CUANDO LA HUMANIDAD PERDIO EL NORTE



CUANDO LA HUMANIDAD PERDIO EL NORTE





El continente hiperbóreo, cuna de la sabiduría y del hombre primordial. Las tradiciones de los pueblos más diversos remontan sus orígenes a una tierra de luz y esplendor situada en los confines nórdicos.

Numerosos autores se refieren a ella como Hiperbórea, un continente anterior a la Atlántida, que habría desaparecido hace decenas de miles de años. Y sitúan allí el paraíso terrenal, la cuna de la humanidad primigenia, de la que luego derivarían las distintas razas y culturas. Aquí en estos modestos apuntes tratamos de traer un poco de luz a este tema tan polémico.

Eran los años del dominio napoleónico sobre Europa. Un destacado esoterista, el francés Fabre d'Olivet, publicaba su célebre y voluminosa Historia Filosófica del Género Humano. En ella argumentaba que la raza blanca nació en las cercanías del polo boreal, desde donde descendió para imponer su dominio y civilización en la tierra, hasta entonces controlada por la raza negra.

La idea no era nueva, pues ya en el siglo XVIII el científico Bailly situaba la Atlántida de Platón en las regiones árticas. Sostenía que las rocas desiertas y heladas de las islas Spitzberg habían sido la cuna de todas las ciencias, artes y mitologías de la humanidad. Semejante tesis puede parecer fruto de la desbordada fantasía romántica o de la extravagancia decimonónica, pero aunque esté incorrectamente formulada- hay en ella una intuición genial, cuya validez parece corroborada por posteriores investigaciones científicas y por el estudio de los mitos y tradiciones sagradas de los pueblos más diversos.

EL POLO NORTE: Patria de pueblos y culturas

En 1903 aparece en India un libro que tendría un tremendo impacto fuera de sus fronteras: La Patria Artica de los Vedas. Su autor es el sabio B. G. Tilak, amigo y colaborador de Gandhi en su lucha por la independencia de la India y el retorno a sus tradiciones ancestrales. Combinando los más recientes hallazgos de la geología, la arqueología o la lingüística con la exégesis de los más antiguos textos sagrados arios, el Avesta de los Vedas, Tilak llega a la conclusión de que "los arios no fueron autóctonos de Europa ni de Asia central, sino que tuvieron su hogar original cerca del Polo Norte, en la era paleolítica", y que emigraron hacia el Sur debido a terribles cambios climáticos. A las mismas conclusiones llegará el ilustre lingüista español Alemá y Bolufer.

Casi simultáneamente aparece en Estados Unidos la obra del Dr. Warren El Paraíso Encontrado. En ella, tras estudiar los mitos y leyendas de los pueblos más diversos, concluye que la patria originaria del género humano se hallaba en las regiones próximas al Polo Norte. Y en Alemania, el arqueólogo y prehistoriador Georgé Biedenkapp, publica en 1908 un estudio en el que proporciona nuevos datos en apoyo de tal tesis.

En los años veinte, estas teorías reciben un considerable refuerzo con dos obras monumentales, publicadas por el holandés Hermann Wirth, que provocarán una verdadera conmoción en los ambientes intelectuales europeos.

En ellas postula la existencia de una "raza primordial" que surgió en el ártico en la remota prehistoria y que creó la civilización y la difundió por todo el orbe. Wirth considera dos centros distintos, aunque conexos, de dispersión de esta raza, portadora de una religión monoteísta y solar: la patria originaria ártica y una sede atlántica. Estos y otros muchos investigadores apuntan al mítico continente hiperbóreo, la sede polar que fue cuna de la tradición espiritual de la humanidad, según la enseñanza de esoterismo universal.

LA ISLA DEL ESPLENDOR

De este continente desaparecido se ha hablado mucho menos que de la Atlántida, pero ocupa un puesto más relevante en la historia cíclica de la humanidad, pues no sólo es anterior a aquella en el tiempo y en la función: la Atlántida fue, según todos los indicios y los autores más cualificados, una colonia o derivación de la sede polar, centro supremo y primordial del ciclo en que actualmente nos encontramos.

El recuerdo de la legendaria patria polar se conserva en los mitos de los más diversos pueblos, en los que aparece descrita como Tierra del Sol, Montaña de Luz, Isla de esplendor, verde o blanca, Tierra Lúcida o Tierra del Centro. Lugar que, como indica Julius Evola, se perfila también como "centro supremo del mundo" y "sede de hombres trascendentes, de héroes y de inmortales".

Es el Airyan Vaejo o Eran Vej ("patria de origen de los arios") de la tradición zoroástrica persa; una tierra del extremo septentrión, creada por Ahura Mazda (Ormuz), el dios de la luz, que es sede de Yima, el rey primordial del mito mazdeo. Contra este reino de luz y esplendor, en el que imperaba una eterna primavera, se alzó la "serpiente del invierno", obra de Angra Maiyniu (Ahrimón), el dios de las tinieblas, que desencadenando tempestades de frío y de nieve, acabó convirtiendo dicho continente en un yermo oscuro, gélido e inhóspito.

Esta tierra luminosa se corresponde con el Shveta-dvipa, la "isla blanca" o "isla del esplendor", de la tradición hindú, situada asimismo en el alto Norte y sede del Vishnú solar cuyo emblema es la "cruz polar" o svástica. En dicha isla -a la que también se da el nombre de Varahi, "la Tierra del Jabalí", animal que simboliza la sabiduría sagrada- residen los grandes ascetas (maha-yoguis) y los "hijos del Brahaman", por encima de todo lo que es agitación samsárica.
En la tradición nórdico-germánica la patria boreal aparece como Asgard, el Paraíso de los Dioses, llamada también Midgard, "Tierra del Medio". Reino aéreo y luminoso que se ve amenazado por su antítesis, Utgard, el reino de la oscuridad y de los hielos, que acabará por proyectar sus sombras sobre aquel paraíso, haciendo de él un mundo gélido y sombrío. Los mitos relativos al Ragnarók u "ocaso de los dioses" aluden a los cataclismos que asolaron aquel nórdico: el espantoso invierno, el oscurecimiento del Sol, las tempestades de nieve que impiden la visión y el encrespamiento del mar que acaba engullendo la tierra. Otras representaciones del continente polar son el Monte Hu-Ling de la tradición china, situada al norte del Monte del Norte, y que el emperador Mu hubo de abandonar con gran llanto y pesar; Shambhala, la mítica Ciudad del Norte tibetano; la Tula o To-lan, cuna legendaria de los toltecas, una Tierra del Sol en cuyo centro se eleva la Montaña Blanca de Aztlán; la Thule de los griegos, patria del Apolo hiperbóreo, el dios solar de la armonía y el equilibrio; y Avalón, la isla blanca del mito céltico, concebida como "sede de los inmortales". El recuerdo del continente hiperbóreo pervive también en numerosas leyendas chinas, islámicas o nórdico-medievales cuyo argumento gira en torno a una montaña polar magnética.

CLIMA TROPICAL EN EL ARTICO

La geología ha confirmado que en épocas remotas existió una masa continental ártica dotada de un excelente clima. Y según eminentes investigadores, Groenlandia debió estar unida a las regiones septentrionales de Europa y América, sirviéndose de puente entre ambos continente, junto con islas como Islandia o las Feroe. Algunas teorías sostienen que archipiélagos del Océano Artico, como las Spitzberg, Nueva Zembla, las islas de Jan Mayen y de los Osos, la Tierra de Francisco José, etcétera, son los restos de un continente desaparecido: montañas más elevadas que no fueron cubiertas por las aguas.

A todo esto se añade el descubrimiento de importantes yacimientos de carbón fósil bajo el hielo que cubre los restos del primitivo continente ártico, lo que significa que allí creció antaño una exuberante vegetación. Además, el examen de dicho carbón revela que proviene de árboles que no tienen en su corteza señales del crecimiento anual, es decir cuyo desarrollo no se veía detenido por el intervalo invernal. Estos datos como señala Evola, demuestra que en las primitivas regiones árticas "existía un clima moderado, que permitía un desarrollo ininterrumpido de la vegetación, tal como hoy se da en los trópicos".

El nombre de Groenlandia quiere decir "tierra verde", en alusión al llamativo verdor que -según testimonios históricos- hace siglos fue característico de esa gran isla hoy cubierta de hielos.

Las investigaciones sanguíneo-serológicas efectuadas entre las distintas poblaciones de las regiones septentrionales de los continentes americano y euroasiático, según Hermann Wirth, revelan la existencia de los mismos grupos sanguíneos entre todos ellos. Se detectan además rasgos faciales muy similares a los de la raza nórdica europea entre indios y esquimales, lo que sería indicio de un parentesco remoto, derivado de un común origen ártico.

EL PARAISO BOREAL Y LA EDAD DE ORO

Tilak destaca las descripciones precisas que de tres fenómenos astronómicos propios de las regiones polares ha localizado en el Avesta persa y en los Vedas hindúes, los más antiguos libros sagrados de la humanidad: Uno, que el Sol no asciende ni desciende en el cielo, sino que gira en torno al que lo contempla, recorriendo el horizonte como si fuera una rueda; dos, la existencia de un año que sólo tiene un largo día y una larga noche, de seis meses cada uno; y tres, la existencia de un único amanecer y un único ocaso, que en el Polo duran dos meses cada uno, mientras que en la zona circumpolar da lugar a una aurora de varios días de duración.

De todo ello se deduce la existencia de condiciones paradisíacas en el Polo Norte y su condición como cuna de numerosos pueblos y culturas, y de la más alta herencia espiritual del género humano. Pero es que además, todas las tradiciones coinciden en señalar que hiperbóreo fue sede de la era de plenitud y esplendor con la que comienza el ciclo de la actual humanidad y un verdadero vergel polar o paraíso ártico. Por ello, no sería aventurado concluir que el mítico continente hiperbóreo es el paraíso bíblico, que nuestros antepasados hubieron de abandonar a causa de su congelación y posterior desaparición: los más autorizados exponentes de la llamada "línea tradicional" corroboran esta tesis, que se deduce del estudio comparado de las antiguas tradiciones y del mensaje contenido de la ciencia sagrada. Así, Rene Guenón considera que los nombres de Pardes y Paradesha conque se designa al paraíso terrenal en la tradición hebrea son equivalentes a los de Tula, Agartha o Avanón que recibe el continente boreal en otras tradiciones, señalando que la montaña que muchos mitos sitúan en el Paraíso bíblico es idéntica a la "montaña polar" (el Al-borj persa, el Meru hindú, el Olimpo griego, la montaña de Oaf en el Islam, etc.). Y ya en el siglo XVI, el hermetista francés Guillaume Postel afirmaba que el paraíso se encontraba bajo los hielos del ártico.

CONGELACION DEL POLO NORTE

Todo parece indicar que el proceso que hizo del primitivo vergel polar una zona inhóspita se debió a la acción conjunta de importantes alteraciones climáticas y geológicas. Una serie de terribles cataclismos acabaron transformando por completo la faz de aquellas altas regiones.

Según las hipótesis barajadas por la mayoría de los autores, por un lado, se produciría el hundimiento de una parte considerable del continente ártico, quizá a causa de una sucesión de movimientos sísmicos y de erupciones volcánicas; algo semejante a lo que ocurrirá más tarde con la Atlántida. A ello se añadiría un drástico cambio en el clima del Polo Norte, que provocaría la congelación de los restos de aquel continente. A partir de entonces, donde antes reinaba una perenne primavera, imperaría un invierno perpetuo e implacable que haría imposible la vida humana. Algunos geólogos, como Kúppen y Wuegener, opinan que tales cambios climáticos pudieron ser provocados por un desplazamiento del polo o eje de la Tierra. Debido a tan tremendos cambios cósmicos, los habitantes del centro polar se vieron obligados a abandonarlo para buscar regiones que permitieran su asentamientos; lo que, por su puesto que ya con anterioridad a dichos cataclismos existieran corrientes de colonización y de irradiación cultural hacia otras tierras. Se originaron así grandes oleadas migratorias hacia regiones más meridionales, cuyos últimos coletazos históricos son aquellos movimientos de población que acompañan a la dispersión por Europa y Asia de los pueblos de la familia "aria" o indoeuropea (helenos, itálicos, celtas, germanos, eslavos, persas, indoarios, ilirios, tracios, escitas, tocarios etc.).

Este masivo movimiento de pueblos que parten de las regiones árticas sigue una línea descendente, hecho que reviste una especial significación simbólica. Si consideramos el Polo Norte como el extremo superior del globo terrestre, el movimiento de los que lo abandonaron para dirigirse hacia el Sur puede ser interpretado como un descenso geográfico. Un descenso que significa al mismo tiempo una caída, un hundimiento en el plano de lo horizontal y material: es la caída primordial de lo que hablan tantos mitos y tradiciones sagradas, caída que el cristianismo conceptúa como "pecado original" y que las tradiciones orientales conciben ligada a la ignorancia o ceguera espiritual.

EL HOMBRE HIPERBÓREO

Las leyendas griegas presentan a los hiperbóreos como los hombres más nobles, justos y religiosos, hijos predilectos de los dioses. Y el Bhagavata Purana hindú les describe como "contentos y llenos de compasión, con sus pasiones y sentidos apaciguados", seres que "encuentran en sí mismos la felicidad y lo ven todo con la misma mirada", que viven en la paz e ignoran el odio.

Todas las fuentes tradicionales coinciden en caracterizar les como hombres "polares" en la plena acepción de la palabra, con todo lo que esta implica de firmeza y estabilidad, de existir centrado, integral, equilibrado y armónico. Es un tipo humano en el que se hace realidad esa centralidad que expresa simbólicamente el signo de la Svástika o "cruz polar" cuyas aspas giran con movimiento rítmico en torno a un centro inmóvil por el que pasa el eje que une Cielo y Tierra. Un hombre que vive en armonía consigo mismo, con la naturaleza y con Dios, por girar toda su existencia en torno a ese eje vertical que conecta el devenir cósmico con el polo supremo. Un ser andrógino, en el que se realiza el ideal alquímico de la "conciliación de los contrarios": en el que encuentran su perfecta armonización la horizontal y la vertical (figura plasma da en el símbolo de la cruz), la virilidad y la feminidad, la acción y la contemplación, la frialdad geométrica y la música cálida, la fuerza y la ternura. Un tipo dotado del "tercer ojo" u ojo de la sabiduría trascendente, que es a un tiempo rey de todo lo creado. Por su profundo conocimiento de las leyes cósmicas y sus poderes mágicos, y sacerdote del Cosmos, ya que con su misma vida lleva a cabo el gran sacrificio que hace posible el orden universal.

La primitiva humanidad hiperbórea ha sido definida como una super raza o una super casta, por representar un tipo anterior a la diferenciación ulterior que daría origen a las cuatro razas (blanca, amarilla, negra y roja), y en las cuatro castas (sacerdotal, guerrera, mercantil y trabajadora), integrándolas a todas ellas en una síntesis superior. Es la indistinción primordial, que guarda relación con la apuntada naturaleza polar, dada la relación existente entre las cuatro razas y castas y los cuatro puntos cardinales: así como el Polo desde una perspectiva simbólica, está en el centro de la cruz cuyos extremos figuran el Norte, el Este, el Sur y el Oeste, este tipo humano se halla en el centro donde se unen y de don de brotan los cuatro tipos derivados, cada uno con su propio temperamento o tendencia dominante; pues en él esos cuatro temperamentos están en perfecto equilibrio.

"Super raza uránica" llama Evola a la raza hiperbórea por la presencia en ella de la luz celeste. Y tanto Guenón como Georgel señalan que su naturaleza corresponde a la super casta primordial que la tradición hindú designa con el nombre de Hamsa.

El panorama que nos ofrece esta visión mítica es justo todo lo contrario de la imagen que nos proporcionan la moderna visión evolucionista, con sus hipótesis sobre nuestros antepasados antropoides y simiescos. Un mito frente a otro: el mito sagrado frente al mito profano y profanador. Esta es la disyuntiva en la que nos sitúa la consideración del misterio de los orígenes: elegir entre la visión que nos ofrece el autentico mito, con un hondo mensaje espiritual, de raíces milenarias y de origen trascendente, a lo que nos ofrece la visión cientificista, de creación moderna, desmitificadora y antimítica por esencia.

EL GRAN ERROR NAZI

La imagen mítica de una patria polar de los arios no podía dejar de atraer la atención del nazismo, que se autoproclamaba de inspiración y vocación racial "nórdica" y aria. No es casualidad que una de las sociedades que desempeñaron un papel más decisivo en la configuración de su ideología adopta se el nombre de Thule y que tanto éstas como los nazis eligieran como emblema el símbolo pola de la Svástika, aunque interpretado erróneamente e injustificadamente, en clave racista y antisemita.

En su obra El Mito del Siglo XX, Alfred Rosemberg, ideólogo oficial del partido nazi, traza un esquema de la historia que arranca de las lejanas tierras polares. Rosemberg afirma que las estirpes nórdicas guerreras y navegantes, que difundieron por el globo el mito solar y una visión heroica de la vida, partieron de "un floreciente continente" que se alzaba en los confines del Atlántico Norte. Johan von Leers, uno de los principales ideólogos nazis, afirma que la "visión del mundo" propia de los antiguos arios, con su creencia en "el eterno retorno de la luz", plasmada en el disco solar o "cruz-rueda" y en la cruz gamada, "sólo pudo haber surgido donde la sucesión de luz y oscuridad, de noche cerrada y resplandor del sol fue especialmente intensa: en las regiones árticas que luego fueron pasto de la glaciación". Y ya Rudolf Gorsleben, autor de la escuela ariosófica, que influyó mucho en la ideología nazi, sostenía que "la vida surgió en el Polo Norte" y que "el país de los hiperbóreos" es la "patria primordial" aria. Por ello, el nazismo acuñaría el lema "la luz viene del Norte" como contraria a la divisa masónica "la luz viene del Oriente" que -para ellos-negaba el mérito de la raza nórdica como forjadora de la cultura e incitaba a los europeos a buscar la salvación en concepciones religiosas propias de razas extrañas.

Uno de los errores de los idiologos nazis fue enfocar el mito nórdico del paraíso polar desde una perspectiva racial naturalista, considerándolo como lugar de origen exclusivo de la raza aria. Se les escapa que, según la tradición esotérica los troncos arios fueron simplemente los últimos en abandonar las regiones árticas, y que Hiperbórea fue cuna de un tipo sobrehumano anterior a la diferenciación racial, por lo cual es la remota patria de origen de todas las razas humanas. Se equivocan, además, al creer que la "Luz del Norte" se opone a la "Luz del Oriente", ya que ambas responden a dos fases distintas de una misma revelación espiritual.


EL MISTERIO DEL NORTE

El Norte a designado siempre a los seres humanos. Hau en él una irresistible fuerza de atracción, semejante a la de un misterioso imán, como si en las regiones del alto Norte, además del polo magnético terrestre, yaciera oculto un centro magnético espiritual.

Las realidades cósmicas, naturales e históricas, tienen una significación simbólica que va más allá de su apariencia fenoménica, y que es inseparable de ella. En relación con el Norte, este simbolismo cobra una dimensión reveladora. ¿Es casualidad que la brújula apunté al Norte? ¿No decimos que quien anda desorientado "ha perdido su norte"? ¿No está el Norte en lo alto del orbe, y su ruta tiene un sentido ascendente, como indicando una meta para la existencia? ¿No es la estrella polar la cima del firmamento y sirve como guía nocturna para marinos y caminantes?... Es significativo que, mientras el Artico y el Polo Norte tienen tantas connotaciones simbólicas, no ocurra lo mismo con la Antártida y el Polo Sur.

El origen polar nórdico de la Tradición esotérica explica la importancia mística y simbólica del Polo y del Norte en muy diversas tradiciones espirituales. Así, la china lo considera la región más próxima al cielo y la más cercana a la sabiduría divina. En la hindú, es considerado el camino del sol el "sendero de los dioses", la vía del brahmán o realidad absoluta. La palabra sánscrita para el Norte, Uttara, significa "la región más elevada". El Atharvashira-Upanishad dice que "es la ruta trazada hacia el Norte por la que marchan los dioses y a través de la cual los antepasados y los rishis (a quienes fueron revelados los Vedas) alcanzan la meta Suprema.

En el esoterismo islámico, la palabra Qotb (Polo), designa una altísima jerarquía espiritual de la cadena iniciática. En el Sufismo persa todo gira en torno a la idea de "la Luz del Norte", que resplandece en plena noche, reproduciendo en escala interior los fenómenos árticos del Sol de medianoche y el resplandor de la aurora boreal. Como indica el gran especia lista H. Corbin, el Oriente suprasensible, objeto de la búsqueda eterna para místicos como Sohrawardi o Najm Kobra, "está en la dirección del Norte, en el Polo celeste, un extremo Norte tan extremo que está en el umbral de la dimensión del más allá". Para tales corrientes místicas, el ideal de perfección lo encarna "el hombre nórdico" u "hombre oriental", el que "está en el Norte" o camina hacia el Norte, de donde ha venido, por lo que está verdaderamente orientado. Su mirada está fija en la Tierra lúcida, "Tierra de la luz", situada en el Norte cósmico, y toda su vida cobra el sentido de una ascensión. Frente a él está el hombre desorientado, que ha perdido el Norte y ya no distingue el arriba y el abajo.


¿CUANDO DESAPARECIO EL CONTINENTE BOREAL?

En una documentadísima obra que traza una visión de la historia universal de la perspectiva de la doctrina cíclica tradicional, Gastón Georgel habla del continente hiperbóreo como sede de la edad de oro primigenia. Distingue dos fases dentro de esa primera edad de nuestro ciclo histórico: una inicial, más pura e integral, que tiene por sede el Polo Norte, y otra posterior, que supone un cierto declive y un desplazamiento hacia Oriente, dando así lugar al "Edén oriental".

Aplicando los cálculos resultantes de las orientaciones muy precisas contenidas en los textos sagrados hindúes, Georgel deduce que esa primera fase correspondiente a hiperbórea, debió extenderse desde el año 63.000 al 50.000 a. de C. La segunda fase de la edad de oro, que correspondería a un predominio de la raza amarilla, abarcaría hasta el 37.000 a. de C., fecha en que habría tenido lugar la "Caída" definitiva que su puso la pérdida del Jardín del Edén oriental.

Jean Phaure, que se basa sobre en todo cálculos astrológicos en las "eras zodiacales", sitúa el fin de la "Edad de oro" hacia el 40.000 a. de C. Por su parte, el hindú Tilak señala que el primitivo paraíso ártico debió florecer durante el último período interglaciar, y recuerda que -en opinión de algunos investigadores- es muy probable que las regiones polares estuvieran pobladas entre el 80.000 y el 8.000 a. de C.

De aceptarse esta cifra, las alteraciones climáticas y los cataclismos que convirtieron en tierras inhóspitas las tierras del mítico paraíso boreal tuvieron lugar unos 50 o 40 milenios antes de nuestra era, aunque lo más probable es que tales catástrofes acontecieran a lo largo de un proceso de siglos.

Se objetará que las fechas barajadas son inasimilables para la mente humana. Ciertamente se trata de cifras difíciles de imaginar, pero no tanto como las que nos propone las teorías evolucionistas hoy en boga, que manejan millones de años para calcular la antiguedad del homo sapiens.

LA ATLANTIDA COLONIA HIPERBÓREA

Muchos autores, como Rudbeck, Bailly, Spanuth o Le Cour, confunden el continente hiperbóreo con la Atlántida. Esta confusión llevó a situar la Atlántida en el norte de Europa en las regiones polares. En realidad, la Atlántida fue una colonia o núcleo derivado del primitivo centro polar, cuyo puesto ocuparía más tarde y para una determinada fase del ciclo al eclipsarse al centro originario. Como indica Julius Evola, la tierra Atlántida de la que habla Platón debió ser "una especie de facsímil del centro hiperbóreo".

La confusión entre uno y otro continente resulta explicable porque la Atlántida debió estar, probablemente, unida inicialmente en su parte norte al continente hiperbóreo, del que después se desgajaría; además, ha sido una práctica usual dar el nombre del centro originario a los derivados que se van constituyendo en otras regiones a imagen y semejanza del primero. De ahí que nombres como Tula, Aztlún, etc., se repitan y aparezcan por doquier a medida que los grupos nórdicos van descendiendo hacia el Sur. Pero, como advertía Güenon, hay distinguir "la Tula atlante", localizada en la región septentrional de la Atlántida, de "la Tula hiperbores", que constituye "el centro primero y supremo para el conjunto del Manvantara actual" es decir, para el ciclo de la presente humanidad.

EN BUSCA DE HIPERBÓREA

El recuerdo de la lejana patria boreal ejerció tal atracción que desde la más remota antigüedad, se organizaron numerosas expediciones para tratar de llegar a ella. Quizá la más famosa fue la de Piteas, navegante griego de Marsella que, anhelando alcanzar la tierra de la última Thule, en las que tendría su morada el mítico Apolo, se lanzó en una intrépida y prolongada travesía por los mares del Norte. Según parece, su nave llegó hasta las islas Shetland, al norte de Escocia, y hasta los fiordos de Noruega, habiendo quien sostiene que con siguió incluso rebasar del círculo polar ártico.

Siglos más tarde, el emperador romano Constancio Cloro se adentrará con sus legiones en regiones septentrionales de las Islas británicas, con el propósito de alcanzar la tierra "más sagrada y próxima al cielo" en la que no se pone nunca el sol y poder contemplar a Kronos, el dios de la "Edad de oro" según la mitología greco-latina.

Tras todas estas empresas viajeras y conquistadoras late el mismo anhelo de redescubrir la vida luminosa, feliz y elevada de aquella humanidad noble y pura que habitara en la última Thule. No sería difícil encontrar el nexo que une estos viajes de búsqueda de Hiperbórea con la búsqueda del Grial o el viaje de los Argonautas tras el Vellocino de oro.

AMENAZANTES CAMBIOS CLIMATICOS EN EL ARTICO

Recientes investigaciones científicas han alertado sobre cambios climáticos en el Polo Norte, que se insertan el "efecto invernadero" y que apuntan a un proceso de progresivo calentamiento de las zonas árticas, con su siguiente descongelación. Esto podría acarrear una elevación del nivel de los mares y la anegación de zonas costeras muy pobladas en todo el mundo.

Según estudios de la NASA, la superficie de hielo se ha reducido en un 2 por ciento desde 1978 a 1987. Además en Alaska la primavera finaliza varias semanas antes que en los años cincuenta y la temperatura de los lagos centrales canadienses se ha elevado en varios grados desde los sesenta. Fenómeno que son un claro indicio del aumento de las temperaturas que está sufriendo el Norte del planeta y también la Antártida. Cabe preguntarse si estaremos entrando en un proceso similar, aunque de signo opuesto, al que provocó la desaparición del mítico continente hiperbóreo. ¿Se cierra así el actual ciclo histórico, repitiendo en sentido inverso lo acontecido hace miles de años? Aquella onda descendente con que se inició este ciclo, a consecuencia del abandono de la sede ártica ¿culminará ahora en una tendencia descendente mucho más acusada que podría suponer una destrucción final?

Si la civilización hiperbórea desapareció por la congelación de su primaveral continente, la civilización actual -que se perfila como su antítesis- puede estar condenada a perecer por el fenómeno opuesto, por la descongelación de las masas heladas que cubren el polo, lo que -dada su conexión con el calentamiento del planeta- guardaría cierta relación con aquellas profecías y mitos que hablan de la destrucción de nuestro mundo por el fuego.

Los actuales cambios climáticos son un elemento más de la grave y creciente crisis ecológica que afecta al planeta, y esta crisis es consecuencia del desorden espiritual de una civilización hostil a la naturaleza y contraria a las leyes que rigen el orden universal. Como señalaron Güenon y Evola, los desórdenes naturales que provocaron la desaparición de continentes como Hiperbórea y Atlántida, fueron el reflejo cósmico de determinados desordenes espirituales. Lo que resulta lógico si se tiene en cuenta la interconexión existente entre los diversos planos y fenómenos de la realidad universal, algo que la nueva ciencia ecológica comienza a descubrir, aunque todavía de forma parcial y limitada.

Comentarios

Entradas populares