EL PRINCIPE DE LOS MAGNETIZADORES

EL PRINCIPE DE LOS MAGNETIZADORES
Anton Mesmer nació en Alemania en 1734. Doctor en medicina por la Universidad de Viena en 1766, ya en su tesis doctoral adelanta una teoría sobre el "fluido magnético" que llena todo el universo.


En 1773 ensaya su primera cura sobre una joven que sufría convulsiones, colocando un imán sobre su frente y otros dos, uno sobre cada muslo. La chica parece curada, y su mejoría llega a los oídos del entonces presidente de la Academia de Ciencias de Munich, profesor Osterwald, el cual sufría de parálisis. EL método de Mesmer vuelve a funcionar y también Osterwald se restablece totalmente. La curación de tan prestigio so paciente lleva a cientos de personas hasta la consulta de Mesmer quien, para entonces, cree que el magnetismo fluye espontáneamente de sus manos hacia el paciente. Pero es posible que entonces Mesmer recordara la visita que hacia 1773 había hecho a un sacerdote jesuita llamado Johan Gassner. En línea con las más primitivas creencias de la raza humana, este hombre cree que las enfermedades son provocadas por la presencia de espíritus malignos a los que se puede expulsar mediante plegarias y exorcismo. Las crónicas cuentan que el padre Gassner realizaba sus ceremonias en medio de una impresionante escenografía, vestido totalmente de negro, con un crucifijo en la mano y una horrible voz con la que instala a los malos espíritus para que abandonaran el cuerpo de los enfermos. Muy probablemente, Mesmer entonces debió tomar buena nota de la convivencia de reproducir aquella apabullante puesta en escena.

Tras la avalancha de pacientes, Mesmer idea un método que le permite atender simultáneamente a un mayor número de enfermos: el "baquet" o "cuba de la sal", un artilugio de donde salen varias varillas metálicas que los pacientes empuñan para que el fluido magnético pase a sus cuerpos. En la cita con que se encabeza este capítulo el Marqués de Puységur, uno de los principales discípulos de Mesmer, narra la impresionan te aparición en escena del "maestro". Según continúa describiendo, "algunos enfermos ocupen, sienten un gran calor y sudan. Los hay que se agitan, atormentados por convulsiones que son extraordinarias por su número y fuerza. A veces, duran más de tres horas y están caracterizadas por movimientos involuntarios y precipitados de todos los miembros y del cuerpo entero, por el desenfoque y extravío de los ojos, gritos agudos, llantos, hipos y risas moderadas. Las crisis tardan una o dos horas en producirse, y hemos observados que cuando se produce una, todas las demás comienzan sucesivamente y en poco tiempo".

No parece demasiado aventurado calificar tales episodios como de histeria colectiva, muy similares a las descritas en el capitulo anterior sobre las sectas de "los convulsos". Evidentemente, las sesiones de magnetismo también lograban infinidad de curaciones. Pero un informe posterior elaborado por una comisión compuesta por miembros de la Academia de Ciencias y de la de Medicina, tras un análisis de los métodos de Mesmer, afirma que, "habiendo demostrado que la imaginación sin magnetismo produce convulsiones y que el magnetismo sin imaginación no produce nada, nada prueba la existencia del fluido magnético animal". El informe acaba concluyendo que "los efectos producidos por estos supuestos medios de curación se deben todos a la imitación y a la imaginación.

Tras Anton Mesmer, otros sanadores seguirán aplicando sus técnicas. Así sucede con el famoso Abate Faria, un sujeto todavía más estrafalario que el mismo alemán, pero que hace especial hincapié en el papel que tiene la sugestión en el proceso hipnótico.

Y del "magnetismo" mesmeriano va a derivarse otra mística curativa que alcanzará una enorme difusión. Ya en el siglo XIX, un inculto relojero llamado Phineas Qimby adopta los métodos curativos de Mesmer. Poco a poco, en sus experimentos descubre que "la mente era algo que podía ser cambiada". Y también observa que cualquier medicina es capaz de sanar siempre que él así lo ordene al paciente. De ello acertadamente deduce que "la curación no depende de la medicina, sino de la confianza que tenga al médico". Al poco tiempo, comienza a tratar a una paciente medio tullida que responde al nombre de Mary Baker Eddy. Esta, una vez completamente restablecida de sus dolencia decide crear su propia filosofía de la curación y de la salud. A medio camino entre el mesmerismo y el fundamentalismo religioso, nace el movimiento conocido como "Ciencia Cristiana", cuyo principio básico es, sencillamente, el mundo material no existe. Con tan peregrina idea motriz la ciencia cristiana consigue igualmente altos índices de curación por medio de la oración colectiva y otros ritos que elevan los niveles emocionales de los asistentes hasta un nivel que nada tiene que envidiar al descrito anteriormente, siempre presente en aquellos grupos de personas unidas por fuertes convicciones religiosas y ardiente fe.
Por cierto, que todavía en el siglo XIX, un curioso personaje, el suizo La Fontaine, aún va a padecer por las connotaciones religiosas asociadas al fenómeno de la curación. Dedicado a curar enfermos por toda Europa, con el "magnetismo", su fama llega a ser tan grande que es encarcelado bajo la acusación de realizar "una impía imitación de los milagros de Cristo" puesto en libertad por el rey Fernando de Nápoles, es recibido en audiencia por el papa Pío XII. Parece que La Fontaine explica cuidadosamente sus técnicas al receloso pontífice, hasta el punto de que éste expresa su deseo de que "para bien de la Humanidad, el magnetismo se extienda por todas partes.

De todos los científicos que participaron en aquella comisión de investigación organizada para estudiar el magnetismo de Mesmer, sólo uno pareció extraer una conclusión válida. Antoin Laurent de Jessiu recomienda que se estudie más a fondo el tema del magnetismo, pues "si el tratamiento mediante la imaginación es el mejor ¿por qué no usarlo? Pero van a pasar casi dos siglos hasta que la ciencia comience a reconocer la enorme cantidad de lazos que unen el cuerpo y la mente humanos.
DE LA MAGIA A LA CIENCIA
La Increíble Hipnosis

Después de Mesmer, el magnetismo poco a poco va perdiendo terreno a medida que la sugestión va entrando en el terreno de las investigaciones científicas para pasar a llamarse hipnosis. Su denominación contemporánea se debe a James Braid, un médico ingles que a mediados del siglo XIX la bautiza inspirándose en el nombre del dios mitológico del sueño, Hipnos, hijo de Nix, la Noche y Tánato, la Muerte. Pero la hipnosis nada tiene que ver con el sueño. Es un curioso estado alterado de conciencia, aún no totalmente despierto, pero es obvio que su actitud no se parece en nada al que se manifiesta durante la vigilia. La persona sumida en un trance hipnótico exhibe una curiosa característica: sus facultades y críticas parecen hallarse totalmente anuladas o, al menos, disminuidas, nada le parece extraño ni incongruente. Y también manifiesta una elevada sugestionabilidad. Todo lo que la voz del hipnotizador le dicte será aceptado como correcto y obedecerá las órdenes que reciba. En términos neurológicos parece que todo ello se podría reflejar en dos características: por un lado, mayor actividad del sistema límbico, la parte más primitiva del cerebro relacionada con los sentimientos y los instintos primarios. Por otro, una inhibición del neocórtex, la zona más reciente que nos ha proporcionado la evolución, que halla directamente implicada en los procesos racionales. No vamos a extendernos aquí en lo sorprendente y aún discutidas posibilidades de la hipnosis, excepto en sus increíbles efectos psicosomáticos.

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