LA BOLA DE FUEGO QUE ARRASO TUNGUSKA

LA BOLA DE FUEGO QUE ARRASO TUNGUSKA




Fue en 1908 pero aún se desconoce el origen de esa gigantesca bola de fuego que convirtió a una vasta zona de Siberia en un patético bosque de árboles muertos. A mediados de 1908 el desconcierto y la intolerancia imperaban a lo largo y ancho de la inmensa Rusia. Hacía apenas tres años se había declarado la primera rebelión contra el poder de los zares y los hechos de aquel levantamiento no sólo seguían en pie sino que se consolidaban día a día. Sin embargo, los habitantes del valle del río Tunguska, en la Siberia septentrional, casi no tenían noticias de lo que sucedía en Moscú. Tanto para los campesinos del valle como para las tribus nómades que por allí acampaban, aquel 30 de junio de 1908 había comenzado idéntico a los días anteriores.

El gran cambio sucedería un rato después, a las siete y quince de la mañana, cuando una gigantesca y sorpresiva bola de fuego cayó sobre Tunguska; su calor asoló a un área del tamaño de la ciudad de San Petesburgo. Las verdaderas razones de ese fenómeno aún se desconocen. “Apareció un gran relámpago -relató un campesino que vivía a 60 kilómetros del centro del desastre-. Hizo tanto calor que ya no pude permanecer donde estaba; mi camisa casi se incendió sobre la espalda. Vi una enorme bola de fuego que cubrió una porción enorme del firmamento. después oscureció y al mismo tiempo sentí una explosión que me arrojó a varios metros de distancia. Perdí el conocimiento por breve tiempo y cuando me recupere escuche un ruido que sacudió toda la casa y casi la arrancó de sus cimientos”.

Las tribus nómades y los animales tuvieron peor suerte; el espantoso calor generado en segundos destruyó todo lo que encontró a su paso. Para tribus completas, para enormes manadas de renos y para miles de árboles centenarios aquel fue el último día de vida. Pasado el momento del espanto, sólo quedaron las cenizas. Y nada volvió a crecer en ese sitio desde entonces. Por vaya a saberse qué oscuras razones, se silenció al resto del mundo lo que había sucedido aquella mañana de junio de 1908 en Tunguska. Recién en 1921, a consecuencia de ciertas investigaciones que por esa zona estaba realizando el mineralogista Leonik Kulik, se hizo público el episodio. Habría que aguardar las consecuencias de la bomba atómica en Hiroshima para conocer un desastre de parecidas dimensiones “los resultados de un examen aún superficial -declaró Kulik- excedieron todos los relatos de los testigos de vista y mis mayores expectativas”.

A partir de ese momento se multiplicaron las investigaciones con el propósito de descubrir las razones de tan atroz devastación. En principio se le atribuyó a un meteorito de tamaño similar al que miles de años antes había causado el cráter de Arizona en los Estados Unidos. Si bien había ciertos elementos que avalaban esa hipótesis -polvo meteórico en los alrededores y pequeños cráteres- no existía el enorme agujero que naturalmente tendría que haberse producido a consecuencia del choque del gigantesco cuerpo celeste sobre el terreno. La ausencia del gran cráter hizo posible una teoría aún más inquietante: todo podría haber sido provocado por un “agujero negro”. Esta peculiaridad geométrica en el espacio-tiempo cuadrimensional de Einstein, podría explicarse así: si un cuerpo muy grande logra reducirse a un radio lo suficientemente pequeño, su campo gravitacional será tal alto que la luz no podría salir de él, quedará encerrado en una región del espacio-tiempo alrededor de si mismo y en cierto sentido se separará del universo.

La propuesta del agujero negro fue anuncia da por el físico norteamericano John B. Carson, después de visitar la zona del desastre. Dijo: “Un sólido agujero del tamaño de un átomo que penetrara la atmósfera terrestre, con la velocidad típica del un cuerpo interplanetario, crearía una onda atmosférica de choque con fuerza suficiente como para arrasar cientos de kilómetros cuadrados de bosques, ionizar el aire, producir relámpagos y efectos sísmicos, y bajo ningún concepto causaría un cráter importante con restos meteóricos”. Hasta aquí la teoría es válida pero falta agregar un detalle. Ese agujero negro seguiría en línea recta a través del cuerpo terrestre y finalmente saldría del lado opuesto. En una palabra: atravesaría la Tierra de punta a punta. El 30 de junio de 1908 no se registró ningún tipo de explosión en el Atlántico Norte; tampoco hubo movimiento sísmico.

La hipótesis del agujero negro perdió todo sustento. En 1946 el escritor ruso de ciencia ficción Alexander Kazantsef aventuró que el desastre de Tunguska pudo haber sido provocado por el estallido nuclear de una nave espacial proveniente de una galaxia desconocida. Menos fantasiosa es la propuesta de los científicos John Brown y David Hughes; uno profesor en la Universidad de Glasgow; el otro, en la de Sheffield. Ambos sostienen que todo se debió a un cometa no detectado por los astrónomos sin duda, vendría desde un punto en el firmamento cercano al Sol y de ese modo es difícil observarlo.

A consecuencia de un meteorito o de un cometa, por culpa de un agujero negro o del estallido de un nave espacial; lo cierto es que el gran desastre de Tunguska aún no tiene una explicación válida. Sigue faltando la verdad que descifre la causa de miles de árboles quemados y la razón de miles de hectáreas de tierra para siempre yemas. Tunguska es un gigantesco paisaje de cenizas y una pregunta que todavía no tiene respuestas.

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