EL CANTO DEL PÁJARO




EL CANTO DEL PÁJARO
pequeña parte del libro de

ANTHONY DE MELLO


CÓMO LEER ESTOS CUENTOS

Hay tres modos de hacerlo:

1. Leer un cuento una sola vez y pasar al siguiente. Este modo de leer sirve únicamente de entretenimiento.

2. Leer un cuento dos veces, reflexionar sobre él y aplicarlo a la propia vida. Es una especie de teología que puede practi­carse con bastante provecho en grupos pequeños en los que cada miembro comparte con los demás las reflexiones que el cuento le ha suscitado. Lo que se origina entonces es un círculo teológico.

3. Volver a leer el cuento, después de haber reflexionado sobre él. Crear un silencio interior y dejar que el cuento le revele a uno su profundo significado interno. Un significado que va mucho más allá de las palabras y las reflexiones. Esto lleva progresivamente a adquirir una especie de sensibilidad para lo místico.

También se puede tener presente el cuento durante todo el día y dejar que su fragancia o su melodía le ronde a uno. Es preciso dejar hablar al corazón, no al cerebro. De este modo también se hace tino una especie de místico. Y es precisamente con esta finalidad mística con la que han sido escritos la mayoría de estos cuentos.

ADVERTENCIA:


La mayor parte de los cuentos van acompañados de un comen­tario, el cual no pretende ser sino un ejemplo del tipo de comen­tario que cada cual puede hacer. Haga el lector sus propios comentarios, sin conformarse con los que ofrece el libro, porque éstos muchas veces' evidenciarán su carácter limitativo y, en ocasiones, hasta engañoso.


¡Cuidado con aplicar el cuento a cualquier persona (un sacerdote, un vecino, la misma Iglesia) que no sea uno mismo! Si así se hace, el cuento será espiritualmente dañoso. Cada uno de estos cuentos tiene que ver con uno mismo, no con cualquier otra persona.
Si se lee el libro por primera vez, léanse los cuentos en el orden en que están. Dicho orden pretende comunicar una enseñanza v un espíritu que pueden perderse si se leen los cuentos al azar.

GLOSARIO:

Teología: El arte de narrar cuentos acerca de lo divino. También, el arte de escuchar dichos cuentos.

Misticismo: El arte de gustar y sentir en el corazón el signifi­cado interno de dichos cuentos, hasta el punto de ser transformado por ellos.

COME TÚ MISMO LA FRUTA

En cierta ocasión se quejaba un discípulo a su Maestro: «Siempre nos cuentas historias, pero nunca nos revelas su significado» El Maestro le replicó: «¿Te gustaría que alguien te ofreciera fruta y la masticara antes de dártela?».

Nadie puede descubrir tu propio significado en tu lugar. Ni si quiera el Maestro.

UNA VITAL DIFERENCIA

Le preguntaron cierta vez a Uwais, el Sufí: «¿Qué es lo que la Gracia te ha dado?». Y les respondió:


«Cuando me despierto por las mañanas, me siento como un hombre que no está seguro de vivir hasta la noche».


Le volvieron a preguntar:


«Pero esto ¿no lo saben todos los hombres?». Y replicó Uwais: «Sí, lo saben, Pero no todos lo sienten».

Jamás se ha emborrachado nadie a base de comprender intelec­tualmente la palabra VINO.

EL CANTO DEL PAJARO

Los discípulos tenían multitud de preguntas que hacer acerca de Dios.


Les dijo el Maestro: «Dios es el Desconocido y el Incognoscible. Cualquier afirmación acerca de Él, cualquier respuesta a vuestras preguntas, no será más que una distorsión de la Verdad».


Los discípulos quedaron perplejos: «Entonces, ¿por qué hablas sobre Él?».


«¿Y por qué canta el pájaro?», respondió el Maestro.


El pájaro no canta porque tenga una afirmación que hacer. Canta porque tiene un canto que expresar.

Las palabras del alumno tienen que ser entendidas. Las del Maes­tro no tienen que serlo. Tan sólo tienen que ser escuchadas, del mismo modo que uno escucha el viento en los árboles y el rumor del río y el canto del pájaro, que despiertan en quien lo escucha algo que está más allá de todo conocimiento.

EL AGUIJÓN

Hubo un santo que tenía el don de hablar el lenguaje de las hormigas.


Se acercó a una que parecía más enterada y le preguntó: «¿Cómo es el Todopoderoso? ¿Se parece de algún modo a las hormigas?».


La docta hormiga le respondió: «¿El Todopoderoso? En absoluto. Las hormigas, como puedes ver, tenemos un solo aguijón. Pero el Todopoderoso tiene dos».

Escena sugerida por el anterior cuento:


Cuando se le preguntó cómo era el cielo, la sabia hormiga replicó solemnemente: «Allí seremos igual que Él, con dos aguijones cada uno, aunque más pequeños».


Existe una fuerte controversia entre las distintas escuelas de pensamiento religioso acerca de dónde exactamente se hallará ubicado el segundo aguijón en el cuerpo glorioso de la hormiga.

EL ELEFANTE Y LA RATA


Se hallaba un elefante bañándose tranquilamente en un remanso, en mitad de la jungla, cuando, de pronto, se presentó una rata y se puso a insistir en que el elefante saliera del agua.


«No quiero», decía el elefante. «Estoy disfrutando y me niego a ser molestado».


«Insisto en que salgas ahora mismo», le dijo la rata.


«¿Por qué?», preguntó el elefante.


«No te lo diré hasta que hayas salido de ahí», le respondió la rata.


«Entonces no pienso salir», dijo el elefante.


Pero, al final, se dio por vencido. Salió pesadamente del agua, se quedó frente a la rata y dijo:


«Está bien; ¿para qué querías que saliera del agua?».


«Para comprobar si te habías puesto mi bañador», le respondió la rata.

Es infinitamente más fácil para un elefante ponerse el bañador de una rata que para Dios acomodarse a nuestras doctas ideas acerca de Él.

LA PALOMA REAL

Nasruddin llegó a ser primer ministro del rey. En cierta ocasión, mientras deambulaba por el palacio, vio por primera vez en su vida un halcón real.


Hasta entonces, Nasruddin jamás había visto semejante clase de paloma. De modo que tomó unas tijeras y cortó con ellas las garras, las alas y el pico del halcón.


«Ahora pareces un pájaro como es debido», dijo. «Tu cuidador te ha tenido muy descuidado».

¡Ay de las gentes religiosas que no conocen más mundo que aquel en el que viven y no tienen nada que aprender de las personas con las que hablan!

EL MONO QUE SALVO A UN PEZ

«¿Qué demonios estás haciendo?», le pregunté al mono cuando le vi sacar un pez del agua y colocarlo en la rama de un árbol.


«Estoy salvándole de perecer ahogado», me respondió.

Lo que para uno es comida, es veneno para otro. El sol, que permite ver al águila, ciega al búho.

SAL Y ALGODÓN EN EL RÍO

Llevaba Nasruddin una carga de sal al mercado.. Su asno tuvo que vadear un río y la sal se disolvió.


Al alcanzar la otra orilla, el animal se puso a corretear, contentísimo de haber visto aligerada su carga.


Pero Nasruddin estaba enfadado de veras. Al siguiente día en que había mercado Nasruddin cubrió los sacos con abundante algodón. Al cruzar el río, el asno casi se ahoga por culpa del exceso de peso. «¡Tranquilízate!», dijo alborozado Nasruddin. «¡Esto te enseñará que no siempre que cruces el río vas a ganar tú!».


Dos hombres se aventuraron en la religión. Uno de ellos salió vivificado. El otro se ahogó.

LA BÚSQUEDA DEL ASNO

Todo el mundo se asustó al ver al Mullah Nasruddin recorrer apresuradamente las calles de la aldea, montado en su asno.


«¿Adónde vas, Mullah?, le preguntaban. «Estoy buscando a mi asno», respondía Nasruddin al pasar.

En cierta ocasión vieron a Rinzai, el Maestro de Zen, buscando su propio cuerpo. Ello hizo que se rieran mucho sus más estú­pidos discípulos.


¡Llega uno a encontrarse con gente seriamente dedicada a buscar a Dios!

LA VERDADERA ESPIRITUALIDAD


Le preguntaron al Maestro: «¿Qué es la espiritualidad?».


«La espiritualidad», respondió, «es lo que consigue proporcionar al hombre su transformación interior».


«Pero si yo aplico los métodos tradicionales que nos han transmitido los Maestros, ¿no es eso espiritualidad?».


«No será espiritualidad si no cumple para ti esa función. Una manta ya no es una manta si no te da calor».


«¿De modo que la espiritualidad cambia?».


«Las personas cambian, y también sus necesidades. De modo que lo que en otro tiempo fue espiritualidad ya no lo es. Lo que muchas veces pasa por espiritualidad no es más que la constancia escrita de métodos pasados».

Hay que cortar la chaqueta de acuerdo con las medidas de la persona, v no al revés.

EL PEQUEÑO PEZ


«Usted perdone», le dijo un pez a otro, «es usted más viejo y con más experiencia que yo y probablemente podrá usted ayudarme. Dígame: ¿dónde puedo encontrar eso que llaman Océano? He estado buscándolo por todas partes, sin resultado».


«El Océano», respondió el viejo pez, «es donde estás ahora mismo».


«¿Esto? Pero si esto no es más que agua... Lo que yo busco es el Océano», replicó el joven pez, totalmente decepcionado, mientras se marchaba nadando a buscar en otra parte.

Se acercó al Maestro, vestido con ropas sannyasi y hablando el lenguaje de los sannyasi: «He estado buscando a Dios durante años. Dejé mi casa y he estado buscándolo en todas las partes donde Él mismo ha dicho que está: en lo alto de los montes, en el centro del desierto, en el silencio de los monasterios y en las chozas de los pobres».


«¿Y lo has encontrado?», le preguntó el Maestro.


«Sería un engreído y un mentiroso si dijera que sí. No; no lo he encontrado. ¿Y tú?».


¿Qué podía responderle el Maestro? El sol poniente inundaba la habitación con sus rayos de luz dorada. Centenares de gorriones gorjeaban felices en el exterior, sobre las ramas de una higuera cercana. A lo lejos podía oírse el peculiar ruido de la carretera. Un mosquito zumbaba cerca de su oreja, avisando que estaba a punto de atacar... Y sin embargo, aquel buen hombre podía sentarse allí y decir que no había encontrado a Dios, que aún estaba buscándolo.


Al cabo de un rato, decepcionado, salió de la habitación del Maestro y se fue a buscar a otra parte.


Deja de buscar, pequeño pez. No hay nada que buscar. Sólo tienes que estar tranquilo, abrir tus ojos y mirar. No puedes dejar de verlo.

¿HAS OÍDO EL CANTO DE ESE PÁJARO?

Los hindúes han creado una encantadora imagen para describir la relación entre Dios y su Creación. Dios «danza» su Creación. El es su bailarín; su Creación es la danza. La danza es diferente del bailarín; y, sin embargo, no tiene existencia posible con independencia de El. No es algo que se pueda encerrar en una caja y llevárselo a casa. En el momento en que el bailarín se detiene, la danza deja de existir.


En su búsqueda de Dios, el hombre piensa demasiado, reflexiona demasiado, habla demasiado. Incluso cuando contempla esta danza que llamamos Creación, está todo el tiempo pensando, hablando (consigo mismo o con los demás), reflexionando, analizando, filosofando. Palabras, palabras, palabras... Ruido, ruido, ruido... Guarda silencio y mira la danza. Sencillamente, mira: una estrella, una flor, una hoja marchita, un pájaro, una piedra... Cualquier fragmento de la danza sirve. Mira. Escucha. Huele. Toca. Saborea. Y seguramente no tardarás en verle a él, al Bailarín en persona.

El discípulo se quejaba constantemente a su Maestro Zen: «No haces más que ocultarme el secreto último del Zen». Y se resistía a creer las consiguientes negativas del Maestro. Un día, el Maestro se lo llevó a pasear con él por el monte. Mientras paseaban, oyeron cantar a un pájaro.

«¿Has oído el canto de ese pájaro?», le preguntó el Maestro.


«Sí», respondió el discípulo.


«Bien; ahora ya sabes que no te he estado ocultando nada».


«Sí», asintió. el discípulo.

Si realmente has oído cantar a un pájaro, si realmente has visto un árbol..., deberías saber (más allá de las palabras y los conceptos).

¿Qué dices? ¿Que has oído cantar a docenas de pájaros y has visto centenares de árboles? Ya. Pero lo que has visto ¿era el árbol o su descripción? Cuando miras un árbol y ves un árbol, no has visto realmente el árbol. Cuando miras un árbol y ves un milagro, entonces, por fin, has visto un árbol. ¿Alguna vez tu corazón se ha llenado de muda admiración cuando has oído el canto de un pájaro?

¡PUEDO CORTAR MADERA!

Cuando el Maestro de Zen alcanzó la iluminación, escribió lo siguiente para celebrarlo:


«¡Oh, prodigio maravilloso: Puedo cortar madera y sacar agua del pozo!».

Para la mayoría de la gente no tienen nada de prodigioso activi­dades tan prosaicas como sacar agua de un pozo o cortar madera. Un vez alcanzada la iluminación, en realidad no cambia nada. Todo sigue siendo igual. Lo que ocurre es que entonces el corazón se llena de asombro. El árbol sigue siendo un árbol; la gente no es distinta de como era antes; y lo mismo sucede con uno mismo. La vida no prosigue de manera diferente. Puede uno ser tan variable o tan ecuánime, tan prudente o tan alocado como antes. Pero sí existe una diferencia importante: ahora puede uno ver todas las cosas de diferente modo. Está uno como más distanciado de todo ello. Y el corazón se llena de asombro.


Esta es la esencia de la contemplación: la capacidad de asombro. La contemplación se diferencia del éxtasis en que éste lleva a uno a «retirarse». Pero el contemplativo iluminado sigue cortando madera y sacando agua del pozo. La contemplación se diferencia de la percepción de la belleza en que ésta (un cuadro o una puesta de sol) produce un placer estético, mientras que la contemplación produce asombro, prescindiendo de que lo que se contemple sea una puesta de sol o una simple piedra.


Y ésta es prerrogativa del niño, que con tanta frecuencia se asombra. Por eso se encuentra tan a sus anchas en el Reino de los Cielos.

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