Los Profundos Misterios de la reencarnación


Los Profundos Misterios de la reencarnación

Desde la India hasta Roma, desde Egipto hasta Persia, todos creyeron en ella y es acreencia profunda, respetuosa, formó parte de todas las religiones. También los aztecas y los incas sobraron por la ley del Karma. Morir, reencarnar, volver a nacer… ya sí hasta que aprendamos a vivir del modo como el Universo manda. ¿Es un castigo o un premio? Ni lo uno ni lo otro.



Annie Bessant, continuadora del a obra de madame Blavatsky, fue una ardiente defensora del a teoría del a reencarnación, uno de sus libros más importantes esta dedicado, precisamente, a la demostración científica de que después de muertos, se puede volver a la vida e notros cuerpos.

Según las antiquísimas fi­losofías -gran parte de las cuales perduran en la actualidad- el hombre está formado por un cua­drado (cuaternario) y un triángulo (tríada superior) que, sumados, forman el septenario. Los cuatro vehículos inferio­res constituyen la personalidad humana, la vestidura, lo cam­biante, aquello que nace y mue­re y es distinto en cada ser, así como es distinta la vestimenta, distintos los abrigos con que cu­brimos nuestro cuerpo, distintas las formas de alimentarlo.

Los tres vehículos superiores (tríada o individualidad), cons­tituyen aquello indiviso a lo que no afectan los cambios, la vida ni la muerte. Se trata del Ser, lo eterno que ha sido y se­guirá siendo.
Si bien los siete cuerpos mencionados (septenario) exis­ten en el ser humano, no todos están debidamente actualiza­dos; la lenta evolución de la Humanidad le ha hecho adqui­rir, poco a poco, un cuerpo físi­co emparentado con el reino mineral, una energía que es, también, propia de las plantas, emociones semejantes a las de los animales y una mente ra­cional que se reconoce como propia del hombre.

¿Pero por qué pensar que ha­bría de detenerse allí la evolu­ción? ¿Por qué creer que la cul­minación evolutiva reside en la posesión de la razón?

Si, adhiriéndonos al pensa­miento de los antiguos, conce­bimos tres estadios más todavía por conquistar, podría abrirse el horizonte al vislumbrar la posibilidad de convertirnos en superhombres, cada vez más semejantes a nuestro Creador.

SOBRE LA REENCARNACIÓN

La doctrina tibetana lamaísta afirma que cuando su Dalai-lama muere, reencarna inmediatamente en el cuerpo de su sucesor, y para encontrarlo los sacerdotes lamas salen a buscar por todo el mundo un niño al cual, tenga la edad que tenga, le ponen ante la vista obje­tos que pertenecieron a su antece­sor para observar si los reconoce. Cualquier gesto que haga ese niño frente a determinados objetos, les indica que, efectivamente, éste es la reencarnación del difunto.

La doctrina budista, en cambio, sostiene que deben pasar muchos años antes de reencarnar (o, según los budistas, "transmigrar").

Annie Besant (1847-1933), sucesora de la célebre Madame Blavatsky (fundadora de la Sociedad Teosófica), inspirándose en el ma­ravilloso libro llamado "Bhaga-vad-Gita" y en el filósofo Platón, discípulo de Sócrates, afirma que un alma reencarna, tras su muerte, enseguida, sólo si carece de anhe­los espirituales; si los tiene, el lapso puede llegar a muchos si­glos, y así lo afirma en uno de sus más famosos libros, "Técnicas Mágicas de la Antigüedad", en el que explica, filosófica y religiosa­mente, todos los pasos de la reen­carnación.

Mientras Buda recordaba más de 100.000 de sus nacimientos, las opiniones de filósofos e investiga­dores cristianos de los siglos XVI y XVII afirman que las almas encarnan una sola vez en la Tierra para, después, ir al cielo y perma­necer en él toda la Eternidad.

Muchos hebreos cabalistas sostení­an que, de vez en cuando, sus herma­nos de raza reencarnaban -después de la muerte-, en seres "gentiles" para ganarse, por este medio, el reconoci­miento y el buen trato de éstos.

Varios filósofos y sabios griegos afirmaron -contrariando teorías ab­surdas de varios contemporáneos romanos- que las almas jamás re­encarnaban en animales o en plan­tas, ya que no cambian nunca en sus viajes de ida y vuelta; el ser humano sólo encarnaba en otro ser humano.

Los hindúes y los egipcios parecen ser -al menos por ahora- los más co­herentes respecto de sus ideas sobre la reencarnación y el Karma.

LA LEY DEL KARMA Y LA DOCTRINA DE LA REENCARNACIÓN

La Ley del Karma es la caracte­rística del pensamiento religioso de la India. Es una de sus creencias fundamentales: "Como el hombre siembra, así va a cosechar". Así como la ley de causa y efecto tra­baja en el mundo físico, la ley del Karma trabaja en la esfera moral. Llevamos con nosotros nuestro pa­sado; somos nuestro pasado.

Las tendencias mentales y mora­les que nuestra alma adquiere en la vida personal como resultado de motivaciones y acciones, se van saldando en la próxima encarna­ción. Este proceso sigue a través de varias vidas hasta que se llega a la perfección o liberación (Dharma = Ley). Logrado esto ya no se reencarna nunca más.

El concepto de Avalara es la ca­racterística del hinduismo; avalara significa encarnación del espíritu de Dios en forma humana para cierto propósito: la elevación de la Humanidad y/o el exterminio del mal.

De los Avalaras del pasado, los más famosos son Rama (relaciona­do con la epopeya del Ramayana), Krishna (que se hizo matar por una flecha para evitar la guerra entre hermanos, y a quien se lo compara constantemente con Jesús, quien murió para salvar a la Humanidad y el cual se considera el Avatara más puro, digno y santo) y Buda (a tra­vés de cuyas enseñanzas surgió la religión budista).

No obstante la creencia general de que el Karma es un castigo un sufrimiento, un dolor enviado por Dios para pagar cuanto de malo hemos hecho en la vida, esto es equivocado. Como afirma el libro hermetista Kybalión, "el Karma no castiga ni premia; es aprendizaje". Y reencarnarnos para, a través de experimentar de alguna forma aquello que hicimos mal, la forma no correcta en que vivimos, el da­ño que hicimos a otros y nos hici­mos a nosotros mismos actuando con maldad, aprendamos la verda­dera, auténtica, correcta forma de vivir. Si ese aprendizaje no se lo­gra en una encarnación, volvere­mos a encarnar tantas veces como sea necesario para cambiar actitu­des, acciones, pensamientos y sentimientos anteriores que no fueron buenos, piadosos, generosos sin tener en cuenta el Amor Universal.

"El Libro de los Muertos" de los egipcios describe el viaje del Más Allá del alma, y las ceremonias de purificación del cuerpo que luego será retomado por el alma en la resurrección en su camino hacia el Cielo -ya renacido el ser- con un nuevo nombre. Los egipcios creían en la reencarnación y en la resurrección.

En resumen; reencarnación es un camino para la evolución humana.

"SI YO VIVÍ ANTES, ¿POR QUE NO LO RECUERDO?"

Es lo que nos preguntamos nor­malmente. Pero si el hombre no re­cuerda muchos sucesos de su infan­cia o aun de su vida presente, con mayor razón pierde la memoria o el recuerdo de sus existencias pasadas. Como vemos, no es un argumento válido para desterrar esta teoría, ya que es innegable que no recordamos lo que hacíamos o éramos cuando pequeños; y si no conservamos el recuerdo de nuestros primeros me­ses de vida, ¿por qué, entonces, par­tiendo del mismo principio, no ne­gamos el haber vivido alguna vez como niños? Los antiguos griegos explicaban este hecho por medio de la alegoría del río Leteo, cuyas tran­quilas aguas tenían la virtud de ha­cer olvidar el pasado.

Vamos a aclarar que sólo desapa­rece lo que podríamos llamar me­moria física o del cerebro, pues queda la reminiscencia (un reflejo de los hechos pasados) en la me­moria del alma como el perfume que deja tras de sí una flor. Remi­niscencia muy vaga o, aún, latente en la mayoría de las personas.

Mediante el proceso de la reen­carnación, la entidad individual o imperecedera (Mónada Divina o Espíritu Individual), acompañada de los principios superiores (que determinan la condición o carácter de cada individuo), transmigra de un cuerpo a otro; se reviste de su­cesivas formas o personalidades transitorias recorriendo, así -una tras otra- todas las fases de la exis­tencia con el objeto de ir atesoran­do, en cada una de ellas, las expe­riencias relacionadas con las con­diciones inherentes a las mismas hasta que, una vez terminado el ci­clo de renacimiento, agotadas to­das las experiencias, adquirido el conocimiento por el aprendizaje, y alcanzada la plena perfección del Ser, el Espíritu Individual -Ego- li­bre por completo de todas las ata­duras de la materia, vuelve a su punto de origen.

Y los investigadores esotéricos ac­tuales afirman que, una vez purifica­do ese ser humano en la Tierra, cuando deja su última cáscara o cuerpo y su alma queda libre, en el Universo se le dan dos opciones pa­ra que elija; quedarse a gozar eterna- mente, o volver a reencarnar como Maestro o Avalara para enseñar al hombre a vivir mejor o para salvar a la Humanidad si está en peligro.

Y volviendo a la no-memoria respecto de las vidas anteriores, existe hoy un método -la hipnosis- por medio del cual ciertos indivi­duos han logrado recordar, al me­nos una, sino varias.

POR QUE NACEMOS COMO NACEMOS

La reencarnación nos dice que el hombre es algo más que su pobre cuerpo físico; algo que, como las obras de arte, se va haciendo poco a poco y en sucesivos cuerpos, ca­yéndose y levantándose mil veces hasta aprender la lección que, con amor y dulzura, trata de hacernos comprender la Vida.

La reencarnación y la Ley de los Ciclos se ven claramente en la Na­turaleza, y se deduce de ello que la vida es como perlas de un collar, siendo el alma el hilo que las une.

La vida siempre existe, a pesar de las transmutaciones, obedecien­do a la Ley de Evolución Interior.

Por otra parte, las diferencias de carácter, los diversos instintos, las tendencias innatas, el talento y las inclinaciones que presentan algu­nas personas (arte, ciencia, religión), las diferencias de fortuna, la suerte feliz o desgraciada de los hombres, etc., no responden a nin­guna idea de justicia; tampoco son un mero "capricho" de las fuerzas de la Naturaleza. Todo es acción del Karma que obra sin pasión al­guna. Es, entonces, necesario com­prender esta Ley para entender la reencarnación.

Vemos nacer criaturas hermosas, sanas, normales; otras, en cambio, ocupan cuerpos deformes o con ta­ras mentales, destinadas a llevar una vida miserable, sin otra expli­cación que un designio divino que no podemos entender ni explicar satisfactoriamente.

Si pensamos que el alma de un chico es santa y pura, sin pecado, no tendría porqué ocurrirle nada desagradable. Y esto queda sin ex­plicación si no introducimos la idea de la reencarnación.

De esta manera se justifica que a esta alma le ocurren cosas que es­tán fuera de nuestro ángulo de vi­sión, porque son efectos de causas provocadas en otras vidas, en an­teriores encarnaciones.

De allí que las almas que hoy en­carnan tengan destinos diferentes; unas tendrán todas las circunstan­cias favorables como para tomar de ellas la mayor conciencia, y a otras se le negará todo contacto con lo noble, lo justo, lo bueno, para que también tomen conciencia de ello.

He aquí el fin, la necesidad de nuestra parte superior o triádica, de adquirir conciencia de sí misma, conocer su innata grandeza y belle­za; tornar puro el corazón para po­der entrar en ese "Reino de los Cielos" del que habló Jesús, y que no está sujeto al futuro.

En América, también los aztecas -entre otros pueblos- adoptaron esta Ley. Dicen las tradiciones escritas que, al nacer una criatura, la coma­drona o partera pronunciaba estas palabras: "Hijo mío, muy amado y muy tierno, sabe y entiende que no es aquí tu casa; esta casa donde has nacido no es sino nido; es una posada donde has llegado; es tu salida para este mundo, aquí bro­tas y floreces, mas tu propia tierra otra es. Porque Dios ha puesto una piedra preciosa en este polvo (el cuerpo material) que ha llegado a este mundo desde muy lejos. Muy fatigada de peregrinar en el mundo Celeste, encarna en la Tierra esta piedra preciosa".

Hermosa es el alma humana; y por más que se le adose materia y aparentemente la veamos despro­vista de brillo, una vez retirado es­te recubrimiento (la materia), bri­llará por sí sola, porque ella misma es Luz eterna.

Paracelso, un filósofo, alquimis­ta, médico, astrólogo, antropólogo, teólogo, cabalista, místico y gran mago blanco, nos transmitió la misma enseñanza bajo el mito del Ave Fénix, aquel maravilloso pája­ro que vivía dentro de un ciclo y que, sintiéndose morir, se arrojaba a una pira, hecha por él mismo, y se convertía en cenizas, resurgien­do luego de entre ellas renovado y dispuesto a vivir otro nuevo ciclo.


Egipto
Los egipcios ubicaban el Ka (cuerpo etérico) en el 3er cuerpo. En la tríada, a la izquierda, el alma, a la derecha la mente purificada, y arriab el BA (la parte más sutil del espíritu que baja para reencarnar y busca un feto de 3 meses, donde penetra).

India
Los hindúes vieron, y siguen viendo, al hombre como septenario, del a misma forma que los egipcios; del a misma forma que los egipcios; al espíritu lo llaman Atma (alma). Y reencarna de diferentes maneras.

ANTAKARANA O CORDÓN DE PLATA: es lo que une a la materia con el espíritu; cuando se corta el Cordón de Plata, es cuando se produce la muerte y el espíritu se eleva, esperando la oportunidad de reencarnarse, haciéndolo ene l 3er. Cuerpo.

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