EN LO INVISIBLE (1 de 2 partes)

EN LO INVISIBLE

ÍNDICE


1º Espíritu y su forma
2º La Mediumnidad
3º Educación de los Médiums
4º Espiritismo y la Mujer


Espíritu y su forma

Por espíritu debe entenderse el alma revestida de su envoltura fluídica; ésta tiene la forma del cuerpo mortal y participa de la inmortalidad del alma, de la cual es inseparable.

De la esencia del alma solo sabemos una cosa, y es, que siendo indivisible es imperecedera. El alma se revela por sus pensamientos y también por sus actos, más para poder obrar é impresionar nuestros sentidos físicos, necesita un intermediario semimaterial, sin el cual su acción nos parecería incomprensible. Este es el periespíritu, nombre dado a su envoltura fluídica, invisible, imponderable. En su acción es donde hay que buscar los secretos de los fenómenos espiritistas.

El cuerpo fluídico que cada hombre posee en si es el transmisor de nuestras impresiones, de nuestras sensaciones, de nuestros recuerdos. Anterior a la vida actual, es el instrumento admirable que el alma se construye, se modela a si misma, es el resultado de su largo pasado. En él se conservan los instintos, se acumulan las fuerzas, se agrupan adquisiciones de nuestras múltiples existencias los frutos de nuestra lenta y penosa evolución.

La sustancia del periespíritu es extremadamente sutil, es la materia en su estado más quintaesenciado, es más rarefacta que el éter; sus vibraciones, sus movimientos, superan en rapidez y en penetración a los de las substancias más activas. Esto explica la facilidad de los espíritus para atravesar los cuerpos opacos, los obstáculos materiales y recorrer distancias considerables con la velocidad del pensamiento.

Insensible a las causas de desagregación y destrucción que afectan al cuerpo físico, el periespíritu asegura la estabilidad de la vida en medio de la vida renovación continua de las cédulas. Es el modelo invisible sobre el cual pasan y se suceden las partículas orgánicas siguiendo líneas de fuerza cuyo conjunto constituye ese diseño, ese plan inmutable reconocido, como necesario para mantener la forma humana a través de las modificaciones constantes y de la renovación de los átomos el alma se desprende de la envoltura carnal durante el sueño como después de la muerte.

La forma fluídica puede entonces ser percibida por los videntes en los casos de aparición de los difuntos o de los vivos exteriorizados.

Durante la vida normal esta forma se mezcla por sus radiaciones, en los fenómenos en que la sensibilidad y la motricidad se ejercen a distancia. En el estado de desprendimiento durante el sueño, el espíritu obra a veces sobre la materia, produce ruidos, cambia de sitio los objetos, etc.

Por último, se manifiesta después de la muerte en diversos grados de condensación, en las materializaciones parciales o totales, en las fotografías, en los vaciados, hasta el punto de reproducir ciertas deformidades.

Todos estos hechos lo demuestran, el periespíritu es un organismo fluídico completo; él es quien durante la existencia terrestre, mediante el agrupamiento de células, o bien en el más allá, con el auxilio de la fuerza psíquica tomada de los médium, Constituye un plan determinado, las formas transitorias o duraderas de la vida. Él es, y no es el cuerpo material, el tipo primitivo y persistente de la forma humana.

La forma humana de los invisibles, es la de todos los espíritus encarnados o desencarnados que viven en el universo. Más esta forma rígida y compacta en el cuerpo físico, es flexible, compresible, a voluntad, en el periespíritu. Se presta hasta cierto punto a las exigencias del espíritu y le permite, en el espacio y según la extensión de sus poderes, adoptar las apariencias y trajes que fueron sueños en épocas pasadas, con los atributos propios para hacerle reconocer.

Esto se observa a menudo en los casos de apariciones. La voluntad crea; su acción sobre los fluidos y es considerable. El espíritu avanzado puede someter la materia sutil a innumerables metamorfosis.

El periespíritu es un foco de potencias. La fuerza magnética del hombre puede proyectar en abundancia y puede de cerca o de lejos influir, aliviar, curar, son algunas de sus propiedades.

La fuerza psíquica, indispensable para la producción de los fenómenos espiritistas, tiene en él su asiento.

El cuerpo fluídico no es solo un receptáculo de fuerzas. Es también el registro vivo en donde se imprimen las imágenes y los recuerdos: sensaciones, impresiones y hechos, todo se fija en él, todo se graba. Cuando las condiciones de intensidad y de educación son demasiado débiles, no llegan hasta nuestra conciencia, más no por esto dejan de quedar grabadas en nuestro periespíritu donde permanecen latentes.

Otro tanto sucede respeto a los hechos relacionados con nuestras vidas anteriores. El ser psíquico que se halla en estado de sonambulismo, desprendido parcialmente del cuerpo, puede volver a encontrar su encadenamiento. Así se explica el fenómeno de la memoria.

Las vibraciones del periespíritu se debilitan bajo la envoltura de carne; pero vuelven a encontrar su amplitud, luego como el espíritu se desprende de la materia y recobra su libertad. Bajo la intensidad de sus vibraciones, las impresiones almacenadas en el periespíritu reaparecen.

Cuanto más completo es el desprendimiento, más se ensancha el campo de la memoria. Los recuerdos más lejanos se despiertan. El individuo puede revivir sus vivencias pasadas en otras dimensiones; así lo hemos comprobado muchas veces en nuestras experiencias. Personas sumidas por una influencia oculta en el sueño sonambúlico, reproducían los sentimientos, las ideas, los actos olvidados de la vida actual, de su primera juventud. Revivían hasta las escenas de sus vivencias anteriores, con el lenguaje, las actitudes, las opiniones de la época y del centro.

En tales casos parece que se manifiesta una personalidad diferente, que otra individualidad se revela. Estos fenómenos, mal observados por ciertos experimentadores, han podido dar origen a la teoría de las personalidades múltiples coexistiendo en una misma envoltura, teniendo cada una de ellas su carácter y sus recuerdos propios esto puede ser debido a la influencia de seres ya desencarnados que tratan de manipular nuestra parte de materia.

Sobre esta teoría hemos visto injertarse la de la conciencia subliminal o la del inconsciente superior de hecho, es siempre la misma individualidad la que interviene bajo los diversos aspectos que ha revestido a trabes de los siglos y que reconstituye con tanta mayor intensidad cuanto mayor es la influencia magnética que le domina y cuanto más se han aflojado los lazos corporales. Ciertas experiencias lo demuestran.

El grado de pureza de su forma fluídica atestigua la riqueza o la indigencia del alma. Etérea, radiante, puede elevarse hasta las esferas divinas y participar de las más sublimes armonías; opaca y tenebrosa, vuelve a caer en las regiones inferiores y nos encadena a los mundos de lucha y sufrimiento. Por su periespíritu, el hombre desciende hasta las capas inferiores de la naturaleza y tiene sus raíces en la animalidad; y por él tiende también hacia los mundos de luz donde viven las almas angélicas, los espíritus puros.

Nuestro estado psíquico es obra nuestra. Nuestro grado de percepción y compresión es el fruto de nuestros largos esfuerzos. Somos lo que nosotros mismos nos hemos hecha al recorrer el ciclo inmenso de nuestras vivencias anteriores a nuestra dimensión, de las que venimos.

Nuestra envoltura fluídica, grosera o sutil, opaca o radiante, representa nuestro valor exacto y la suma de nuestras adquisiciones. Nuestros actos, nuestros pensamientos persistentes, la tensión de nuestra voluntad hacia un objeto, todas las evoluciones de nuestro ser mental repercute sobre el periespíritu y, según la naturaleza, baja o elevada, sórdida o generosa, dilatan, afinan o enturbian su sustancia.

De ello resulta, que por la orientación constante de nuestras ideas, de nuestras aspiraciones, de nuestros gustos, por nuestras obras en un sentido o en otro, nos vamos construyendo poco a poco una envoltura sutil, poblada de bellas y nobles imágenes, abierta a las más delicadas sensaciones, o bien una morada sombría, una cárcel obscura, en donde, después de la muerte, el alma, limitada en sus percepciones, esta sepultada como en una tumba y condenada a las tinieblas.

Así es como el hombre labra él mismo su bien o su mal, su dicha o su pena. Lentamente, día por día, edifica su destino.

Su obra esta grabada en sí mismo, visible para todos en el Más Allá. Mediante esta admirable disposición de las cosas, tan sencilla como grandiosa, se realiza en el mundo de los seres la ley de causalidad o de la consecuencia de los actos que no es otra que la del cumplimiento de la justicia.

Y, por un efecto de las mismas causas desde esta vida, el hombre trae así las influencias de arriba, las radiaciones eternas o los groseros efluvios de los espíritus de pasión, de desorden.
La regla de las manifestaciones espiritas; no es otra que la ley misma de la atracción y de las afinidades. Según el grado de sutileza de nuestra envoltura y la intensidad de sus radiaciones, podemos, sin embargo, en los momentos de desprendimiento, de éxtasis, y aun para algunos, en los de recogimiento y meditación, entrar en relaciones con el mundo invisible, percibir los ecos, recibir las inspiraciones, vislumbrar los esplendores de los mundos celestes, o bien sentir las influencias de los espíritus de las tinieblas.

La Mediumnidad

Todas las manifestaciones de la naturaleza y de la vida se resumen en vibraciones más o menos rápidas y extensas, según las causas que las producen. Todo vibra en el universo: ,sonido, luz, calor, electricidad, magnetismo, rayos químicos, rayos catódicos, ondas hertzianas, etc., no son más que los modos diversos de ondulación, de vibración de la fuerza y de la substancia universales, los grados sucesivos que constituyen en su conjunto, la escala ascendente de las manifestaciones de la energía.

Estos grados están muy distantes los unos de los otros. El sonido recorre 340 metros por segundo; la luz, en el mismo tiempo, recorre 300,000 kilómetros; la electricidad se propaga con una rapidez que nos parece incalculable. Pero nuestros sentidos físicos no nos permiten percibir todos los modos de vibración. Su impotencia, para darnos una impresión completa de las fuerzas de la naturaleza, es un hecho bastante conocido para que tengamos necesidad de insistir sobre este punto.

En el terreno de la óptica, solamente sabemos que las ondas luminosas no impresionan nuestra retina más que en los límites de los siete colores del prisma, del rojo al violado. Más allá o más acá de estos colores, las radiaciones solares escapan a nuestra vista, por lo cual se les da el nombre de rayos obscuros.

Entre el límite de los sonidos cuyas vibraciones son de 2 4,000 por segundo, y la sensación del calor que se mide por trillones de vibraciones, ya no percibimos nada. Lo mismo sucede entre la sensación del calor y la de la luz que corresponde, por término medio, a 500 trillones de vibraciones por segundo.

En esta ascensión prodigiosa, nuestros sentidos representan grados muy distantes unos de otros, estaciones separadas por distancias considerables en un camino sin término. Entre estos grados, por ejemplo, entre los sonidos agudos y los fenómenos del calor y de la luz, están las zonas, vibratorias afectadas por los rayos catódicos, hay abismos para nosotros. Pero estos abismos, vacíos y oscuros en apariencia, ¿no estarán acaso colmados para seres dotados de sentidos más sutiles o más numerosos que los nuestros? Entre las impresiones recibidas por el oído y las que impresionan nuestra vista, ¿no habría más que la nada, en el domino de las fuerzas y de la vida universal?

Sería poco sensato creerlo, porque en la naturaleza todo se sucede, se encadena y se desenvuelve de eslabón en eslabón, por transiciones graduales. En ninguna parte hay salto brusco, vacío, ni hiato. Lo que se desprende de estas consideraciones, es simplemente la insuficiencia de nuestro organismo, demasiado pobre para percibir todos los modos de la energía.

Lo que decimos de las fuerzas, en acción en el universo, se aplica igualmente al conjunto de los seres y de las cosas, bajo sus formas diversas, a sus diferentes grados de compensación y rarefacción.

Nuestro conocimiento del universo se reduce o se ensancha, según el número y finura de nuestros sentidos. Nuestro organismo actual no nos permite abarcar más que un círculo muy limitado del imperio de las cosas. La mayor parte de las formas de la vida se nos escapan. Pero que venga un nuevo sentido ese que denominamos como el sexto y que todos tenemos aunque algunos no lo tengan lo suficientemente desarrollado, a añadirse a los que sabemos que poseemos porque notamos, e inmediatamente lo invisible se revela, el vacío se puebla y la triste insensibilidad se anima.

Hasta podríamos poseer sentidos diferentes que cambiasen totalmente, por su estructura anatómica, la naturaleza de nuestras sensaciones actuales, de manera que nos hiciesen oír los colores y gustar los sonidos. Para esto bastaría que en el lugar y sitio de la retina, un haz de nervios pudiese unir el fondo del ojo a la oreja.

En este caso oiríamos lo que vemos. En lugar de contemplar el cielo estrellado, percibiríamos la armonía de las esferas, y no por esto serían menos exactos nuestros conocimientos astronómicos. Si nuestros sentidos, en vez de estar separados los unos de los otros, estuviesen reunidos, no poseeríamos más que un solo sentido general que percibirla, al mismo tiempo, los diversos géneros de fenómenos.

Estas consideraciones, deducidas de las más rigurosas observaciones científicas, nos demuestran la insuficiencia de las teorías materialistas. Estas quieren fundar el edificio de las leyes naturales sobre la experiencia adquirida con el auxilio de nuestro organismo actual, cuando con una organización más perfecta esta experiencia sería muy distinta. En efecto, por la sola modificación de nuestros órganos, el mundo, tal como nosotros lo conocemos, podría transformarse y cambiar de aspecto sin que la realidad total de las cosas sufriese alteración. Seres constituidos de distinta manera podrían vivir en el mismo centro sin verse, sin conocerse.

Y si a consecuencia del desarrollo orgánico de alguno de esos seres en sus diversos centros apropiados, sus medios de percepción les permitiesen entrar en relación con aquellos cuyo organismo fuese diferente, no habría en ello nada de sobrenatural ni de milagroso, sino sencillamente un conjunto de fenómenos naturales, ignorados todavía por aquellos de dichos seres menos favorecidos en lo concerniente al conocimiento.

Pues bien; esto es precisamente lo que sucede en nuestras relaciones con los espíritus de los hombres fallecidos, en todos los casos en que un médium puede servir de intermediario entre las dos humanidades: la visible y la invisible. En los fenómenos espiritas, dos mundos, cuya organización y leyes conocidas son diferentes, entran en contacto, y en esta línea, en esta frontera que los separaba, el pensador, de pie, ansioso, ve abrirse perspectivas infinitas. Ve dibujarse los elementos de una ciencia del universo mucho más vasta y más completa que la del pasado, aun cuando sea en prolongación lógica; y esta ciencia no viene a destruir la noción de las leyes actualmente conocidas, sino que la ensancha en vastas proporciones, porque» traza al espíritu humano la senda segura que le conducirá a la conquista de los conocimientos y de los poderes necesarios para asegurar su tarea presente y su destino futuro.

Acabamos de hablar del oficio de los médium. El médium es el agente indispensable con cuyo auxilio se producen las manifestaciones del mundo invisible.

Hemos hecho constar la importancia de nuestros sentidos tan luego como se les aplica al estudio de los fenómenos de la vida. En las ciencias experimentales, bien pronto ha sido preciso recurrir a instrumentos que pudieran suplir esta debilidad del organismo humano y ensanchar nuestro campo de observación. Así es como el telescopio y el microscopio nos han revelado la existencia de lo infinitamente grande y de lo infinitamente pequeño.

Pasado el estado gaseoso, la materia escapaba a nuestros sentidos. Las placas sensibles, nos permiten proseguir nuestros estudios en el dominio, largo tiempo inexplorado, de la materia radiante.

Aquí se detienen, por el momento, los medios de investigación de la ciencia. Sin embargo, se vislumbran, más allá, otros estados de la materia y de la fuerza que algún día nos harán familiares aparatos más perfeccionados.
En donde faltan todavía los medios artificiales, ciertos seres humanos vienen a traer, en el estudio de los fenómenos vitales, el concurso de facultades preciosas.

Así es como el sujeto hipnótico ha sido el instrumento que ha permitido sondear las profundidades misteriosas, todavía, del yo humano, y entregarse a un análisis minucioso de todo los modos de sensibilidad, de todos los aspectos de la voluntad y de la memoria.
El médium, a su vez, viene a desempeñar un cargo especial en el estudio de los fenómenos espiritistas. Participando, al mismo tiempo, por su envoltura fluídica de la vida del espacio, y por su cuerpo físico de la vida terrestre, es el intermediario obligado entre los dos mundos.

El estudio de la mediumnidad esta, pues, estrechamente ligado a todos los problemas del Espiritismo es su llave maestra. Lo importante en el examen de los fenómenos, es saber distinguir la parte que debe atribuirse al organismo y a la personalidad del médium, de la que proviene de una intervención extraña, y precisar luego la naturaleza de esta intervención.

El espíritu; separado, por la muerte, de la materia grosera, no tiene ya acción sobre ésta, ni puede manifestarse en el centro humano sin el socorro de una fuerza; de una energía que toma prestada al organismo de un ser vivo. Toda persona capaz de proporcionar, de exteriorizar esta fuerza, es apropiada para desempeñar un papel en las manifestaciones físicas, cambiar de sitio los objetos sin que medie contacto, aportes, golpes, mesas giratorias levitaciones y materializaciones. Esta es la forma más común y más conocida de la mediumnidad. No necesita ningún desarrollo intelectual, ningún adelanto moral. Es una simple propiedad fisiológica que se encuentra en toda clase de personas. En todas las formas inferiores de la mediumnidad, el sujeto es comparable, ya a un acumulador de fuerza, ya a un aparato telegráfico que transmite el pensamiento del operador.

La comparación es tanto más exacta cuanto que la fuerza psíquica se agota como todas las fuerzas no renovadas; la intensidad de las manifestaciones esta en razón directa del estado físico y mental del médium. Seria un error considerarle como un histérico o un enfermo; es sencillamente un ser dotado de poderes más extensos o de percepciones más refinadas que otros.

La salud del médium nos parece ser una de las condiciones de su facultad. Conocemos gran número de médium que gozan de perfecta salud, y aun hemos observado un hecho significativo; es que cuando la salud se altera, los fenómenos se debilitan y hasta cesan de producirse.

La mediumnidad presenta variedades casi infinitas, desde las formas más vulgares hasta las manifestaciones más sublimes. Jamás es idéntica en dos individuos y se diferencia según los carácteres y temperamentos. A un grado superior es como un rayo del cielo iluminando las tristezas humanas, disipando las obscuridades que nos rodean.
La mediumnidad (en los efectos físicos es utilizada generalmente, por espíritus de un orden vulgar que tratan de poseer al médium). Se necesita un examen exhausto atento y sostenido para no ser engañados. Las enseñanzas de los espíritus elevados nos llegan, habitualmente por la mediumnidad telepática de efectos intelectuales, escritura é inspiración. Para producir buenos efectos, exige conocimientos bastante extensos y tener el don del discernimiento de espíritus para no ser engañado. Cuanta más instrucción y más cualidades morales posea el médium, mayores recursos ofrece a los espíritus. En todos los casos, el sujeto no es más que un instrumento, pero éste debe ser apropiado para la tarea que le toca desempeñar. Una artista, por hábil que sea, nunca podrá sacar más que un mediano partido de un instrumento incompleto. Lo mismo sucede con el espíritu respecto al médium intuitivo, en el cual un criterio seguro, una clara inteligencia, y hasta el saber, son condiciones esenciales.
Verdad es que se ha visto a varios sujetos escribir en lenguas desconocidas o tratar de cuestiones científicas y abstractas muy superiores a sus alcances. Estos son casos raros que necesitan grandes esfuerzos por parte de los espíritus. Estos prefieren recurrir a intermediarios afinados, perfeccionados por el estudio, capaces de comprenderles y de interpretar fielmente sus pensamientos.

En este orden de manifestaciones, los invisibles influyen en el intelecto del sujeto y proyectan sus ideas en su entendimiento. A veces los pensamientos se mezclan; los del espíritu revisten una forma, una expresión en que se encuentran - reproducidos el lenguaje habitual y el estilo del médium. También aquí se impone un examen escrupuloso. Sin embargo, fácil le será al observador deslindar de los numerosos mensajes y de las ideas personales de los sujetos, la obra de los espíritus adelantados, cuyas comunicaciones tienen un carácter de grandeza y un sello de verdad muy superiores a las posibilidades del médium.

En los fenómenos del trance o del sonambulismo en sus diversos grados, los sentidos psíquicos vienen a sustituir a los sentidos materiales. Los medios de percepción y de actividad se acrecientan en proporciones tanto más considerables cuanto más profundo es el sueño y más completo el desprendimiento del periespíritu.

En tal estado, el cuerpo fluídico nada percibe, sirve únicamente de transmisor cuando el médium puede aun traducir sus sensaciones. Este fenómeno se produce en la exteriorización parcial. En estado de vigilia, bajo la influencia oculta, la envoltura fluídico del sujeto se desprende é irradia de tal suerte que, a pesar de quedar estrechamente ligada al cuerpo, empieza a percibir las cosas ocultas a nuestros sentidos exteriores; es el estado de clarividencia o doble vista, la visión a distancia a través de los cuerpos opacos, la audición, la psicometría, etc.

Cuando la hipnosis llega a grados más altos, la exteriorización se acentúa hasta el desprendimiento completo. El alma, libre de su cárcel carnal, se cierne sobre la naturaleza; sus modos de percepción, recobrados súbitamente, le permiten abarcar un círculo inmenso y transportarse con la rapidez del pensamiento. Con este orden de fenómenos, se relaciona el estado de trance que hace posible la incorporación de espíritus desencarnados en la envoltura del médium, que ha quedado libre, como un viajero penetra en una casa inhabitada.

Los sentidos psíquicos, inactivos en el estado de vigilia en la mayor parte de los hombres, pueden, sin embargo, ser utilizados. Basta para ello abstraerse de las cosas materiales, cerrar los sentidos físicos a todo ruido, a toda visión exterior y por un esfuerzo de voluntad, interrogar ese sentido profundo en el cual se resumen todas nuestras facultades superiores, al que llamamos el sexto sentido, la intuición, la percepción espiritual. Por él entramos en contacto directo con el mundo de los espíritus, más fácilmente que por cualquier otro medio, porque este sentido es un atributo del alma, el fondo mismo de su naturaleza, y se encuentra fuera del alcance de los sentidos materiales, de los cuales difiere en absoluto.
Este sentido, el más bello de todos, ha sido hasta ahora desconocido por la ciencia, y he aquí por qué ésta ha permanecido en la ignorancia de todo cuanto se refiere al mundo invisible. Las reglas que ella aplica al mundo físico serán siempre insuficientes cuando se intente extenderlas al mundo de los espíritus. Para penetrar en éste se necesita, ante todo, comprender que nosotros también somos espíritus, y que únicamente por los sentidos del espíritu podemos entrar en relación con el universo espiritual.

Educación de los Médiums

Nada grande se obtiene sin trabajo. Una lenta y laboriosa iniciación se impone a todos los que buscan los bienes superiores. Como todas las cosas, la formación y el ejercicio de la mediumnidad encuentran dificultades señaladas ya muchas veces, y nos parece necesario volver a tratar de ellas é insistir, a fin de poner a los médium en guardia contra las falsas interpretaciones y contra las causas de error y desaliento.

Tan luego como las facultades del sujeto, ya un tanto educadas por un trabajo preparatorio, empiezan a dar resultados, es casi siempre por medio de relaciones establecidas con los elementos inferiores del mundo invisible.
Estamos rodeados de una multitud de espíritus ávidos siempre de entrar en comunicación con los humanos. Esta multitud se compone especialmente de almas poco adelantadas, de espíritus ligeros, malos a veces, a quienes la densidad de los fluidos mantiene encadenados a nuestro mundo. Las inteligencias elevadas, de fluidos sutiles, de aspiraciones puras, no quedan confinadas en nuestra atmósfera después de la separación carnal. Ellas suben más alto, hacia los centros que les asigna su grado de adelanto. Es cierto que descienden de ellos, con frecuencia, para velar por los seres queridos, se mezclan con nosotros; pero solamente con un objeto útil y en casos de importancia.

Resulta de esto, que los principiantes no obtienen generalmente más que comunicaciones sin valor, respuestas triviales, burdas, inconvenientes a veces, que les disgustan y les desalientan.

En otros casos, el médium inexperimentado recibe por la mesa o por el lápiz, mensajes firmados por nombres célebres, conteniendo revelaciones apócrifas que captan su confianza y le llena de entusiasmo. El inspirador invisible, conociendo sus lados flacos, lisonjea su amor propio y sus ideas, sobre valora su vanidad y su ego colmándole de elogios y prometiéndole maravillas. Le aparta poco a poco de otra influencia, de todo consejo ilustrado, y le lleva a aislarse en sus trabajos. Es el principio de una obsesión, de una acaparamiento que puede conducir al médium a resultados deplorables.

Espiritismo; no obstante, todos los días estamos viendo médium que se dejan arrastrar por las sugestiones de engaños y burlas que les penen en ridículo y recaen sobre la causa a la cual creen servir.

Muchas decepciones. y disgustos se evitarían si se comprendiese que la medianidad atraviesa fases sucesivas y que, en su primer período de desarrollo, el médium esta especialmente asistido por espíritus de orden inferior, cuyos fluidos, impregnados todavía de materia, se adaptan mejor a los suyos y son apropiados a ese trabajo de bosqueje más o menos prolongado, al cual toda facultad esta sometida por eso ha de tener el médium las debidas precauciones para no ser manipulado por esos espíritus de bajo nivel.

Solo hasta más tarde, cuando la facultad mediumnímica esta suficientemente desarrollada, y el instrumento es ya manejable, es cuando los espíritus elevados pueden intervenir y utilizarla para un fin intelectual y moral.

De consiguiente, el período de ejercicio y de trabajo preparatorio, tan abundante a veces en manifestaciones groseras y en engaños, en una fase normal del desarrollo de la mediumnidad, es una escuela en donde se ejercitan nuestra paciencia y nuestro entendimiento, enseñándonos a familiarizarnos con la manera de proceder de los habitantes del Más Allá.

Durante este tiempo de prueba y de estudio elementales, el médium debe mantenerse prevenido y no apartarse nunca de una prudente reserva. Debe evitar cuidadosamente las preguntas ociosas o interesadas, las chanzas y todo lo que tenga un carácter frívolo que atraiga los espíritus ligeros.

No hay que desanimarse por la medianía de los primeros resultados, ni por la aparente indiferencia y abstención de nuestros amigos del espacio. Médium principiantes, estar seguros de que hay quien vela por vosotros y de que se pone a prueba vuestra perseverancia. Cuando hayas llegado al punto necesario influencias más altas descenderán sobre vosotros y continuaran vuestra educación psíquica.

No busquéis la mediumnidad como objeto de pura diversión o de simple curiosidad; ver en ella un don del cielo, una cosa sagrada que debe utilizarse con respeto para el bien de vuestros semejantes. Elevad vuestros pensamientos hacia las almas generosas que trabajan para el progreso de la humanidad; ellas vendrán a auxiliaros, os sostendrán y continuaran vuestra educación psíquica. No busquéis la mediumnidad como objeto de pura diversión o de simple curiosidad; ver en ella un don del cielo, una cosa sagrada que debe utilizarse con respeto para el bien de vuestros semejantes. Elevad vuestros pensamientos hacia las almas generosas que trabajan para el progreso de la humanidad; ellas vendrán a auxiliaros, os sostendrán y os protegerán. Gracias a ellas, las dificultades del principio, las decepciones inevitables que sufriréis, no tendrán consecuencias enojosas; ellas iluminaran vuestra razón, ellas desarrollan vuestras fuerzas fluídicas.

La buena mediumnidad se forma lentamente, con el estudio tranquilo, silencioso, recogido, lejos de los placeres mundanos, lejos del ruido de las pasiones después de un período de preparación y de espera, el médium recoge el fruto de sus perseverantes esfuerzos, recibe de los espíritus elevados la consagración de sus facultades maduradas en el santuario de su alma, al abuso de las sugestiones del orgullo. Si conserva en su corazón la pureza de obra y de intenciones, llegara a ser, con la asistencia de sus guías elevados, un cooperador útil en la obra de regeneración que ellos persiguen.

Tan luego como termina la primera fase del desarrollo de sus facultades, lo importante para un médium es asegurarse la protección de un espíritu bueno, elevado, que le guíe, le inspire y le preserve de todo peligro.

Generalmente es un ser elevado que ha podido ser en su vida en la tierra un pariente, un amigo desaparecido, el que se encarga de este oficio. Un padre una madre, una esposa, un hijo, si han adquirido la experiencia y el adelanto necesarios, pueden dirigirnos en la practica delicada de la mediumnidad. Pero su poder esta proporcionado a su grado de elevación, y su voluntad, su ternura, no bastan siempre a librarnos de las asechanzas de los espíritus inferiores.

Dignos de alabanza son los médium que por su fe profunda y su desinterés, han sabido atraerse los espíritus superiores y tomar parte en su misión. Para arrancar a esos espíritus de sus felices mansiones, para decidirles a sumergirse en nuestra espesa atmósfera, se necesita presentarles aptitudes y cualidades notables.

Sin embargo, su ardiente deseo de trabajar en favor de la renovación del género humano, hace que esta intervención sea mucho menos rara de lo que se pudiera suponer. Centenares de espíritus superiores se reúnen por encima de nosotros y dirigen el movimiento espiritualista, inspeccionando, inspirando a los médium, derramando sobre los grupos y sobre los hombres de acción, las vibraciones de su voluntad, las irradiaciones de su genio. Conozco a varios grupos que poseen una asistencia de este orden. Por la pluma, por los labios de sus médium, los espíritus guías hacen oír sus exhortaciones sus, consejos, y a pesar de las imperfecciones del centro, a pesar de las sombras que debilitan y velan las irradiaciones de su pensamiento, es siempre un encanto penetrante, una alegría del corazón, un gran consuelo, poder saborear la belleza de sus enseñanzas escritas, oír los acentos de sus voces que nos llegan como un eco lejano de las esferas celestes.

El descenso a nuestro mundo terrestre es un acto de abnegación y una causa de sufrimiento para espíritu. Nunca podríamos agradecer ni admirar demasiado la generosidad de esas almas que no retroceden ante el contacto de los fluidos groseros, semejantes, en esto, a esas nobles mujeres, delicadas sensitivas, quienes, por caridad, penetran en lugares repugnantes para llevar allí socorros y consuelos.

Cuantas veces hemos oído decir a nuestros guías, en el curso de las sesiones de estudio: (cuando desde el seno de los espacios venimos a vosotros, todo se limita, se empequeñece, se estrecha poco a poco. Allí arriba, gozamos de medios de acción que vosotros no podéis comprender; estos medios se debilitan tan pronto como estamos en relación con el centro humano).

Desde que uno de esos grandes espíritus desciende a nuestro nivel, desde que permanece en nuestras obscuras regiones, se apodera de él una sensación de tristeza, siente como un aminoramiento, una reducción de sus poderes y de sus percepciones. Solo por un continuo ejercicio de su voluntad, ayudado por las fuerzas magnéticas que encuentra en el espacio, es como logra acostumbrarse a nuestro mundo y proseguir el cumplimiento de las misiónes que le están encomendadas. Porque todo esta regulado en la obra de la providencia con la mira de la enseñanza gradual y del progreso de la humanidad. Los espíritus misióneros é instructores vienen, por medio de las facultades mediunímicas, a revelar las verdades que nuestro grado de evolución nos permite comprender. Desarrollan en el centro terrestre, las altas y puras concepciones de la divinidad; nos conducen paso a paso a una comprensión más vasta del objeto de la existencia y de los destinos humanos. No debemos esperar de estos espíritus las pruebas vulgares, las demostraciones de identidad que tantos experimentadores reclaman; pero de nuestras conversaciones con ellos se desprenderá una impresión de grandeza, de elevación moral, una irradiación de pureza, de caridad, que será muy superior a todas las pruebas materiales y constituirá la mejor de las pruebas morales.

Los espíritus superiores leen en nosotros, conocen nuestras intenciones y tienen poco en cuenta nuestros deseos y nuestros caprichos. Para responder a nuestros llamamientos y prestarnos asistencia, exigen de nosotros una voluntad firme, sostenida, una fe elevada y el deseo ardiente de hacernos útiles. Una vez reunidas estas condiciones, se acercan a nosotros, y empieza un lento trabajo de adaptación de sus fluidos a los nuestros, muchas veces sin que nos demos cuenta de ello. Son los preliminares obligados de toda relación consciente. A medida que la armonía de las vibraciones se establece, la comunicación se precisa bajo formas apropiadas a las aptitudes del sujeto; visión, audición, escritura, incorporación. Interesándose poco por satisfacer miras materiales o interesadas, los espíritus superiores se complacen junto a los hombres que buscan en el estudio un medio de perfeccionamiento. La pureza de nuestros sentimientos acrecienta su influencia y facilita su acción.

Otros espíritus no tan elevados, pero de generoso corazón, se unen a nosotros y nos acompañan hasta el término de nuestra peregrinación terrena. Son los genios familiares o espíritus guardianes. Cada hombre tiene él suyo. Nos guían en nuestras pruebas con una paciencia y una bondad admirables, sin cansarse jamás. Los médium tienen que recurrir a la protección de estos amigos invisibles, casi siempre miembros adelantados de nuestra familia espiritual, con los cuales hemos vivido en otro tiempo en este mundo. Han aceptado la misión, a nosotros en medio de nuestras aficiones y de nuestras alegrías, de nuestras caídas y de nuestras rehabilitaciones guiándonos hacia una vida mejor, en donde nos encontraremos reunidos para una misma tarea y en un mismo amor.

En cada uno de nosotros existen rudimentos de mediumnidad, facultades en germen que pueden desenvolverse mediante el ejercicio. Para el mayor número, un largo y perseverante trabajo es necesario. En algunos, estas facultades aparecen desde la infancia, y, con los años, alcanzan sin esfuerzo un alto grado de perfección. En este caso, son el resultado de las adquisiciones anteriores, el fruto de los trabajos llevados a cabo en la tierra o en el espacio, fruto que traemos al renacer después de venir de otras dimensiones.

Entre los sensitivos, son muchos los que tienen la intuición de un mundo superior, extraterreno en donde existen como en reserva, poderes que les es posible adquirir por medio de una comunión íntima y de aspiraciones elevadas, para manifestarlos después bajo formas diversas apropiadas a su naturaleza: adivinación, enseñanzas, acción curativa, etc.

Tomándola en este sentido, es como la mediumnidad llega a ser una facultad preciosa, pudiendo con su auxilio derramarse muchos consuelos y realizarse grandes obras.

Sería para la humanidad un poderoso medio de renovación, si todos comprendiesen que hay por encima de nosotros una fuerza inagotable de fuerza, de vida espiritual que se puede alcanzar por una impulsión gradual, por una orientación constante del pensamiento y de la voluntad, para asimilarse sus ondas, sus irradiaciones y desenvolver con facilidad las facultades latentes en nosotros.

La adquisición de estas fuerzas nos arma contra el mal, nos eleva por encima de los conflictos materiales y nos comunican mayor firmeza para el cumplimiento del deber. No hay entre los bienes terrenos ninguno comparable a la posesión de estos dones.

Llevados a su más alto grado, constituyen los grandes misióneros, los renovadores, los grandes inspirados.

¿Como podremos adquirir estos poderes, estas facultades superiores? Abriendo nuestra alma por la voluntad y la oración a las influencias de lo alto.

Todo depende de nosotros y de nuestro estado de espíritu. Así como abrimos las puertas de nuestra morada para que penetren en ella los rayos del sol, así mismo por nuestro fervor y nuestras aspiraciones, podemos abrir nuestro ser interior a los efluvios celestes.

Aquí es donde se revela la acción benéfica de la oración. Por la oración breve, humilde y ferviente, el alma se dilata y se abre a las irradiaciones del foco divino. La oración, para ser eficaz, no debe ser un reiterativa y vulgar, una formula aprendida, sino más bien un llamamiento del corazón, un acto de la voluntad que atrae así el fluido universal, las vibraciones del dinamismo divino. O también, es menester proyectar el alma, exteriorizarse por un potente arranque, y siguiendo el impulso dado, entrar en comunicación con los mundos etéreos.

Así la oración traza una vía fluídica por la cual suben las almas humanas y descienden las almas superiores, de tal manera que puede establecerse una comunión entre las otras, y que el espíritu del hombre sea iluminado y fecundado por los rayos y las fuerzas que bajan de las esferas celestes.

En espiritismo, la cuestión de educación y desarrollo de los médium es capital; los buenos médium son raros suelen decirse, y la ciencia de lo invisible, privada de medios de acción, solo lentamente progresa.

¡Pero cuantas facultades preciosas se pierden por falta de examen y de estudio! Cuantas mediumnidades derrochadas en experimentos frívolos, o que empleadas a medida del capricho, no atraen más que influencias perniciosas, produciendo únicamente malos frutos! ¡Cuantos médium inconscientes de su cargo, y del valor del don que han recibido dejan inutilizar fuerzas capaces de concurrir a la obra de renovación!

La mediumnidad es una planta delicada que para florecer necesita atentas precauciones y cuidados asiduos. Necesita método, paciencia, altas aspiraciones, sentimientos elevados. Necesita, sobre todo la tierna solicitud del espíritu bueno que le prodiga su amor y le envuelve en sus fluidos vivificantes. Pero casi siempre se le quiere hacer producir frutos prematuros, y desde aquel momento se desvía y se agosta bajo el soplo de los espíritus atrasados.

En la antigüedad, los jóvenes en que se revelaban aptitudes especiales, eran retirados del mundo, puestos fuera del alcance de toda influencia degradante, en lugares consagrados al culto, rodeados de todo cuanto podían elevar sus pensamientos y su corazón, desarrollado en ellos el sentido de lo bello. Tales eran las vírgenes vestales, las sacerdotisas druidas, las sibilas, etc.

De igual manera se producía en las escuelas de profetas y videntes de Judea, situadas lejos del bullicio de las ciudades. En el silencio del desierto, en la paz de las cumbres, se alcanzaban resultados que nos sorprenden.

Tales procedimientos son inaplicables hoy día. Las exigencias sociales, no siempre permiten al médium consagrarse como convendría al cultivo de sus facultades. Las mil necesidades de la vida de familia distraen su atención, el contacto de una sociedad más o menos frívola o corrompida, pone trabas a sus aspiraciones.

Con frecuencia es llamado a ejercer sus aptitudes en centros impregnados de fluidos impuros, de vibraciones inarmónicas que afectan su organismo impresionable, causando en él turbación y desorden.

Se necesita, por lo menos, que el médium, penetrado de la utilidad y grandeza de su cargo, se esfuerce por aumentar sus conocimientos y procure espiritualizarse hasta el más alto grado que le sea posible; que se proporcione horas de recogimiento, y entonces intente, poetizar la visión interior, llegar a las cosas divinas, a la belleza eterna y perfecta. Cuanto mayor desarrollo alcancen, su saber, su inteligencia y su moralidad, tanto más apto será para servir de intermediario a las grandes almas del espacio.

Una organización practica del Espiritismo tendrá por resultado en el porvenir, la creación de asilos especiales, en donde los médium encontraran reunidos con los medios naturales de existencia, las satisfacciones del espíritu y del corazón, las inspiraciones del arte y de la naturaleza, todo cuanto pueda imprimir a sus facultades un carácter de pureza y de elevación, haciendo reinar en torno de ellos una atmósfera de paz y de confianza.

Los espiritualistas de ultramar piensan en crear, en varios de los grandes centros americanos, o edificios comprendiendo cierto número de salas apropiadas para los diferentes géneros de manifestaciones y provistas de aparatos de comprobación y de experimentación. Cada sala, impregnándose, por el uso, del magnetismo especial que conviene a esos experimentos, sería dedicada a un orden particular de fenómenos: materializaciones, incorporaciones, escritura, telepatía, etc.

Un órgano, colocado en el centro del edificio, esparciría en todas sus partes poderosas vibraciones en las horas de sesión, a fin de establecer entre los fluidos en acción, la armonía tan necesaria. La música ejerce, en efecto una influencia soberana sobre las manifestaciones, facilitándolas y haciéndolas más intensas, como lo han reconocido numerosos experimentadores.

Lo importante, hemos dicho, para el médium, es asegurarse una protección eficaz. El auxilio de lo alto, es siempre proporcionado al objeto que nos proponemos y a los esfuerzos que hacemos para merecerlo. Se nos ayuda, se nos sostiene según la importancia de las misiónes que nos incumben en pro del interés general. Estas misiónes traen consigo pruebas, dificultades inevitables, pero siempre proporcionadas a nuestras fuerzas y a nuestras aptitudes.

Cumpliéndolas con firmeza y abnegación, estas tareas nos elevan en la jerarquía de las almas. Descuidadas, desconocidas, irrealizadas, nos hacen retroceder en la escala de progresión. Todas traen consigo responsabilidades. Desde el padre de familia que inculca a sus queridos pequeñuelos las nociones elementales del bien, el educador de la juventud, el escritor moralista hasta el orador que procura arrebatar a las multitudes hacia las cumbres del pensamiento, cada uno tiene su misión que cumplir.

No la hay más noble, no hay mayor honor que el de ser llamado a derramar, bajo la inspiración de los poderes invisibles, la verdad en el mundo, a hacer oír a lo hombres el eco debilitado de los llamamientos divinos convidándoles a todos a ascender hacia la luz y la perfección. Tal es el cargo de la mediumnidad.

Hablamos de responsabilidades. Es menester insistir sobre este punto. Muchos son los médium que buscan en la aplicación de sus facultades satisfacciones de amor propio o de interés. No cuidan facciones de amor propio o de interés. No cuidan de aportar a su obra ese sentimiento grave, reflexivo, casi religioso, que se una de las condiciones de éxito. Olvidan con harta frecuencia que la mediumnidad es uno de los medios de acción por los cuales se ejecuta el plan divino, y que no tienen derecho a disponer de él a medida de su antojo.

Hasta tanto que los médium no se hayan penetrado de la importancia de su cargo y de la extensión de sus deberes, habrá, en el ejercicio de sus facultades, un manantial de abusos y de males. Los dones psíquicos, apartados de su eminente objeto, utilizados en provecho de intereses mezquinos, se revuelven contra sus poseedores, atrayendo hacía ellos, en vez de los genios tutelares, las potencias maléficas del Más Allá.

Fuera de las condiciones de elevación de pensamiento, de moralidad y desinterés, la mediumnidad puede convertirse en un peligro. Pero mediante una firme voluntad para el bien y por sus aspiraciones hacia lo divino, el médium se impregna de fluidos depurados, una atmósfera protectora le rodea y le envuelve, protegiéndole contra los errores y los lazos de lo invisible.

Y si por su celo y su fe, por pureza de su alma, en la que no penetra ningún móvil interesado, obtiene la asistencia de una de los espíritus de luz, poseedores de los secretos del espacio, que se ciernen por cima de nosotros é irradian sobre nuestras debilidades; si ese espíritu llega a ser su protector, su amigo, su guía, por él sentirá en todo su ser una fuerza desconocida y una llama iluminar su frente. Todos aquellos que participen de sus trabajos y recojan sus frutos, sentirán su inteligencia y su corazón reconfortarse bajo las irradiaciones de un alma tan superior; un soplo de vida arrebatara su pensamiento hacia las altas regiones de lo infinito.
CONTINUA EN LA PARTE 2

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