SECTAS DIABÓLICAS Y SACRIFICIOS RITUALES



SECTAS DIABÓLICAS Y SACRIFICIOS RITUALES

En nombre de supuestos fines religiosos o espirituales, algunas sectas aberrantes practican sacrificios animales y humanos. En estos apuntes te ofrecemos la historia, los testimonios y todo el horror de que son capaces estos grupos diabólicos.

Como en otras épocas, como si algo del oscuro pasado sigiloso nos persiguiera, el demonio vuelve a instalarse entre nosotros, es necesarios admitirlo. Y esta vez lo ha hechos lleno de ruido y furia, para recordarnos no sólo que la realidad es mayor que nuestra fantasía, sino también que está compuesta de asuntos que ni la más desbocada de las imaginaciones se atrevería a pensar.

Nos lo había advertido un Papa: el mayor éxito del diablo en el siglo XX consiste en habernos hechos creer que no existe.

Memorial de la sangre

Vicente de Paula Ferreira -pai de su terreiro- tomó a la víctima, que estaba atada y amordazada desde el día anterior y con una soga, la estranguló. Después hizo otras cosas con ella. De eso habló con la policía de Guaratuba, Brasil, otro pai, de nombre Osvaldo Marcineiro. La víctima se llamaba Evandro Ramos Caetano y tenía 7 años. Muchos detalles han sido dados a conocer por la nerviosa y espantada difusión de la prensa cotidiana.

La historia no por espeluznante deja de ser simple. Al chico lo raptó el 6 de abril de 1992 Beatriz Abagge, hija ambiciosa del intendente municipal de la citada localidad. Esta lo introdujo en un automóvil, le puso un trozo de algodón en la boca a modo de mordaza -porque el niño lloraba- y lo llevó hasta las dependencias de un aserradero, propiedad de su padre, donde lo dejó amarrado a la espera del día siguiente, en que el sacerdote de Paula Ferreira llevaría a cabo el sacrificio. Beatriz perseguía poder para su padre. El gran secreto del demonio es ofertar poder. Y la tentación del poder es difícilmente resistida por los seres humanos.

7 personas, a las 7 de la tarde del 7 de abril (la insistente presencia del número 7 no es, en modo alguno, casual) se dieron cita en las instalaciones. Con ellos llevaban un aquilar, la vasija ritual para recibir las vísceras del elegido.

El pai, consagrado -al parecer, las noticias son confusas- a Ogún o al dios Exu, una de las personalidades del demonio, y por lo tanto capacitado para llevar a cabo la ceremonia, procedió a estrangular a la criatura con una soga. La raptora, Beatriz, estaba presente junto a su madre, Celina.

Los otros participantes eran adeptos a Ferreira.

Vicente de Paula Ferreira apretó el nudo de la soga hasta que el chico dejó de agitarse. Apenas muerto, con un cortaplumas bien afilado, le cortó el cuello. La vasija recibió la sangre inocente. Luego, con una sierra manual, procedió a abrir el cuerpecito y extraerle los órganos internos, que fueron también depositados en la aquilar. En un momento de la ceremonia las peticionarias, madre e hija, abandonaron el lugar: no resistieron el horror del sacrificio y fueron reemplazos por otros seguidores del sacerdote pagano.

Terminada la orgía de sangre, el cuerpo vacío del pequeños Evandro fue envuelto en un saco y abandonado. Al parecer, este es uno de los tristes protagonistas de la decena de niños desaparecidos que se sospecha fueron, a su turno, sacrificados por la secta en Brasil. Nuevas pesquisas puestas en marcha hacia fines de julio, apuntan a la existencia de otras víctimas, ya no solo en Brasil, sino en Argentina, posiblemente en Bolivia y quizás algún otro asesinato ritual en Chile. Debe dejarse constancia de que -y desde muy antiguo- existen indicios de estas prácticas perversas en Haití y en el estado de Lousiana, USA, sendas sedes de un fuerte movimiento buduista.

El poder y la sangre

La prensa informativa no acierta a explicarse la atroz realidad de estos sacrificios. "Son locos", se asegura, pero la locura sólo da cuenta de una parte de los hechos. Otra -como el cuerpo de los iceberg- permanece oculta.

Desde muy antiguo, ciertas doctrinas afirman el poder de la sangre. De hecho -y esto debe ser comprendido cuidadosamente- Cristo dijo a sus discípulo que el vino era su sangre. "Bebed de mi sangre". Aún hoy el sacerdote cristiano eleva el cáliz y bebe esa sangre simbólica.

Y es más: el nombre de Adán, el primer hombre creado, significa tierra roja. Esto es bastante complicado, pero la tierra roja es, simbólicamente, nada más y nada menos que sangre coagulada, suma y resumen de los poderes del espíritu, que se supone depositados en ella. El oro de los alquimistas se encuentra estrechamente relacionado con la sangre como principio espiritual del progreso.

El rojo -o el púrpura, color de la sangre arterial- es color de poder: rojos son los mantos de los reyes y personajes principales, y la mayor partes de las banderas de los distintos países tiene, al menos, una franja roja. Púrpura es el color del vestido arzobispal.

Los sacrificios humanos nos miran y no desde muy lejos. En la arrasada Cartago de las guerras púnicas, la efigie del dios Moloch contenía un horno siempre prendido en el cual las mejores familias de la ciudad inmolaban a sus vástagos para solicitar el triunfo sobre Roma. Y recordemos que el patriarca Abraham estuvo dispuesto a sacrificar a su único hijo (en el último momento, Dios, cuenta la Biblia, proporcionó el cordero, salvando la vida del muchacho). Si nos atenemos a otras fuentes, encontramos el sacrificio de la hija de un rey griego, Ifigenia, como una exigencia de los dioses para darles a los griegos la victoria sobre sus enemigos.

Un psicoanalista argentino suele defender la teoría de que las guerras son producto de una profundamente necia necesidad de los adultos de sacrificar a las nuevas generaciones.

Nuestras metáforas sociales están llenas de sangre derramada, de muertes rituales. Decimos, por ejemplo, que a veces la puesta del sol "tiñe de sangre al cielo" y el Sol, bien lo sabemos, el símbolo de la vida, de la alegría, de lo bueno que conviene exaltar.

Los que está en juego es el concepto de que en la sangre reside el poder, poder sobre la muerte, desde luego, y poder para hacer de la vida un camino feliz. Cuando ya no podemos hacer más por la persona que amamos, decimos que somos capaces de darle nuestra sangre.

Con sangre, el legendario personaje de Bram Stoker, Drácula, conserva su triste inmortalidad. Y ante ciertas enfermedades, los médicos aconsejan una transfusión sanguínea, para salvar la vida del enfermo.

La sangre está en el origen de nuestros valores. Ella es, en realidad, nuestro máximo valor. Se ha dicho que el dinero es la sangre de la sociedad. Y es la sangre de una doncella, exhibida en la ventana de su dormitorio en la madrugada que sigue a su noche de bodas, la prueba de su virtud y honestidad. Con sangre lavamos las peores afrentas y, además, cuando estamos seguros de alguna cosa, decimos que la llevamos en la sangre, el problema es que la sangre tiene como vecina a la muerte.

Los poderes de la muerte

La filosofía esotérica hace mucho que distinguió entre la muerte y la sangre. Pensar en la sangre es un arduo ejercicio de símbolos y actos que hubo que separar de la muerte. Porque, en términos crudos, para obtener sangre, frecuentemente, es menester matar al donador. Los aztecas extraían el corazón de los guerreros vencidos en el altar del Templo del Sol, en Tenochtitlán, como un modo de asegurar para los soldados del imperio que el valor de los derrotados seguía vivo y se les trasladaba. Los mapuches -en el sur de Argentina y Chile- comían ritualmente el corazón de los capitanes españoles valerosos, como sucedió con Pedro de Valdivia, fundador de Santiago de Chile, para asegurarse que sus espectros no lucharían en contra de ellos. Y por otra parte, para absorber el valor combatiente del enemigo.

La sangre se ha asimilado al poder de la vida que vence a la muerte con tanta regularidad como se ha pensado que es el precio de la vida ante la embestida de los espíritus de la muerte.

Esto es, incidentalmente, una de las razones por las cuales se tiende a creer que la mujer es, de alguna manera, diferente o inferior al varón: sus períodos menstruales atemorizan. Por ello, en la antigüedad, los judíos las obligaban a sentarse sobre una piedra durante los días de la menstruación y algunos pueblos indoamericanos las recluían sobre una piel de animal cazado bajo determinadas circunstancias.

La cultura victoriana de Inglaterra y sus secuelas norteamericanas -que el cine, fundamentalmente, impuso al mundo en un puritanismo absurdo- condena las relaciones sexuales durante "esos días", que incluso fueron, en su momento, motivo de enjuiciamiento de la pareja como perversos enemigos del Señor. La muerte es el gran enigma. La sangre certifica la muerte, la inciación explica que no se exige una muerte, que basta una gota del maestro o de alguien convencido para realizarlo. Además, queda claro que lo requerido es un símbolo, no una realidad bárbara. Pero esta realidad no ha sido comprendida por todos.

Si se teme a un enemigo la vieja lección dice que hay unírsele.

En los planos del bajo astral estos puede significar raptar a un niño y sacrificarlo.

Si se piensa que los poderes del mundo pertenecen a quienes reinan en los oscuros territorios del castigo y del silencio, es decir, en el mundo de la muerte, fatalmente caeremos en el crimen. En la sangre del inocente buscaremos el poder.

Los mayas arrojaban doncellas a las lagunas de su tierra. Se han encontrado esqueletos de mujeres jóvenes cubiertos de alhajas en la profundidad de las lagunas volcánicas de Guatemala y el sur de Méjico. Pero las salvajes deidades de esos pueblos no lo salvaron de la decadencia y la extinción.

Pensar que un pai logrará obtener para nosotros poder y gloria porque asesine cruelmente a un niño, es tan absurdo como pensar que la Tierra es un mundo cuadrado. La muerte se debe a sí misma. Rendir homenaje a su paso es, cometer una grave equivocación, respetarla debe ser afirmar los poderes de la vida, no resignarlos en su rostro sin ojos.

Umbanda, vudú, sincretismo

La muerte no tiene dueño. Hay finales del diablo y hay finales del ángel bueno. Así como se vive en el bien o para el mal, se muere en el bien o en el mal. La filosofía esotérica -adoptada en un porcentaje por la New Age- propugna una vida sana. Pero no es fácil definirla. Los esfuerzos de las religiones apuntan, precisamente, a que vivamos de acuerdo a nuestra naturaleza. En América, por ejemplo, las religiones adquirieron determinadas características especiales.

Los primeros misioneros encontraron pueblos organizados, como los restos de la cultura maya, los olmecas, chichimecas, tlaxcaltecas, etc., en Méjico; los pueblos americanos, en lo que hoy es EEUU. (para no mencionar los seminolas, en florida o los "señores de la pradera", que son los siempre perdedores de la película: siux, cheyenne, pies negros, dakotas, apaches...), los incas, que conformaban un imperio más grande de que ninguno jamás habido en Europa, que sus distintas etnias: demasiadas para siquiera mencionarlas.

De cualquier modo, ya en el primer siglo de la colonia se había producido un singular fenómeno: el sincretismo. Esto significa que, entre las creencias religiosas de los pueblos americanos y aquellas cristianas traídas por los frailes, se produjo una especie de síntesis. La virgen María, por ejemplo, se sobreimpuso a la Pachamama (en Bolivia, -Madre tierra), Quetzalcóatl (en Méjico -Serpiente emplumada-), etc. Posteriormente, la llegada los prisioneros africanos para trabajar las haciendas y plantaciones -que portaban sus costumbres y, por supuestos su propio sistema de creencias- dio como resultado, en sus muchas religiones, una estructura religiosa que sólo en su formalidad externa era católica. La gente se negó a olvidar a sus dioses. Pero estos dioses tampoco seguían siendo los habían adorado en sus países. Esa suerte de mezcla religiosa constituye lo que podemos llamar el sincretismo americano.

El vudú, la santería cubana, el culto de María Lionza, en Venezuela, y los terreiros del Brasil son los ejemplos más conocidos. Todos ellos conforman una necesidad religiosa y, aunque no siempre sean comprendidos, merecen ser respetados.

La locura, pues, del pai de Paula Ferreira no es la locura del enfermo o del perverso. El y su grupo hicieron ostentación criminal de la locura que resulta de no conocer ni comprender sus propias creencias.

Una fe es respetable, la ponzoña de la credulidad, en cambio, sólo merece desprecio y -cuando se llega a los extremos del asesinato- todo el peso de la ley. Quizás, en el fondo de este drama se encuentre una triste y terrible realidad: que el desmedido uso comercial de ciertas categorías religiosas y esotéricas llevó tanto a los que piden ayuda como a los que supuestamente pueden darla, más allá de lo que pudieran controlar. Jugar con fuego es el primer paso para quemarse. El fuego mayor del mal está claramente presentado por la figura del demonio y sus acólitos.

Por ello, el gran peligro de los que acuden a brujos, "videntes", seudos parapsicólogos, sin respaldo académico detrás, curanderos y otros personajes en busca de asesoría y ayuda espiritual es abrir, sin darse cuenta, puertas ocultas a mundos que están ahí, que no vemos, pero que, al ser convocadas sus criaturas plantearan sus exigencias de manera brutal.

Conclusiones

Las fuerzas del mal no deben ser convocadas en absoluto, menos aún bajo la forma terrible de la muerte provocada por un instinto salvaje y desmedido, de obtener poder.

La ley que debe gobernar a los hombres es la Ley del Amor y ella debe ser la encargada de conducir todas nuestras acciones. Quienes rechazan esta ley y, movidos por ambiciones e impulsos insensatos, cometen actos de naturaleza incomprensible, solo están acumulando pesadas deudas kármicas que, en sus vidas posteriores, deberán pagar inevitablemente.

Las mil caras del demonio

El diablo es un viejo compañero de la raza humana. Su presencia constante semeja la más antigua obsesión de que se tenga memoria. Se lo ha representado de muchas maneras diferentes, pero en algo coinciden la religión, las leyendas y la mitología universal: él es el amo del mal y sus poderes son casi ilimitados. Sin embargo -en un comienzo- los demonios no eran necesariamente malvados.

El término diablo proviene del griego, diábolo, que significa calumniador. Es el espíritu maligno que, en la tradición cristiana, está representado por el ángel rebelde y enemigo de Dios que fue arrojado del Paraíso. También se le conoce con los nombre de Satanás (que significa perseguidor o adversario), demonio, Luzbel, Lucifer, Príncipe de las Tinieblas, etc. Según la tradición cristiana, Satanás era el jefe de los ángeles que, antes de la creación del hombre, se revelaron contra Dios -por soberbia y envidia ante sus obras- y fueron precipitados, por ellos, al abismo del infierno. Si bien el Antiguo Testamento no habla explícitamente de la religión angélica, ésta es tema del capítulo XII (ver. 7 al 9) del Libro del Apocalipsis y, también, en Nuevo Testamento menciona frecuentemente a Satanás bajo diversos nombres (Príncipe de este mundo, Perseguidor, Tentador, Belial, Maligno, etc.). La doctrina cristiana sostiene que Satanás consiguió el derecho de poseer las almas de los hombres a consecuencia del pecado de Adán en el Paraíso, y que éstas solamente pudieron ser salvadas por el sacrificio de Cristo.

El espíritu del mal ocupa un importante lugar en todas las religiones y mitologías, bajo muy distintos nombres y características, de acuerdo a los diferentes pueblos y época. En el cristianismo, la Reforma no introdujo cambios en lo que se refiere a la creencia de los poderes demoníacos y durante los siglos siguientes apenas se puso en dudas su existencia como bien lo señalan los numerosos procesos por hechicería y satanismo.

El advenimiento del racionalismo en el siglo XVIII hizo que la creencia en Satanás empezara a palidecer. Sin embargo, la Iglesia Católica y la mayoría de las corrientes protestantes sostienen aún esta creencia, en mayor o menor grado filosófico, por la que se considera a Satanás como el "enemigo de Dios" o el "espíritu del mal" y se condena a quienes realizan cultos o rituales invocando a esta fuerza antagónica del Bien.

La práctica de la adoración del espíritu del mal se denomina satanismo y fue muy mal practicada durante el Medioevo. Su ritual contenía una sacrílega parodia de la misa católica que era llamada misa negra. Existen evidencias de que sus repulsivas prácticas han perdurado hasta nuestros días...

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