RITOS Y CEREMONIAS

RITOS Y CEREMONIAS

Después de haber aclarado, tanto como nos ha sido posible, las principales cuestiones que se refieren a la verdadera naturaleza del simbolismo, podemos volver de nuevo ahora a lo que concierne a los ritos; sobre este punto, nos quedan que disipar todavía algunas fastidiosas confusiones. En nuestra época, las afirmaciones más extraordinarias han devenido posibles e incluso se hacen aceptar corrientemente, puesto que aquellos que las emiten y aquellos que las escuchan están afectados de una misma falta de discernimiento; el observador de las manifestaciones diversas de la mentalidad contemporánea tiene que constatar, a cada instante, tantas cosas de este género, en todos los órdenes y en todos los dominios, que debería llegar a no sorprenderse ya de nada. Sin embargo, a pesar de todo, es muy difícil evitar una cierta estupefacción cuando se ve a pretendidos «instructores espirituales», que algunos creen incluso revestidos de «misiones» más o menos excepcionales, atrincherarse detrás de su «horror de las ceremonias» para rechazar indistintamente todos los ritos de cualquier naturaleza que sean, y para declararse incluso resueltamente hostiles a ellos. Este horror es, en sí mismo, una cosa perfectamente admisible, legítima incluso si se quiere, a condición de hacer en él un amplio hueco a una cuestión de preferencias individuales, y de no querer que todos le compartan forzosamente; en todo caso, en cuanto a nós, lo comprendemos sin el menor esfuerzo; pero, ciertamente, nunca habríamos sospechado que algunos ritos puedan ser asimilados a «ceremonias», ni que los ritos en general deban ser considerados como teniendo en sí mismos un tal carácter. Es en eso donde reside la confusión, verdaderamente extraña por parte de aquellos que tienen alguna pretensión más o menos confesada a servir de «guías» al prójimo en un dominio donde, precisamente, los ritos juegan un papel esencial y de la mayor importancia, en tanto que «vehículos» indispensables de las influencias espirituales sin las que no podría tratarse del menor contacto efectivo con realidades de orden superior, sino solo de aspiraciones vagas e inconsistentes, de «idealismo» nebuloso y de especulaciones en el vacío.
























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