prensa como la profesión médica y el público en general comenzaran pronto a alborotar detrás de cada detalle de la vida de Cayce, y que sus rasgos biográficos no tardaran en ser cosa del dominio popular.

Edgar había nacido el 18 de marzo de 1877, como único hijo de un pequeño productor de tabaco que vivía en la población de Hopkinsville, en el estado de Kentucky. Aunque más tarde él mismo sostuviera que ya había tenido algunas experiencia paranormales aisladas siendo un niño muy pequeño, las primeras indicaciones claras de sus dotes curativos -de que haya quedado referencia- datan de sus 16 años, y aparentemente aparecieron como consecuencia de un accidente de poca importancia que sufrió jugando al béisbol.

El joven Cayce fue alcanzado entonces por un fuerte pelotazo en el comienzo de su columna vertebral y -aunque no mostró tener lesión alguna- comenzó a comportarse en forma algo extraña. Esa noche, en su casa, el normalmente dócil Edgar atormentó a toda su familia, gritando y riendo en forma tumultuosa, arrojando objetos en cualquier dirección y peleando con todos. Su padre lo mandó a la cama, donde el muchacho cayó rápidamente en un profundo sueño. Mientras sus preocupados padres lo vigilaban, una voz que parecía salir de las profundidades del cuerpo de Edgar ordenó a la señora Cayce que preparara una cataplasma especial y la colocara debajo de la nuca del muchacho. La misteriosa voz fue obedecida, y el chico durmió normalmente el resto de la noche para despertarse a la mañana siguiente habiendo recuperado su afable personalidad de siempre, y aparentemente sin recuerdo alguno de los extraños sucesos vividos durante la noche anterior.

HAZAÑAS DE UN PROFETA DURMIENTE

Posteriormente -y tal vez como consecuencia de lo anterior- Cayce aprendió a colocarse a sí mismo en trance hipnótico; aunque sólo en ocasiones, durante los años siguientes, llegó a interpretar las dificultades de salud de otros. Por entonces, además, lo hacía únicamente con amigos. A los 21 años dejó su pueblo y se instaló en Louisville, la capital de Kentucky, para trabajar allí; pronto, sin embargo, comenzó a sufrir terribles dolores de cabeza y de garganta que lo dejaron sin la capacidad de hablar, volvió a su pueblo, e inició consultas con diversos médicos.

Después de un años de inútiles tratamientos, buscó ayuda de un hipnotizador local, Al Layne, en forma significativa, Cayce no trató de que Layne lo hipnotizara, ya que él mismo podía inducir su propio trance; sólo quería que el hipnotizador actuara una vez que el estado de trance hubiera sido alcanzado. Siguiendo sus indicaciones, Layne se sentó a su lado -estando Cayce acostado boca arriba- observando atentamente su respiración. Cuando el ritmo le indicó que Cayce ya se encontraba totalmente sumergido en trance hipnótico, le dio instrucciones para que observara su cuerpo, localizara el mal y describiera lo que veía. En pocos minutos Cayce comenzó a hablar entre dientes. Después, en forma perfectamente audible, dijo: "Sí, podemos ver el cuerpo". Estas palabra iban a ser las característica de Cayce durante los años siguientes.

LA MUERTE DEL VIDENTE

Cayce siguió hablando, y definió la facultad para emitir sonidos normales como una parálisis parcial de las cuerdas vocales desencadenadas por el estrés. El mismo joven, entonces, le indicó a Layne que aumentara la circulación sanguínea hacia su garganta afectada por medio de la sugestión hipnótica. A medida que Layne hablaba para provocar el flujo curativo, el cuello de Cayce tomaba un color rojo intenso. Después de

unos veinte minutos el hipnotizador le indicó a su paciente que reasumiera la respiración normal y se despertara; Cayce abrió los ojos, se sentó en el lecho, escupió un poco de sangre y se declaró curado.

Durante los siguientes cuarenta años, el hombre llegó a ser conocido como el Profeta Durmiente dedicó su vida a las actividades paranormales. La mayor parte de su trabajo se concentró en curaciones; sin embargo, también efectuó lecturas de vida pasadas para quienes buscaban información sobre encarnaciones anteriores, profetizó catástrofes mundiales e hizo interpretación de sueños.

Un aspecto desconcertante en la práctica de Cayce era su manera recetar medicamentos. A menudo esos remedios incluían fórmulas que ya estaban consideradas fuera de moda -y por lo tanto habían sido eliminadas de la farmacopea vigente- y que apenas se encontraban en su etapa de desarrollo, por lo cual eran conocidas únicamente por los bioquímicos que estaban trabajando en ellas. Otras veces las recetas de Cayce eran simplemente ridículas, como "calcios" -un suplemento de calcio hecho de huesos de pollo pulverizados- o "cimex lectularius", que era el jugo de chinches de cama prensadas, y que el curador recomendaba para la hidropesía, la flebitis y la nefritis.

A pesar de la gran cantidad de seguidores que rodeaban a Cayce -o quizá a causa de eso-, su vida estuvo rodeada por el escándalo y la controversia. De tiempo en tiempo, el curador entro en conflicto con la ley y en diversas ocasiones estuvo acusado de adivinación, de violaciones a la legislación sobre drogas en incluso de complicidad en un asesinato, como resultado de haber identificado correctamente a un criminal duran-

te un trance hipnótico. Aunque Cayce siempre fue encontrado inocente, las experiencias dejaron sus huellas.

Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y sus dos hijos fueron llamados a las armas, Cayce se sumergió más que nunca en sus actividades paranormales. Le llovieron las cartas con angustiados pedidos de información sobre el paradero de combatientes desaparecidos, y para que ayudara en la curación de heridos en situación desesperada. Alguno de sus trances fueron dedicados, además, a exploraciones paranormales menos personales, como la que dieron por resultado sus famosas y muy

detalladas descripciones del continente supuestamente desaparecido, la mítica Atlántida.

Cayce, aumentó el número de sus interpretaciones en estado de autohipnosis hasta que llego a destinar la mayor parte del día a las investigaciones paranormales; finalmente se derrumbó física y emocionalmente exhausto, en agosto de 1944. Para encarar su propio problema entro en trance en busca de interpretación: se le dijo que descansara "hasta que se sintiera sano o muerto". Poco después sufrió un ataque y murió el 3 de enero de 1945.

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