BREVE HISTORIA DE LA LOCURA



Desde las expulsiones en barcos hasta los modernos institutos de rehabilitación, la locura ha sido ocultada o reivindicada, se ha instalado en el poder o ha sido perseguida por este, ha servido para cometer crímenes y atrocidades o para dar lugar a las mejores creaciones artísticas del hombre।
Cuando las últimas llamas dejan de arder, la música también cesa. Nerón ha terminado su concierto de lira y contempla el paisaje de Roma incendiada. Pero el hecho de que el emperador mandase a incendiar su ciudad es apenas un signo de locura. Hace envenenar a Británico, a su madre y al amante de su madre; destierra a su esposa Octavia y luego manda a matarla para casarse con Popea. Entre sus víctimas figuran también personas notorias como Petronio, Séneca, Lucano y Corbulon.
Nerón se asumía como el dueño de la vida y de la muerte y decía que mataba "por un deseo de belleza". Antes de morir es presa de delirios alucinatorios: confiesa que lo persigue el fantasma de su madre y que "las Furias agitan delante de mí látigos vengadores".
La historia del emperador romano es una clara muestra de que la locura no hace distinciones y que puede atacar al mendigo más marginado de la sociedad como al máximo administrador del poder en el imperio más poderoso del mundo antiguo. Claro que las consecuencias pueden ser distintas en uno y otro.
¿Cómo fue evolucionando esta enfermedad? ¿Cuáles fueron los mecanismos para superarla? ¿Qué personajes de la historia la padecieron y cómo afectaron a sus contemporáneos? Conocer la locura desde que era un mal inexplicable hasta la actualidad es el propósito de este repaso a través de su historia.
EXPULSADO O ENCERRADO
Antes de que se consagraran los recintos para contenerlos, los locos tenían una existencia errante. Expulsados de las ciudades, se los dejaba recorrer los campos apartados.
Era también muy frecuente que fueran confiados a barqueros: en Frankfurt, en 1399, se encargó a unos marineros que libraran la ciudad de un loco que se paseaba desnudo.
Para la misma época, en centros urbanos como Nüremberg, se reúne a los locos de la ciudad y a otros remitidos de lugares aledaños y son alojados y mantenidos por el presupuesto de la ciudad. Pero no son tratados: son simplemente arrojados a las prisiones.
Otras ciudades, en cambio, preferían expulsar a los dementes con ceremonias rituales: en ocasiones, los insanos eran azotados públicamente, y como una especie de juego, los pobladores los perseguían simulando una carrera, y los expulsaban de la ciudad golpeándolos con varas.
En la Edad Media enfermedades como la epilepsia son explicadas como posesiones diabólicas. Los especialistas de la época consideran a los "posesos" como enfermos totales, infectados mental y físicamente por Satanás y subrayan el hecho de que la expulsión del diablo se acompaña de "desechos de humores viciados, sangrientos o purulentos, acompañados de exhalaciones pestilenciales". ¿La solución? La tortura, la reclusión en calabozos y los exorcismos para sacarles los demonios. Si todo esto fracasaba quedaba el último recurso: la hoguera. Con la creación en 1656 del Hospital General de París los locos comienzan a encerrarse como regla. El Hospital se proponía tratar de impedir "la mendicidad y la ociosidad, como fuente de todos los desordenes" y aunque no mejora el tratamiento, la locura comienza a percibirse como un problema y una en enfermedad.
A comienzos del siglo XVIII aparecen las primeras "fórmulas" para curar la insania. En el libro Manifestación de cien secretos, del Dr. Juan Curvo Cemmedo, publicado en Madrid en 1736, se daba una receta infalible para terminar con la enfermedad mental: mandad cocer una cabeza de carnero con su lana en cuatros azumbres de agua, hasta que quede en tres cuartillos, y este cocimiento colado mojaréis dos taleguillos de lienzo ralo, se rellenarán de hojas de malva, violetas, cabezas de adormidera y rosas rubias: póngase alternativamente dichos taleguillos empapados en este cocimiento caliente, experimentaréis grande provecho. No hay documento que demuestre que esta receta hubiera curado algún loco, pero se sabe que el tratamiento era seguido por algunos médicos de la época.
Recién en 1794, se empezó un tratamiento humano de estos enfermos, con Phillippe Pinel, director del asilo de alienados de la Salpetriere de París. Frente a los métodos de violencia empleados anteriormente, se introdujo el uso de medicamentos y otras formas clínicas de curación. En Alemania, se concibió el hospital mental como una casa de campo, muy semejante a las empresas agrícolas. Con el nuevo siglo, los establecimientos que alojaban a los enfermos con problemas mentales tendrían una evolución que iría de la mano de los avances en la medicina, hasta llegar al modelo actual de institutos neuropsiquiátricos.
LA LOCURA REAL
Gaspar Balaus, orador, poeta y médico del siglo XVII, cayó en tal debilidad mental, que creía que su cuerpo era de manteca y no quería aproximarse al fuego, por medio a derretirse. Un día de mucho calor, temiendo por su consistencia, se arrojó de cabeza a un pozo y murió ahogado.
Pero este, como tantos otros casos que nos mueven a la sonrisa o a la piedad, pueblan la historia. El problema es cuando la locura se instala en el poder y un pueblo queda a merced de la decisión alucinada de una persona.
El caso extremo son las monarquías, donde el soberano es quien detenta el poder supremo. Y hay varios casos en la historia que dan cuenta de reyes alucinados.
Felipe V, primer rey de la Casa de Borbón, también padecía de problemas mentales. Los médicos reales dictaminaban que sufría "frenesí, melancolía morbo, manía y melancolía hipocondríaca". Se negaba obstinadamente a dejarse afeitar, cortar los cabellos y las uñas y no cambió de ropa, al menos, durante un año. Sus cabellos sobresalían de su peluca, que no se quedaba nunca. Decía que le había cortado los brazos y las piernas, pero también se creía muerto, y preguntaba por qué no se lo había enterrado. Y cuando no se creía muerto aseguraba que lo habían envenenado o que era una rana. En esos momentos soltaba unos alaridos horrorosos que de noche despertaban a todo el palacio.
Jorge III de Inglatera enloqueció, recobró la razón y la volvió a perder hasta su muerte. Cuando el primer ministro presentó a su aprobación el discurso de la corona, que debía pronunciar en la apertura del parlamento, el rey Jorge lo leyó atentamente e inquirió: -¿y por qué no se hablan de mis cisnes?
El ministro quedó asombrado, pero viendo que el rey insistía con la mayor seriedad en que debían incluirse los cisnes en su discurso, empezó un párrafo diciendo: así como los cisnes se deslizan suavemente por el agua, así el reino...
Los honorables miembros del parlamento creyeron que la imagen estaba un poco traída de los pelos; pero a la semana siguiente se enteraron que Su Majestad "no estaba en sus cabales".
Pero no fueron los únicos reyes que no estaba en su sano juicio: también falleció loco Gustavo IV de Suecia; Jerjes, rey de Persia mandaba a atrapar y azotar al mar rugiente; el padre de Federico el Grande padeció verdaderos ataques de enajenación; Maximiliano de Austria, suegro de Juana la Loca, sucumbió de un atracón de melones, era excéntrico y llevaba su propio ataúd a todas partes y Federico I tenía alucinaciones y murió de miedo por haber visto un fantasma.
LAS PATOGRAFIAS
A mediados del siglo XVIII se pusieron en boga las patografías, o estudios biográficos de ciertas personalidades históricas psíquicamente anormales, a fin de determinar posibles relaciones entre el genio y la locura. Así, entre los histéricos aparece Isabel de Inglatera, Lord Byron o Voltaire; Sócrates, Leonardo da Vinci, Goethe o El Greco son catalogados como psicópatas; como paranoicos aparecen seres tan disímiles como Rousseau, Buda o Beethoven, en tanto que Calígula o Robespierre son tildados de paranoides y mientras León Tolstoies diagnosticado "ciclofrénico", Blas Pascal, Isaac Newton o Vincent Van Gogh aparecen como esquizofrénicos.
El estudio patográfico se basa en anotaciones biográficas, correspondencia y documentos de la época para elaborar sus diagnósticos. De este modo, se pudo descubrir que la última etapa de la vida de Martín Lutero (1483-1546), tenía profundas fases depresivas en las que creía tener luchas con el demonio. Gracias a estos análisis de documentación, se pueden diagnosticar, por ejemplo, que Camille Flaubert (1821-1880) padecía de "neurosis complicada con crisis convulsivas psicógenas" o que Abraham Lincoln (1809-1852) era un hombre amargado por depresiones periódicas.
Distinto parece ser el caso Goethe (1749-1852), en el que los especialistas no parecen ponerse de acuerdo. Estudiada su patografía por varios psiquiatras, se establecieron entre otros, los siguientes diagnósticos: "psicopatía y fases maniacodepresivas endógenas leves" (Moebius, 1898); "estados submaníacos" (Sanger, 1899); "fijación libidinosa a la madre y a la hermana" (Bank); "envidia a los hermanos más jóvenes" (Freud, 1917); "psicopatía depresiva grave" (Jacovi, 1922); "ligera ciclofrenía" (Lange, 1922). Los resultados sirven, además, para hacer un seguimiento de los distintos conceptos de locura que se tuvieron a lo largo de la historia.
Anónimos o famosos, lo cierto es que la locura evolucionó en su tratamiento, pero no tanto en el concepto social que se tiene del enfermo mental, al que se lo trata de una forma inferior a la del que padece un mal físico. Hasta los hospitales reciben mejor cuidado que los manicomios. Costumbres todas que podría alterarse con un cambio en la visión del problema.
EL MUERTO QUE COME
Los especialistas en tratar la locura se diferencian de los otros médicos cuando insisten en que su arte consiste en encontrar una solución particular para cada enfermo. En su Historia de la locura de la época clásica, Michell Foucault cuenta un caso que sirve como ejemplo.
En una casa de salud había un loco que se creía muerto; por lo tanto se negaba a tomar alimentos. Los médicos temían por la vida del enfermo. Decidieron seguirlo en el delirio. Introdujeron en la habitación del loco a varias personas vestidas con mortajas y convenientemente maquilladas para que parecieran muertas. Prepararon una mesa con comida y comenzaron a disfrutar de los majares. El loco los miraba famélico. Los comensales se mostraron sorprendidos de que el enfermo permaneciera en la cama y lo persuadieron de que los muertos comen por lo menos, tanto como los vivos. El loco entro en el juego y aceptó comer.
ARTE & LOCURA
La antigua y presente idea de que la locura sería inevitable en el caso de los artistas geniales pareció tener en el siglo pasado su conformación científica en el libro Genio y locura, de un médico italiano Cesare Lombroso. Lombroso sostenía que la mayoría de los grandes hombres padecieron trastornos neurológicos o psiquiátricos. Especialmente creyó encontrar una relación entre genio y epilepsia. El genio insinuaba, era la faceta afortunada de una psicosis degenerativa.
En los últimos veinte años, la psiquiatría se ha orienta do en dos direcciones una de ellas sigue, en forma intuitiva, las teorías de Lombroso. La otra orientación, que es la Freud aconsejaba, se limitaba a investigar en cada artista la preferencia por un medio de expresión y la selección de temas.
Gracias a esta metodología han podido descubrirse diversas patologías en artistas como Vincent Van Gogh, Leonardo Da Vinci, Benbenuto Cellini, Caravaggio, Goya, Hugo van del Goes, Robert Schuman, Franz Liszt o Wolfgang Amadeus Mozart, entre otros.
También son válidas las referencias de testigos cuando describen hechos concretos. De la enfermedad que anuló al genio poético Johann Christian Hölderlin tenemos idea gracias al relato de alguno de sus visitantes... le regalaron un piano del que inmediatamente cortó casi todas las cuerdas, sobre las pocas restantes intentaba tocar, a veces el día entero, en ocasiones cantando palabras incomprensibles, en un tono desgarrador...
¿SER O NO SER?
¿Cuáles son los signos que marcan la frontera que señala que una persona es loca y que la otra no lo es? El doctor Gall, creador de la frenología, tuvo esta duda cuando cierta vez visitó a los locos de Bicetre para examinarlos. Le llamó la atención uno de ellos y le dijo: -¿Cómo es que usted está aquí?, me parece que es usted una persona tan normal como yo.
En su cráneo no encuentro ningún signo de locura... -No le extrañe, doctor porque esta no es mi cabeza, sino una que me puse para sustituir la me cortaron en la revolución.
FAMOSOS LOCOS CONTEMPORANEOS
El excéntrico "billonario" Howard Hughes era un despreocupado aventurero de la aviación a tal punto que tuvo siete lesiones en la cabeza en seis años, como consecuencia de su poca responsabilidad a la hora de volar. Las lesiones lo condujeron a un detrimento en sus funciones y le acarrearon otros accidentes. Años más tarde exigiría a sus colaboradores que usaran guantes blancos y que le entregaran los objetos en envueltos en toallas de papel. Se negaba a bañarse y usaba la misma ropa durante meses, y aunque podía recuperarse por breves momentos, su vida terminó en un trágico aislamiento y locura.
Más allá de los millonarios excéntricos y los artistas la locura de los notorios en la época contemporánea parece asentarse en algunos representantes en la clase política. La paranoia, encarada por ejemplo en Adolf Hitler; el deterioro mental del líder, como pasó James B. Forrestal, primer secretario de Defensa norteamericano, que se suicidó en 1949 tras manifestar una serie de claros síntomas psicóticos; la obligación de dar una imagen, como con el nazi Rudolf Hess, que terminó siendo calificado por los médicos como un "loco que, no creyéndose loco, finge estar loco"; la agresividad patológica de la mayoría de los líderes y la manipulación del ídolo que puede colocar a una persona a la máxima consideración y tiempo más tarde transformarlo en el ser más odiado, sería alguna de las características que dan origen a las desestabilizaciones en la racionalidad de algunos políticos.

Comentarios

Entradas populares