UN MEDICO DENTRO DE LA MENTE





Edgar Cayce nació el 18 de Marzo de 1877 en una granja cercana a Hopkinsville, en el estado de Kentucky. A los trece años tuvo una experiencia en la que una mujer le preguntaba por su mayor deseo en la vida, él sin dudarlo le respondió que ayudar a los demás, y en especial a los niños enfermos.

Hace algunos años, un muchacho norteamericano de la Costa Este languidecía víctima de una cáncer terminal.  Un tumor maligno había invadido su cerebro, y el médico que lo atendía advirtió  a sus padres  que nada más se  podía hacer; el niño moriría pronto. Estos se negaron a aceptar el terrible pronóstico y llevaron a su hijo al Centro de Retroalimentación Biológica de la Clínica Mayo, en Rochester, una institución famosa por su disposición a incorporar los procedimientos más renovadores. Allí, uno  de los médicos analizó con el muchacho la idea de que su mente podría influir en su enfermedad, de que él podría ayudarse a sí mismo representándose su cáncer vívidamente en la mente para encontrar así la forma de combatirlo.

El muchacho se resistía hasta de intentarlo. Pero era un chico imaginativo, y, con la poca fuerza que le quedaba, por fin decidió inventar su propio "vídeo game" para el ojo de su mente, con naves espaciales que velozmente pasaban alrededor de su cabeza, disparando sus poderosos cohetes contra el tumor, al que el muchacho imaginaba "grande, mudo y gris".

De vuelta en su casa, el chico se concentró en su juego y, con toda decisión, siguió atacando al invasor. Un día, después de algunos meses, le dijo a su padre: "Acabo de hacer una recorrida por mi cabeza en una de mis naves espaciales; ya no pude encontrar el cáncer".

Sus padres no le prestaron mucha atención al asunto, y cuando el muchacho pidió que le tomaran una placa radiográfica, el médico respondió que sería un gasto inútil.  Sin embargo, el chico se sentía bien e incluso volvió a la escuela; allí, sin embargo, muy pronto tuvo una caída en el campo de deportes. Como el médico empezó a sospechar que el episodio podría haber sido provocado por el tumor, la familia pidió especialmente que se le hiciera una radiografía tridimensional.  La placa demostró que el tumor ya no existía: había desaparecido sin dejar rastros.

Este es, tal vez, el mejor conocido y el más dramático de los centenares  de casos que habitualmente se registran en la literatura de la medicina alternativa. Otros son, por ejemplo la historia de la enfermera que tenía cáncer y -casi como un juego- se rehusó a morir, contradiciendo los fúnebres pronósticos de su médico; el hombre con cáncer de garganta que adoptó una actitud positiva hacia su tratamiento de rayos, y no sólo venció al cáncer sino que curó también su artritis deformante y un caso de impotencia de veinte años; la débil mujer que derrotó un ataque cardíaco, una úlcera sangrante y el dolor por la muerte de su marido -sin habla del cáncer de mama que le tomaba hasta las paredes del tórax- porque siempre recordaba las palabras de su madre. "Eres muy flacucha, pero todo lo superaras.  Vivirás hasta los 93 años, e incluso entonces tendrán que pasarte una aplanadora por encima".

Hay que tener en cuenta también la experiencia del escritor y periodista Norman Cousins.  Después de publicar el detallado relato de su notable recuperación de su espondolitis anquillosante (una enfermedad del tejido conectivo del cuerpo) -recuperación que Cousins atribuyó en gran parte a su actitud positiva y a la buena relación que había establecido con su  médico-, el periodista recibió un aluvión de cartas de médicos de todo el mundo. Algunas de esas cartas eran muy escépticas. Pero otros, médicos en cambio, apoyaban las conclusiones de Norman en el sentido de que su propia mente podía curar su cuerpo, y aplaudían la idea de forjar una estrecha unión entre pacientes y médico en busca de una curación.  Estos médicos -escribió después Cousins- "expresaban la concepción de que ningún remedio que ellos pudieran dar a sus pacientes era tan poderoso como la propia mente del enfermo para la lucha contra la enfermedad. En este sentido, sostenían los médicos, el mejor servicio que un  profesional puede  brindar a su paciente es ayudarlo a desarrollar al máximo las posibilidades de recuperación y curación".

La idea de que efectivamente existe un elemento mental que resulta decisivo en la curación ha ganado aceptación en el cuerpo médico durante los últimos años. Muchos profesionales que alguna vez rechazaron la capacidad de la mente para influir en las recuperaciones están reconsiderando el problema a la luz de nuevas comprobaciones científicas. Los investigadores están rastreando numerosos fenómenos, desde el valor terapéutico de la inocua "píldora de azúcar" hasta cómo los pacientes pueden reducir su ritmo cardíaco por el simple poder de la voluntad. Tanto es así que ya ha surgido una nueva disciplina -psiconeuroinmunología- para estudiar las relaciones entre la psique y el sistema inmune.

Todo esto ha llevado a algunos médicos e instituciones médicas hacia un enfoque más holístico, tratando la mente y el cuerpo como una unidad en el lugar de considerarlos dos entidades diferentes. La convicción de que los pacientes tienen que ser participantes activos en la lucha contra su propia enfermedad es un elemento básico de esta filosofía holística.

Algunos insisten en que el holismo no es nuevo, que la medicina ha comprendido la interdependencia del cuerpo y de la  mente desde los días de Hipócrates. Y citan a Sócrates: "No hay enfermedad del cuerpo que sea independiente de la mente". Sostienen, también, que  durante muchos años  los médicos han venido tratando a la persona como un todo: los pacientes con enfermedad coronaria  podrán recibir  numerosas medicaciones, pero también se les dará el  consejo de bajar  de peso, dejar el tabaco, hacer ejercicios  regulares y reducir  sus niveles de tensión mental. Algunos críticos sostienen que el movimiento holístico va mucho más allá de dar razonables consejos, y cae en el oscuro mundo del ocultismo. En una publicación aparecida en el New England Journal of Medicine en 1983, titulada Engineers, Cranks, Psysicians, Magicians (Ingenieros, chiflados, médicos, magos), dos prestigiosos profesores de filosofía, Douglas Stalker y Clark Glymour, escribieron cosas muy duras sobre la medicina holística.   Se trataría -concluyeron de una "mezcla de  sentido  común y  disparates, ofrecida por chiflados, charlatanes  y pedantes fracasados que comparte la misma inclinación la magia e igual animosidad  contra la razón".

Los negadores de esta medicina alternativa o "irregular" -como a veces la llaman-, rastrean su pasado hasta una revuelta del siglo XIX contra algunas prácticas médicas comunes entonces, como las sangrías, las purgas  y la aplicación de parches de catáridas, entre otras terapias discutibles.  Sin embargo,  además de censurar esas crueles prácticas los "irregulares" concibieron, también, nuevas  terapias  basadas en una especie de falso  empirismo para el cual si algo parecía funcionar bien una vez debía servir siempre.

Los críticos ofrecen un ejemplo clásico: el del hombre de negocios alemán Carls Baunscheidt, cuya mano reumática sufrió un ataque de jejenes una tarde 1848. Al ceder el dolor reumático inmediatamente después  de la picadura  de los insectos, Baunscheidt quedó convencido de que había encontrado una cura natural nada menos que en los jejenes. Construyó, en consecuencia, su "Gran Resucitador": una  especie  de jején  mecánico, con agujas de unos cinco centímetros  de largo para atravesar la piel de los pacientes y permitir que la substancia venenosa, responsable del dolor, escapara del cuerpo. Al alcanzar el  siglo pasado, la medicina  apoyada en la naturaleza, especialmente  en la homeopatía  conquistó muchos adeptos, y los profesionales que la abrazaron llegaron a preparar larguísimas  listas de síntomas  fácilmente observables   para los cuales  recomendaban  un remedio  determinado. En su obra The Homeopathist  or Domestic  Physician (El homeópata o  médico del hogar), Constantine Hering, un médico de la ciudad norteamericana de Filadelfia, ofreció esas listas de síntomas  y remedios en dos  grandes volúmenes; los libros  incluían un "equipo hogareños" compuesto de cuarenta  remedios caseros de  amplio espectro, identificados por números. Muchas de esas panaceas, identificados por números. Muchas de esas panaceas estaban destinadas a curar dolores de cabeza; el remedio número 1, por ejemplo, era el  indicado cuando  la cabeza  se sentía "como si el cerebro estuviera destrozado, aplastado, reventado"; el número 3, cuando el dolor estuviera acompañado por "un  rostro rojo e hinchado"; en  número 13, si aparecía  al mismo tiempo un  brusco rechazo hacia el café; en número 17, cuando el dolor de  cabeza atacaba a "chicos obstinados y traviesos,  muy aficionados a las golosinas".

Había también otras medicinas alternativas. La hidroterapia o curación por el agua disfrutó de numerosos adherentes; fueron muy visitados también los baños termales, y muchas de esas concepciones siguieron  siendo populares  hasta nuestros días.  Un derivado de la hidroterapia, -la higienoterapia- tenía a la higiene como algo próximo a la santidad, y prescribía la  limpieza, la dieta, los  ejercicios  y el  aire  puro –además de las curas por agua-  como respuesta segura para casi todos los males.

Los críticos más severos consideran extravagantes a esos tratamientos, a los que acusan de ser  el antecedente directo de la medicina holística actual, y acusan  a los  holistas de practicar la misma seudociencia, simplista y falsa. Sin embargo, gran parte  de la  medicina  holística -incluso la de sus primeros momentos- no es cosa de risa: muchas de sus pruebas pueden ser anecdóticas pero resultan tremendamente convincentes.

LAS INCREIBLES CURACIONES DE PARACELSO


Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim, también Theophrastus Bombast von Hohenheim, conocido como Paracelso o Teofrasto Paracelso fue un alquimista, médico y astrólogo suizo. Fue conocido porque se creía que había logrado la transmutación del plomo en oro mediante procedimientos alquimistas y por haberle dado al zinc su nombre, llamándolo zincum.


Entre los primeros que difundieron las técnicas médicas no ortodoxas que marcan la supremacía de la mente sobre el cuerpo estuvo un alquimista suizo del siglo XVI, bautizado con el formidable nombre de  Philippus Aureolus Theophrastus Bombastus von Hohenheim, pero que se hizo famoso con un seudónimo: Paracelso. Uno de sus pacientes era Johan Froben, un respetable erudito, impresor y amigo de mucha gente influyente, entre ellos Erasmo, el teólogo y humanista holandés.

En 1527 -cuenta la tradición- Froben yacía en cama en Basilea, Suiza, seriamente enfermo con una   pierna infectada. Ocho médicos lo había revisado, y los  ocho habían  declarado que debía amputarse esa pierna. Froben se sentía profundamente angustiado: siempre  había disfrutado de  largas caminatas por las montañas vecina a Basilea.  ¿Y cómo seguir haciéndolo con una sola pierna?

Creo Froben había oído hablar de Paracelso -en aquella época residía en Estrasburgo- y de sus éxitos en curaciones logradas "desde adentro", es decir, sin  recurrir  a la cirugía. Y le envió al famoso médico una nota pidiéndole que se acercara hasta Basilea para revisarlo.
Paracelso aceptó inmediatamente, y partió a caballo para el viaje de algo más de 100 kilómetros.  Dos días después era introducido hasta el lecho de enfermo de Froben, donde encontró al paciente sufriendo grandes dolores. Después de examinar la pierna dio su  diagnóstico: el miembro  corría serio peligro, pero podía ser salvado si el mismo  Froben se disponía a cooperar en todo el tratamiento. Esto significaba aceptar un régimen terapéutico para todo el cuerpo, no sólo para el área infectada. Paracelso insistió en que únicamente una curación de ese tipo podría tener éxito. Ante las dudas de Froben, el médico preguntó: "¿Cuanto valora usted su pierna?".  "Tanto como el aire que respiro", respondió Froben, y se dispuso a seguir las instrucciones al pie de la letra.

Ante todo, Paracelso le ordenó al enfermo que abandonara  la blanda cama en que yacía: en adelante debía usar únicamente un colchón de paja sobre el suelo. Después dio instrucciones al excelente cocinero de Froben: debía retirarle a su patrón sus elaborados  platos  y sus vinos; el paciente debería recibir únicamente comida simple con muchos jugos naturales, infusiones de hierbas  silvestres y  caldos magros. Le aplico al enfermo muy pocas medicinas en la zona afectada.  Para lograr que la pierna afectada recobrara lo que el llamaba archaeus -o fuerza vital- recomendó masajes  y suaves  ejercicios para fortalecer los músculos.  Insistió también en que Froben fuera sacado de  su habitación  todos  los días, y que pasara parte de cada jornada en el aire libre y recibiendo los rayos solares.

Paracelso dedicó  largas horas a la  atención del estado mental de su paciente. Cada vez  que Froben  empezaba a dudar del éxito del  tratamiento, el médico  echaba  en un  vaso de agua un poco de unos polvos misteriosos que llevaba en el pomo de su espalda y se lo daba a beber al enfermo.  Aunque la poción carecía de sabor o de olor, tenía un  inmediato efecto estimulante sobre Froben. Paracelso contrato también a un artista local para que cantara y ejecutara el laúd ante su paciente; de este modo, la mente de Froben permanecía alejada de su enfermedad.

Durante cinco días no se notó mejoría alguna. La gente de Basilea, interesada en la suerte de Froben, comenzó a murmurar que el prestigioso erudito e impresor había caído en manos de un charlatán y seguramente moriría.  Al sexto día, sin embargo, la pierna de Froben ya estaba notablemente mejor: por primera vez en semanas  pudo apoyar sin  dolor la  planta del pie en el suelo. en el décimo tercer día ya se lo vio caminando por su jardín con la ayuda de un bastón. No solo su pierna se encontraba en franca mejoría: el enfermo confesó a sus sorprendidos amigos que nunca se había sentido mejor que entonces.

A pedido de Froben  y de Erasmo, Paracelso fue nombrado pronto médico de la ciudad de Basilea y profesor de Medicina de la Universidad de esa ciudad. Pero retuvo esos cargos sólo por un poco tiempo. Sus nuevas ideas -y la forma franca incluso agresiva en que las expresaba- le ganaron la animadversión de muchos en la comunidad médica local, y fue forzado a dejar Basilea.

Desde entonces vagó de ciudad en ciudad, ofreciendo sus auxilios a quien los solicitara, ya fuera rico príncipe o modesto labrador: junto a los centenares de plebeyos que atendió, contó no menos de dieciocho príncipes entre sus pacientes habituales. Sus polémicos tratamientos le dieron gran fama y -tal vez- también la prematura  muerte que  sufrió a los  48 años. Murió en circunstancias misteriosas en 1541: algunos piensan que a manos de asesinos enviados por quienes lo envidiaban.

Muchos historiadores de la medicina atribuyen los éxitos de Paracelso a su capacidad  de convencer a  sus pacientes de que efectivamente podía curarlos. Los polvos mágicos que siempre llevaba en el  pomo de su  espalda -sugieren- fueron, tal vez, la versión del siglo XVI  de la llamada "píldora de azúcar": una sustancia farmacologicamente inocua, sin efecto activo sobre el desorden para el cual es prescrita. Era la expectativa de sus pacientes sobre la misteriosa medicina, y no la medicina misma, lo que ejercía una acción terapéutica.

Esas circunstancias son conocidas como placebos, palabra latina que significa simplemente "placeré". Aunque alguna vez fue pasado por alto por los investigadores médicos, el efecto placebo -como se denomina a la capacidad terapéutica de esos inocuos tratamientos- se ha convertido en el centro de numerosos estudios en años recientes. Los científicos sostienen que hasta el 40 por ciento de la gente que sufre de una amplia gama de dolencias -desde las náuseas al resfrío común- presentan un aflojamiento  de los  síntomas, o incluso una  cura total, después de tomar un placebo.

En un importante estudio realizado con pacientes que sufrían de anginas pectoris -en este caso  dolores en  el pecho  producido por problemas cardíacos-, el cardiólogo de la Facultad de Medicina de Harvard, Herbert Benson, reunió resultados de trece investigaciones realizadas a lo largo de cuatro décadas: de 1187  pacientes que  habían recibido  placebos, el 82 por ciento experimentó mejoría subjetiva; hubo, también, cambios objetivos y médicamente mensurables.

¿QUE SON LOS PLACEBOS?

Sigue siendo un misterio la forma exacta en que los placebos realizan esas curaciones casi mágicas; parecería que producen una reacción emocional  que a su vez  genera cambios psicológicos. Cuando se coloca un brillante pero inerte tintura sobre una verruga, y se la  presenta al  paciente como una  curación segura -por ejemplo-, la  composición  química de la superficie de la piel  puede efectivamente  llegar a cambiar, creando un ambiente inhóspito para el virus que produjo la verruga. Los placebos pueden también ayudar a reconstruir tejidos severamente dañados, como las úlceras estomacales, dolorosas llagas abiertas en las paredes del estómago o del duodeno.

En un estudio publicado por el Dr.  Jerome Frank -un psiquiatra de la Universidad de John Hopkins, en los Estados Unidos-, se administraron inyecciones de agua destilada a pacientes con úlceras estomacales sangrantes. El médico que inyectaba el placebo  comentó con entusiasmo  a los  enfermos que se trataba de un nuevo medicamento que sin duda iba a lograr la cicatrización de las llagas; como resultado, el 70 por ciento de los pacientes mostraron excelentes resultados que duraron más de un año. Por otro lado, un grupo de control recibió una  inyección que le fue administrada por una enfermera, quien sólo les dijo que se trataba de un ensayo experimental sin resultado cierto; apenas el 25 por ciento de estos últimos enfermos mostró mejoría.

Como sugiere el estudio descripto, los placebos parecen comportarse como un auténtico símbolo del poder del médico.

Los investigadores suponen que el placebo, administrado con la bendición del doctor que aplicó las inyecciones redujo la ansiedad y así disminuyó las secreciones estomacales que provocaban las úlceras. Pero el efecto placebo no siempre es beneficioso. Los enfermos que temen a las drogas y desconfían de los médicos frecuentemente experimentan náuseas, erupciones cutáneas u otras reacciones física adversas después de tomar el placebo: exactamente como si hubieran reaccionado mal frente a una medicación muy concreta.

Uno de los más dramáticos y frecuentemente citados casos que ilustran el poder del efecto placebo es el de un paciente con linfoma maligno, o cáncer de las glándulas linfáticas. En su libro  Love, Medicine & Miracles  (Amor, medicinas y milagros), aparecido en 1986, lo describe el notable cirujano doctor Bernard S. Siegel, del Hospital de  la Universidad de Yale, New Haven, estado norteamericano de Connecticut. El paciente, identificado en el  libro sólo como "señor Wright", había sido hospitalizado  con tumores de  tamaño de naranjas en su cuello, sus axilas, ingle, pecho y abdomen. Sólo podía respirar con la ayuda de una máscara de oxígeno; su bazo y su hígado están enormemente dilatados y, -debido a la  inflamación de un conducto linfático torácico- había que extraerle diariamente del pecho  uno o dos litros  de un líquido lechoso. Era un hombre al borde de la muerte. Mientras yacía en su cama del hospital, prácticamente esperando el fin el señor Wright supo que una nueva y promisoria  droga contra  el cáncer -el Krebiozen- iba a ser  ensayada en varios test previsto para esos días.  Le rogó a su médico que se la  suministrara.

El  medicamento, en  realidad, iba a ser probado con pacientes que tenían una  expectativa de vida de entre 3 a 6 meses; mucho más, por cierto, de lo que esperaba el señor Wright. Sin embargo, después  de muchas  deliberaciones el pedido fue aceptado.
Una droga se le  suministró a Wright  un día viernes. El lunes siguiente, el médico regresó al  hospital esperando encontrarse con un cuadro empeorado durante el fin de semana. Sin embargo, se enfrentó a un espectáculo sorprendente: aquél enfermo terminal estaba ahora caminando por toda la sala, riendo y bromeando con las enfermeras. Un prolijo examen físico reveló un hecho  más apabullante  todavía: los tumores se habían reducido a la mitad.

Dos semanas más tarde -después de aplicaciones adicionales de la droga- Wright  estaba totalmente  liberado de cualquier resto detectable de la  enfermedad que lo  había estado destruyendo durante meses. Fue enviado a su casa, aparentemente curado.

Paso ocho semanas con una  salud casi perfecta. Pero entonces comenzaron  a aparecer -en los diarios, la  radio y la  televisión- algunos informes que planteaban  dudas sobre la efectividad del Krebiozen.  El señor Wright sufrió una recaída; los tumores reaparecieron.

Sospechando que el efecto placebo podría haber provocado tanto la recuperación como la recaída, el médico se propuso a convencer  a su paciente de que el remedio, realmente, destruía el cáncer. Le dijo a Wright, por lo pronto, que se despreocupara de esos comentarios pesimistas.  En verdad, las primeras partidas de Krebiozen  habían salido del  laboratorio con algunos defectos a causa de problemas de almacenamientos. Pero ya había sido elaborada una versión reforzada -le explicó- que llegaría  al día  siguiente. La nueva versión, subrayo el médico, parecía mucho mejor todavía.

Restablecida así la esperanza, Wright aguardó ansiosamente la segunda etapa del tratamiento.  Para reforzar la fe del enfermo, el médico le administró la primera inyección de esa segunda serie en un acto que fue casi una fiesta. Lo que Wright jamás llegó a saber es que ese día le aplicaron agua destilada.

La segunda recuperación fue aún más impresionante que la primera. Los tumores volvieron a desaparecer. Y en pocos días en paciente regresó a su casa donde pudo disfrutar de más de dos meses de tranquilidad, totalmente libre de síntomas. Pero fue entonces cuando la Asociación Médica de los Estados Unidos emitió su veredicto final sobre Krebiozen, estableciendo que la droga carecía de valor para el tratamiento del cáncer. La fe de Wright se derrumbó -esta vez, irrevocablemente- y el paciente tuvo que  ser internado  una vez más. Murió dos días más tarde.  El efecto placebo depende, así, de la convicción consciente del enfermo de que está recibiendo un tratamiento que le resulta beneficioso. Pero su inconsciente -la parte de psique a la que no se tiene acceso directo- puede influir también sobre el estado de salud de una persona, tal como lo están evidenciando las investigaciones sobre enfermedades psicosomáticas.

Una enfermedad  psicosomática es la  inducida o influida por la mente, por lo general como  resultado de algún tipo de  tensión emocional. Esto no equivale a decir que la enfermedad  se encuentre "toda en la cabeza", puesto  a que los  síntomas pueden ser muy  reales: desde  alta  presión  sanguínea hasta erupciones cutáneas y terribles dolores de estómago.  Sin embargo, y a diferencia de otras dolencias, las enfermedades psicosomáticas carecen de causa orgánica directa, como virus o lesiones físicas.

Los científicos piensan que estas enfermedades se encuentran vinculadas  con la  primitiva  reacción "lucha o vuela",  una respuesta de supervivencia que aparece en todos los anima les cuando se enfrentan con un peligro. Es esta reacción la  que le otorga al cuerpo la energía extra que necesita para enfrentar una situación difícil o para huir de ella. Son característicos de ella: una mayor tensión en los músculos, un aumento en la presión sanguínea y en el ritmo cardíaco, una agudización de los sentidos y una mayor producción de adrenalina, hormona particularmente estimulante.

Para los seres humanos, los acontecimientos decisivos -o tensionantes- que desencadenaban aquella reacción "lucha o vuela" eran las amenazas física que podía ser rápidamente resueltas por una acción decisiva: la huida ante un animal salvaje, por ejemplo, o la rápida búsqueda de un refugio frente a la tormenta que se avecinaba. Una vez que el peligro había sido dejado atrás, el cuerpo recuperaba pronto sus ritmos normales de funcionamiento.

Pero actualmente los acontecimientos tensionantes tienen muchas más posibilidad de ser emocionales que físicos; y son, además, mucho menos fácilmente manejables. Un hecho tensionante (o estresante, o enologismo incorporado de hecho al lenguaje moderno, y que deriva del vocablo inglés estrés, que significa precisamente tensión, opresión, apremio) puede ser cualquier suceso cotidiano que desencadena rabia o frustración, como perder las llaves del auto o encontrarse, de pronto atascado en un nudo de  tránsito en  el camino  al trabajo. Puede ser, también, una crisis importante, como un divorcio o la muerte de un  ser querido. Pero el  acontecimiento  en sí no es tan grave para la salud como la reacción que provoca.  Si una persona aprende a enfrentar esos hechos de manera positiva -aceptando inevitabilidad de llegar tarde, por ejemplo, o llorando bien a sus muertos-, el cuerpo recupera bien su equilibrio. Pero si el problema sigue sin resolverse la reacción de supervivencia  puede  resistir, provocando ansiedad, tensión, sensación de desamparo y depresión. Es decir, estrés. Son estas respuestas las que llevan a los desordenes vinculadas con la tensión.

PERSONALIDAD Y ENFERMEDAD


Lawrence Schlesinger Kubie

Neurólogo y psicoterapeuta estadounidense mejor conocido por su trabajo en la hipnosis.
Según él, la hipnosis no es razón de la sugestionabilidad, ella es la causa.
Desde 1944 , con Sydney G. Margolin , destacó que la introducción del proceso hipnótico depende de una sutil interacción entre los procesos psicofisiológicos y procesos psicodinámicos.

Las enfermedades psicosomáticas son bastante comunes. Los  profesionales informan que entre la mitad y las tres cuartas  partes de los pacientes que visitan sus consultorios de quejan de síntomas que están claramente relacionados con la tensión. Por lo general, la persona que sufre una dolencia psicosomática no es consciente de su conexión con una emoción reprimida.  Un hombre cuya seguridad en el trabajo se encuentre amenazada, por ejemplo, probablemente no comprenda que ese fuerte dolor de espalda es una respuesta psicológica directa a su temor de ser despedido.

Una enfermedad psicosomática común es el síndrome del colon irritable, dolencia que aflige a millones de personas y  para la cual no se encuentran causas orgánica algunas. Aunque los síntomas -que influyen dolores abdominales y diarreas o  constipación- sean reales, no aparece daño físico en el colon y la alteración nunca llega a amenazar la vida. Las emociones  estresantes se presentan como la causa principal. En esta dolencia, los ataques aparecen a menudo después de algún acontecimiento típicamente productor de tensiones, como la discusión con un  amigo o un revés financiero. La preocupación por un ataque también puede provocarlos.

Psicofisiológicamente está disminuyendo los estímulos aferentes que induce el estado hipnótico: la relativa inmovilidad reduce automáticamente las variaciones de amplitud y frecuencia de todos cinestésica aferente de miembro y todas las adaptaciones posturales antigravedad. La fijación de los ojos en un punto, o el cierre, reduce aferentes debido a los movimientos extraoculares. La inmovilización de la cabeza y el cuello reduce aferentes vestibulares ...

Otra dolencia psicosomática es le dolor de cabeza originado en las tensiones: un dolor sordo, permanente; o una sensación de presión a ambos lados de la cabeza que puede durar horas, semanas, hasta meses. Por lo general, ningún otro síntoma físico acompaña esos dolores de cabeza, salvo un cuello endurecido o una mandíbula cerrada con los dientes apretados. Se piensa que la tensión -o estrés- es la causa de la mayoría de estos dolores de cabeza.

Uno de los aspectos de las enfermedades psicosomáticas que ha despertado interés en los círculos médicos es la idea de que ciertas personalidades tipo están predispuestas para determinadas dolencias. Se iniciaron así estudios sistemáticos  que vienen investigando la relación entre personalidad y enfermedad. Algunos estudiosos consideran que se están logrando resultados. Incluso ya en 1953, el doctor Lawreance S. Kubie, del Instituto Psicoanalítico de Nueva York, examinó a pacientes que sufrían  de migrañas, colitis  ulcerosas  y dolencias cardíacas, pero no encontró relación clara con determinadas personalidades tipo. "Quedé muy impresionado por las diferencias, que son por lo menos tan notables como semejantes", concluyó.

Con todo, algunas comprobaciones parecen vincular efectivamente personalidad con  enfermedad. La gente que  sufre el síndrome de colon irritable, por ejemplo, es al mismo tiempo tensa, ansiosa, emocionalmente impredecible, generalmente atareada y -a menudo- apresurada. Pero lo que resulta más interesante todavía es que las víctimas de esta enfermedad pueden   dividirse más aún, y siempre según diferentes tipos de personalidad: los que fundamentalmente sufren de constipación tienden a responder a las dificultades con actitudes defensivas que llegan a los ataques de ira; los que padecen de diarrea reaccionarán ante situaciones similares con -probablemente-  sentimientos de desamparo y desesperanza.

En años recientes, y para explorar mejor la conexión mente-cuerpo y sus efectos sobre la salud, los investigadores médicos y los científicos sociales han unido sus esfuerzos en un nuevo campo de estudios que denominaron psicoinmunología,  o PNI. La investigación en PIN se concentra en las sutiles conexiones entre el cerebro y el sistema inmune; este último, un término que agrupa a todas las partes y funciones del cuerpo que se ocupan de rechazar a los organismos invasores.

Hasta mediados de la década de 1970, los científicos tenían la impresión de que el sistema inmune funcionaba independientemente del cerebro y, por cierto, también de las emociones. Fue entonces -en 1874- cuando apareció un revelador estudio del psicólogo Robert Ader, de la Universidad de Rochester, Estados Unidos.

Originalmente, el estudio había sido concebido como un simple experimento que exploraba la aversión a los sabores. Ader les había dado, a ratas de laboratorio, una solución de  sacarina para beber; inmediatamente después las inyectó con ciclofosfamida, una droga conocida por lo fuertes dolores de  estómago que provoca. Después de una sola inyección, la mayor parte de las ratas ya había aprendido a asociar el gusto dulce de la solución de sacarina con los desagradables retorcijones estomacales; en consecuencia, rechazaban la sacarina. Después cuando se las obligó a tomar dosis adicionales de sacarina -aun sin  inyecciones de  ciclofosfamida- reaccionaron con nauseas y hasta algunas murieron.

Examinando más cuidadosamente la droga, Ader pudo establecer que la ciclofosfamida, además de inducir el malestar estomacal, es capaz de suprimir el sistema inmune, lo cual podía haber producido las enfermedades de las ratas. Pero, ¿era   posible  que  unas pocas  dosis -una sola inclusive- dejaran a  los animales tan vulnerables a la enfermedad? Ader lo dudaba.

El investigador se preguntó entonces si no estaría sucediendo algo más:  tal vez las ratas hubieran sido condicionadas no sólo para sentir dolor después de tomar la sacarina, sino también para suprimir su sistema inmune.  Trabajando con el inmunólogo Nicholas Cohen de su misma universidad, Ader intentó poner a prueba esa hipótesis repitiendo el experimento con tres nuevos grupos de ratas, utilizando dos grupos como control. Descubrió entonces que su presunción era correcta: una vez condicionadas como antes, las ratas alimentadas a sacarina siguieron reduciendo sus defensas inmunológicas y así debilitando su resistencia a la enfermedad, aunque no se le administrara inmunosupresor alguno. En otras palabras: parecía  que -al menos en ratas de laboratorio- la mente ejercía influencia sobre la susceptibilidad del cuerpo a las enfermedades.

¿COMO FUNCIONA LA INMUNIDAD?

El estudio de Ader inició el hoy creciente campo de las investigaciones  en PNI y -con ellas- una  mayor  comprensión del sistema inmune. A diferencia de lo que sucede en el sistema cardiovascular con su corazón y sus vasos sanguíneos claramente interconectados; o en el sistema nervioso con el cerebro, la médula espinal y los nervios, las funciones del sistema inmune se cumplen, ante todo, a través de una gran variedad de células y moléculas distribuidas por todo el cuerpo. Las más comunes son los glóbulos blancos, o linfocitos, que patrullan el torrente sanguíneo buscando los intrusos conocidos como antígenos.  Cuando se encuentran uno -una bacteria, por ejemplo-, se adhiere a él y liberan anticuerpos que tratan de destruir al invasor desde dentro. Otras importantes células sanguíneas que  conforman el arsenal del  sistema inmune  son los macrofágos, grandes células carroñeras que llegan después de los linfocitos para "devorar" a los antígenos ya debilitados, y  las  "células  asesinas  naturales" -o natural killers, NK-, especializadas en las luchas contra virus y tumores.

A veces, el sistema inmune reacciona excesivamente a un antígeno, produciendo la tan común reacción alérgica. La fiebre del heno, por ejemplo, aparece cuando el sistema inmune envía demasiadas tropas para responder a la inocua presencia del polen de la ambrosía.  En otras ocasiones, el sistema inmune puede perder el rumbo y empezar a atacar a células sanas: el resultado es una enfermedad autoinmune, como la artritis reumática, la anemia perniciosa o el lupus eritematoso sistémico, un desorden que ataca generalmente a mujeres jóvenes y es capaz -en sus formas extremas-  de  producir  alteraciones mentales, perturbaciones renales e incluso la muerte.

Más comúnmente, sin embargo, el sistema inmune simplemente queda suprimido -como sucedió en el caso de las ratas de Ader  -, abriendo el camino a los virus, las bacterias y otras toxinas que invaden el cuerpo hasta apoderarse de él. Si el sistema inmune permanece suprimido y no defiende su terreno, el resultado puede ser la muerte.  La gente que padece SIDA -es decir, síndrome de inmunodeficiencia adquirida- tiene su sistema inmune tan debilitado que su cuerpo, finalmente, es pasto  de cualquier infección oportunista o el mismo cáncer.

No se sabe exactamente por qué el sistema inmune llega a sufrir esas perturbaciones; pero es casi seguro que el cerebro  tiene algo que ver en ello. Un estudio realizado a fines de la década de 1970 por la neuróloga Karen Bolloch -quien actualmente trabaja en la Universidad de California, en San Diego- revelo la existencia de directas vías de comunicación neurológicas entre  el cerebro y el sistema  inmune. Otros trabajos posteriores  demostraron  que  ambos  sistemas, aparentemente "conversan": el cerebro envía mensajes químicos hacia el sistema inmune, que parecen influir la actividad de los linfocitos; el sistema inmune, por su parte, responde con sus propios mensajes químicos que llegan al área del cerebro denominada hipotálamo, un sector muy vinculado con las emociones, que responde a ellas y regula sus efectos físicos.

Teniendo en cuenta este sistema de comunicación a dos puntas, parece razonable -como piensan actualmente los investigadores de la PNI- que las mismas emociones que afectan al hipotálamo pueden afectar también al sistema inmune. Algunos estudios han demostrado que la tensión crónica determina que el cerebro libere hacia el resto del organismo una legión de hormonas que son potentes inhibidoras del sistema inmune.  Estas sustancias químicas suprimen el sistema reduciendo el número de linfocitos, macrófagos y células NK que circulan por el cuerpo.

Esto puede explicar por qué aparecen tasas más elevadas de infecciones, cáncer, artritis y muchas otras dolencias después de haber perdido un cónyuge.  En un estudio realizado en  Australia en 1975 sobre los efectos del duelo por un ser querido, el doctor R.W. Bartrop y sus colaboradores compararon muestras de sangre de personas que se encontraban en pleno duelo por su cónyuge con muestras de otras personas que no atravesaban en difícil trance. Frecuentemente, la sangre de los recientes viudos mostraban niveles de actividad de linfocitos  mucho más bajos que los del grupo testigo.

Los factores emocionales parecen reducir también la producción de células NK -las especializadas en la lucha contra los tumores- en mujeres con cáncer de mama.  En un estudio sobre cáncer de pecho, iniciado en 1981 por Sandra Levy, psicóloga del Instituto del Cáncer de Pittsburgh, Estados Unidos,  se encontró que la baja actividad de esas células NK estaba  "asociada significativamente" con el crecimiento del cáncer. Levy llegó a la conclusión de que más de la mitad de los cambios en los niveles de NK eran el resultado de factores psicológicos, que iban desde cómo la paciente enfrentaba la tensión producida por la enfermedad hasta si se sentía o no apoyada por familiares y amigos.

El encontrarse bajo cualquier tipo de tensión puede debilitar el sistema inmune. Pero la actitud del individuo frente a esa tensión podrá determinar, también, si el sistema se derrumba o no.  La gente que permanentemente siente que su vida escapa a su  propio control  encuentra más  dificultades para vencer una enfermedad de los que tienen una actitud positiva y esperanzada.
En un estudio publicado en 1971 por investigadores del Centro Médico de la Universidad de Rochester, 68 mujeres que habían sido sometidas a biopsias ante la sospecha cánceres cervicales -pero que todavía no conocían los resultados del análisis- fueron entrevistadas para determinar su grado de esperanza o  desesperanza  ante el  problema. Finalmente, 28 de  ellas resultaron tener cáncer y 40 demostraron estar sanas.

Basándose  solamente  en las  entrevistas, los investigadores predijeron correctamente el cáncer en 19 de las mujeres que efectivamente resultaron tener la enfermedad (una tasa de aciertos del 68 por ciento) y pronunciaron resultados negativos para 31 de las 40 que demostraron estar sanas (una aproximación del 77 por ciento). Los resultados mostraron que las mujeres que hablaron más positivamente de sus vidas fueron, precisamente, las que tenían menos posibilidades de sufrir cáncer.

La sensación de impotencia y desamparo puede llegar a convertirse en una respuesta adquirida, según afirma Martín Seligman -psicólogo investigador de la Universidad de Pennsylvania- quien comenzó a estudiar el fenómeno en 1967.  Sin ofrecerles posibilidades de escapar, se les dieron repetidas descargas  eléctricas a ratas  de laboratorio  hasta el punto de que, una vez que se les presentó una salida, los animales ya  estaban tan indiferentes que no aprovecharon la oportunidad. También los seres humanos pueden resultar tan condicionados por repetidas situaciones pesimistas que desperdician las posibilidades de mejorar sus vidas.

El encontrarse sin un fuerte apoyo de amigo y parientes puede ser nocivo, también, para el sistema inmune.  En uno de los mayores estudios realizados sobre el efecto de la soledad en las tasas de muertes, los investigadores encontraron que las personas que contaban con menos relaciones íntimas tenían tres  veces  más  posibilidades  de morir  prematuramente que otros de su misma edad y sexo.  De hecho, algunos científicos mencionan actualmente al aislamiento social como "un importan te factor de riesgo" frente a la muerte, tal vez tan importan te como la amenaza representada por el consumo de tabaco.

La historia de Roseto, en el estado de Pennsylvania, una pequeña ciudad de menos de 2.000 habitantes casi todos dedica dos a la explotación de las canteras de pizarra, sirve para ilustrar el importantísimo efecto que las interacciones sociales pueden tener sobre la salud.  Hace algunos años, un grupo de hepidemiólogos visitó Roseto para descubrir el secreto que escondía detrás de una bajísima tasa de mortalidad por enfermedad coronaria.  Esperando encontrarse con una población de  ejemplares  hábitos higiénicos, los  investigadores  quedaron sorprendidos  al hallar justamente lo contrario: la gente de Roseto tenía los mismos deplorables hábitos que los integrantes de otras comunidades. Fumaban demasiado, comían demasiado; no hacían deportes fuera de su trabajo.  ¿A qué se debía,  entonces, la baja tasa de mortalidad?

Aparentemente, la razón estaba en el fuerte sentimiento comunitario que se respiraba en toda la ciudad: en Roseto, las familias se conocían y se preocupaban unas de otras; compartían sus triunfos y sus angustias; sus alegrías y sus tristezas. Todo el mundo estaba siempre disponible para ayudar cuando lo necesitaran; o al menos; para escuchar comprensivamente cuando el otro necesitaba hablar.

Las investigaciones posteriores mostraron que cuando la gente de Roseto se mudaba a otra ciudad y perdía el apoyo de amigos y parientes, la tasa de ataques cardíacos crecía entre  ellos hasta alcanzar finalmente los niveles nacionales de toda la población norteamericana. El apoyo social, evidentemente, era para la gente de Roseto más importante que cualquier otro factor para prevenir enfermedades cardíacas.

Reconociendo la importancia de un ambiente protector, muchos médicos aconsejan ahora a sus pacientes que padecen enfermedades realmente serias para que se acerquen a otros enfermos  que enfrenten  situaciones  similares. Los grupos así  formados logran vencer el aislamiento que otros siguen sintiendo todavía, y estimulan el desarrollo de actitudes positivas. Desde 1982, por  ejemplo, grupos de  enfermos  de cáncer vienen reuniéndose en forma regular en una casa de madera en Santa Mónica, California, que es sede de una institución conocida como Wellnes Community -algo así como "La comunidad para sentirse bien"-, y a la cual sus integrantes se refieren cuando dicen "mi gran familia". Los miembros de este grupo comparten la historia  de sus vidas  y de sus enfermedad; intercambian sugerencias sobre cómo soportar los tratamientos de quimioterapia y radiación, y -lo que tal vez sea más importante- se enseñan unos a otros a reír y a encontrar esperanzas para el futuro. Una de las actividades permanentes y más populares del grupo es la "Fiesta del Chiste", en la que todos los miembros cuentan historias divertidas -incluyendo algunas fuertes sobre el cáncer- con gran deleite de los demás.

Llevando la idea de esta terapia grupal un poco más adelante Louise L. Hay -también de Santa Mónica, California- aparece como uno de los nuevos líderes en este campo.  Su historia incluye una violación en la infancia, una traumática ruptura matrimonial y una terrible pero exitosa lucha contra el cáncer. Además de recomendar la participación en grupos de apoyo a todos los que padecen devastadoras enfermedades como ésta, Louise Hay promueve incansablemente una actitud de amor y la adopción de formas de pensamientos afirmativos como el  camino hacia la salud y la defensa contra toda forma de enfermedad. "Los pensamientos que nos brotan de la mente y las palabras que nos salen de la boca hacen nuestra experiencia de vida, incluida nuestra enfermedad -sostiene-; libérate de la tiranía de la necesidad y tu enfermedad podrá desaparecer".

Ya son muchos los  que atienden  los consejos  de Louise Hay; su libro Heal Your Body (Cura tu cuerpo, -que haca se conoce como "Usted puede sanar su vida"-), que ofrece pensamientos positivos contra centenares de dolencias, desde el acné y los retorcijones intestinales hasta el glaucoma, la frigidez, los hongos, la incontinencia y las verrugas, ha vendido más de 400.000 ejemplares en diez idiomas.  En 1985 Hay empezó a trabajar con un grupo de apoyo para enfermos de SIDA y sus familias, brindándoles esperanza, devolviéndoles la autoestima e insistiendo en que "el amor es el más poderoso estimulante   para sistema inmune".

Para el cuerpo médico en general, Louise Hay es una figura discutible.  Muchos profesionales coinciden que el tipo de consejos que esta mujer brinda puede servir para levantar el espíritu de muchos pacientes que no habían encontrado hasta el momento  alguna  esperanza sólida  de qué  aferrarse. Pero otros especialistas insisten en que la afirmación que Hay hace en su libro -la falta de amor o de autoestima podrían llevar al SIDA- es por lo menos rebuscada y, en definitiva, ridícula.

Como médico -sostiene el doctor Michael Gottlieb, el especialista en SIDA que fue el primero en ubicar la enfermedad como un nuevo y amenazador síndrome-, pienso que el amor, junto con una actitud de perdón y de aceptar la enfermo con su enfermedad, pueden ser importante componente en el proceso de curación; pero no es posible ignorar que el SIDA es una enfermedad  virósica, provocada  por  un virus  y no por  falta de  amor".

Los profesionales de la medicina critican también un aspecto negativo en la  noción de que el  individuo es  el único responsable -a través de sus pensamientos y palabras- del estado de su salud.  El doctor Peter Wolfe, un profesor adjunto de Clínica médica en la Universidad de California en Los Angeles, quien también atiende a enfermos de SIDA, puntualiza: "Resulta por lo menos descuidado llevar a la gente enferma a culparse a sí misma por su enfermedad.  No pienso que eso resulte saludable".

Louise Hay admite que su prédica no tiene una base científica y -cuando  se le pregunta  concretamente- responde que el "restablecimiento" del que ella habla se produce en varios  niveles, tanto psicológicos como físicos, y no necesariamente equivale a una "curación". Aunque varios de los enfermos de  SIDA que concurrían a sus sesiones murieron por causa de la enfermedad, otros sostienen que llegaron a vencer totalmente  al terrible virus. La mayor parte de los médicos especialistas atribuyen estos casos a remisiones a largo plazo, o resultados positivos erróneos en los primeros test.

La búsqueda de cálidas y protectoras relaciones de amistad es sólo uno de los caminos a través de los cuales los pacientes de cáncer o de SIDA están aprendiendo a modificar positivamente su actitud, si no su sistema inmune. Otras técnicas incluyen métodos más solitarios, que se centran en la utilización del cerebro para lograr el control del cuerpo.

Una de estas técnicas es la retroalimentación biológica, o bioffedback, que se basa en la relajación y ayuda a los pacientes a aprender a controlar ciertos fenómenos fisiológicos  involuntarios como los latidos del corazón, la presión sanguínea, las ondas cerebrales y la temperatura del cuerpo. Esta  técnica ha resultado muy eficaz para que alguna gente lograra  superar numerosas dolencias, como migrañas, hipertensión, ritmo cardíaco irregular e incluso epilepsias moderadas.

La retroalimentación biológica se realiza con la ayuda de máquinas especialmente diseñadas, que reúnen información de las funciones biológicas del paciente y que a la vez le devuelven esa información -lo "retroalimenta"- en alguna forma visible o audible.  La tensión muscular, por ejemplo, puede ser  señalada por una luz  titilante o por el  sonido de un zumbador.  Los pacientes aprenden, ante todo, a identificar la señal; después, por el camino de la prueba y el error, llegan a poder controlar las funciones que desencadenaron aquella señal. La constante retroalimentación que reciben les va permitiendo saber cuándo han logrado controlar sus propias funciones biológicas.  Una vez que llegaron a dominar todo esto -bajo atenta supervisión, desde luego-, aprenden la tarea más difícil: usar las técnicas reguladoras recién adquiridas en situaciones de la vida cotidiana.

La retroalimentación biológica puede brindar algunas informaciones sorprendentes sobre el origen de las tensiones. La mayor parte de los pacientes se deslumbran cuando se enteran, por ejemplo, de lo extremadamente variable que es su ritmo cardíaco. Al principio, cuando siguen su trazo en un electrocardiograma, tienden a  pensar que  ese ritmo  es azaroso. Después  comprenden  que el  corazón, en cada caso, ha estado respondiendo hasta a los menores movimientos del cuerpo.

El respirar  profundamente o  sentarse bien erguido, por ejemplo, retarda el ritmo del corazón; inspiraciones o espiraciones rápidas y poco profundas, en cambio, o el adoptar una postura descuidada al sentarse, son causas de aceleración en los latidos.  Pronto los pacientes empiezan a descubrir, también, que sus mismos pensamientos pueden modificar el trabajo de su corazón. Si uno recuerda unas agradables vacaciones, el músculo cardíaco desacelera su latir, si se evoca una experiencia tensionante -el plazo final para la entrega de una trabajo, o la discusión con un amigo- el corazón empieza a bombear más rápido.

LAS LUCHAS CONTRA EL STRESS

Finalmente, a medida que avanza el trabajo de bioffedback, los participantes van alcanzando una cada vez mayor comprensión de las relaciones entre la  mente y el cuerpo. Empiezan a comprender que si proyectan hacia el área del corazón profundos sentimientos de calidez, podrán lograr una desaceleración en sus pulsaciones; inversamente, si envían sensaciones frías  y rígidas, el corazón  acelerará  sus latidos. Una  vez alcanzada esta comprensión, los pacientes estarán listos para usar la técnica fuera del laboratorio y habrán aprendido a controlar la forma en que sus cuerpos reaccionan frente a situaciones tensionantes.

Los expertos señalan que para que este entrenamiento en el bioffedback tenga realmente éxito, es necesario que sea realizado en un habiente sereno y bajo el cuidado de un instructor capacitado, quien en todo momento ofrecerá su apoyo y las correcciones necesarias. Sólo en ese ambiente libre de tensiones -subrayan los especialistas-, puede aprenderse a responder a las situaciones estresantes.  Una vez que el proceso ha sido dominado, los pacientes estarán en condiciones de relajar totalmente sus cuerpos.

En este aspecto, el bioffedback tiene mucho en común con el Yoga y  otras formas  tradicionales  de meditación venidas del Oriente y ya comentadas en este libro.  En la meditación, la atención del sujeto se dirige también hacia adentro: a veces sobre una palabra determinada, conocida como mantra; a veces sobre el ritmo de la respiración.  Aquí, tanto el cuerpo como la mente se desentienden de los estímulos exteriores.

La clave del éxito  es la misma en la meditación que en la retroalimentación biológica: desprenderse de la ansiedad, de las tensiones, de los pensamientos negativos que se agolpan en la vida cotidiana. Por último, la mente se deja conducir hasta un suave estado de trance -llamado a veces el estado alfa-, en el que las ondas cerebrales, medidas por el electroencefalógrafo, descienden a una frecuencia de entre ocho y doce ciclos por segundo.

La meditación brinda al cuerpo numerosos beneficios físicos. Puede reducir la presión sanguínea, la frecuencia del pulso y los niveles de hormonas tensionantes en la sangre. Puede elevarse, también, el umbral de dolor de cuerpo.  Algunos investigadores están explorando otros posibles usos de la meditación y de las técnicas de relajación, que estarían en condiciones de ayudar a reducir la dependencia de los diabéticos con respecto a la insulina, o a elevar la presencia en la sangre de las importantes células del sistema inmune.

Otras técnicas de relajación vienen resultando también beneficiosas para anular o reducir dañinos efectos psíquicos de estrés.  Uno de los primeros métodos -llamado relajación progresiva- fue desarrollado por el psicólogo Edmund Jacobson, de la Universidad de Chicago, en la década de 1930. Después de haber observado que la mayoría de la gente no se da   cuenta de que sus músculos se contraen en los momentos de tensión, Jacobson concibió un método mediante el cual se tensan y se  relajan alternativamente  diversos  grupos de  músculos -los del brazo o los del cuello, por ejemplo- para que el paciente llegue  alcanzar una mayor conciencia de cómo siente cada  situación en  cada parte  del cuerpo. El individuo  puede aprender, después, a reconocer la tensión ya en sus primeros  momentos, y a responder a ella relajando los músculos apropiados.

Falta mucho por saber sobre  cómo funcionan  todas estas técnicas y hasta  donde son  realmente  efectivas en la lucha contra  la enfermedad. Las pruebas  encontradas  hasta ahora, sin embargo, son suficientemente convincentes para que muchos  médicos hayan  incorporado ya algunos  de esos métodos en sus trabajos de consultorio y de clínica.

En el Hospital de la Diaconisa de Nueva Inglaterra, en la ciudad de Boston -estado norteamericano de Massachusetts-, enfermos  que sufren  de muy  diversas  enfermedades, desde las  alergias hasta el SIDA, son invitados a integrarse a la clínica Mente-Cuerpo, que funciona en el mencionado Hospital. Aquí bajo la  dirección  del doctor  Herbert Benson -un cardiólogo que ha  abierto nuevos rumbos en el campo de  las técnicas de relajación-, los enfermos  reciben entrenamiento  en terapias de comportamiento como relajación, visualización, yoga, técnicas de alimentación y cambios de actitud: todas formas no convencionales, pero quizá esenciales, para hacerse cargo de la propia salud y contribuir decisivamente a su recuperación.

Una de las técnicas aquí aplicadas es la llamada "anestesia de guante": se instruye  al paciente  para  que anestesie mentalmente  una de sus manos  imaginándose -por ejemplo- que la introduce en un guante muy grueso.  Una vez que el enfermo  siente su mano dormida, se lo instruye para que transfiera la insensibilidad alcanzada al área del cuerpo que está sufriendo dolor.

Es necesario subrayar que los más respetados investigadores en este campo de las relaciones entre la mente y el cuerpo subrayan que estas terapias deben ser utilizadas junto con las técnicas médicas científicamente probadas.  El mismo doctor Benson se encarga de decirlo: "No hay sustituto mente-cuerpo para la penicilina, o para la cirugía, o para el uso de la digitalina.  No es posible reemplazar a la medicina moderna: sería un absurdo"

Algunos países ya incorporan terapias alternativas a sus sistemas de salud. Los franceses reúnen la homeopatía y la aromoterapia en sus estaciones de baños termales. El sistema alemán de salud (a cargo del Estado, como en Francia) ofrece hidroterapia, medicina de  hierbas y baños  de barro, además de la homeopatía.  (Para ser incluidas en el sistema nacional de salud de  Alemania, las  terapias "fronterizas"  deben probar únicamente que son inocuas; no es preciso demostrar su eficacia).

Esto puede resultar desconcertante para quienes han creído a pies juntillas en el poder de la ciencia médica para afinar el motor que es el cuerpo humano e incluso reemplazar sus partes gastadas. Consideremos, sin embargo, algunas estadísticas citadas por el doctor Kerr L. White, antiguo subdirector de servicios de salud de la Fundación Rockefeller. En su prólogo al libro Medicine & Culture (Medicina y Cultura -una investigación sobre los servicios de salud aparecida en 1988-), Kerr sostenía que sólo un 15 por ciento de los modernos tratamientos médicos "están apoyados por pruebas científicas objetivas que demuestran que esos métodos hacen más bien que mal.

Por otro lado, entre el 40 y el 60 por ciento de todos los métodos terapéuticos pueden ser atribuidos a los cuidados y la atención, es decir, a lo que la mayor parte de la gente llama  amor".

No hay duda de que los seres humanos son extraordinariamente complejos e interdependiente, y que unos necesitan del apoyo de otros, tanto en grupo como individualmente. Los hombres y las mujeres son capaces, también, de liberar las fuerzas interiores que los ayudarán a enfrentar -y a veces a vencer- sus enfermedades.

Quizá el método más efectivo en esta lucha sea el que unifique todas las estrategias que parezcan ser efectivas; este método, por supuesto, incluirá una compleja red de apoyos, la estrecha colaboración con un médico experimentado y la firme voluntad de curarse. Una vez lo señaló así Albert Schweitzer,  el  laureado médico  humanista: "El médico-brujo  tiene éxito por la misma razón que lo tenemos el resto de nosotros.  Cada paciente lleva dentro suyo su propio médico, y nosotros logramos nuestro mejor trabajo cuando le damos al médico interior del enfermo la posibilidad de entrar en funciones".

LA ALTERNATIVA HOMEOPÁTICA


Cristian Federico Samuel Hahnemann nació en Meissen en Alemania, el 10 de abril de 1755 y murió en París el 2 de julio de 1843.

Desde hace casi 200 años, los pacientes en busca de una alternativa a los tratamientos médicos convencionales encuentran alivio a sus males en la homeopatía. Los homeópatas sostienen que pequeñisimas dosis de una sustancia que produce síntomas de enfermedad en una persona sana pueden curar esos sin tomas en otra persona enferma.

La homeopatía fue creada a principios del siglo XX por Samuel Hahnemann, un médico alemán cuyas curaciones le ganaron innumerables seguidores. A pesar de su creciente popularidad  (entre sus entusiastas se incluyen la reina británica Isabel II, el violinista Yehudi Menuhin y la Madre Teresa), la homeopatía sigue recibiendo las burlas de los médicos convencionales. Estos ridiculizan sobre todo uno de sus dogmas fundamentales -la "ley de potenciación"- que sostiene, a pesar de las leyes físicas conocidas, que la potencia curativa de un agente terapéutico aumenta a medida que ese agente se diluye.  De  este modo, los homeópatas tratan a sus pacientes con dosis infinitesimales, y prescriben libremente sustancias tóxicas como ponzoña de serpientes y arsénico; estos venenos llegan a encontrarse tan diluidos que, virtualmente, no pueden hallarse huellas de su presencia.

En 1986, un grupo de investigadores franceses dirigidos por el doctor Jaques Benveniste intentó demostrar la improbable ley de potenciación.  Comenzaron con una solución de agua en una antígeno  llamado anti-IgE, la  diluyeron  por diez, y así repitieron el proceso sesenta veces. La solución finalmente, había quedado tan diluida que era muy difícil, incluso, que una sola molécula de anti-IgE pudiera estar presente.

Esperar un efecto biológico era -de acuerdo con un observador- equivalente a disolver un solo grano de sal en una cuba del tamaño de todo el Sistema Solar y querer curar un jamón en esa solución. Sin embargo los investigadores sostuvieron que los glóbulos sanguíneos expuestos a ese fluido reaccionaron como si éste tuviera el anticuerpo.

La mayor parte de los científicos rechazó la explicación y algunos observadores sostuvieron que sus resultados incluían aberraciones estadísticas.
Pero los homeópatas sostienen que el estudio jamás fue totalmente refutado. Para ellos, demuestra que sus convicciones se apoyan en leyes de la física todavía no descubiertas.

LAS PALABRAS MÁGICAS


Émile Coué (1857-1926) fue un psicólogo y farmacólogo francés.
Introdujo un método conocido como la psicoterapia, que es una técnica de curación y auto-mejoría que se basa en la autosugestión de la hipnosis. Se le conoce como el padre del condicionamiento aplicado.

El primer popularizador moderno de las técnicas que preconizan la curación del cuerpo por el poder de la mente fue el francés Emile Coué, quien creó un método para curarse a si  mismo al que llamó autosugestión. Nacido en 1857, Coué descubrió los poderes curativos de la mente mientras estudiaba farmacia. A un paciente que sufría "una enfermedad extremadamente resistente" le dio un remedio común, fabricado en serie, y -para su sorpresa- el enfermo se recuperó de inmediato.  Buscando la causa de esa cura casi milagrosa analizó el medicamento: resultó ser nada más que un compuesto inocuo, un placebo. Comprendió en ese momento que la fe del enfermo en el medicamento y en quien se lo había administrado era la verdadera causa de la curación.

Coué prosiguió sus estudios con A.A. Liebeault, que usaba la hipnosis para combatir una amplia gama de enfermedades. El inquieto estudiante concluyó que el verdadero poder de curación residía en el paciente, no en el hipnotizador. El sistema de Coué era notablemente simple. Les decía a sus pacientes que repitieran una misma frase varias veces por día, eso los iba a colocar en un estado de conciencia positivo y favorable a la salud. Les daba varias frases a elegir; ésta es la que más se difundió: "Cada día, de distinta manera, me voy poniendo cada vez mejor".

La autosugestión de Coué pasó a ser pronto una manía mundial. Sus pacientes sostenían que el método los curaba de todo,  desde el asma  hasta el  apendicitis. En 1926 -año de la muerte de Coué- centenares de miles de personas se levantaban todas las mañanas y se acotaban a la noche con alguna de sus esperanzadas frases en los labios.

RECETA DE AMOR Y MILAGROS


El doctor Bernard Siegel -un prestigio cirujano del estado de Connecticut, especialista en cáncer- había llegado a considerar a sus pacientes "como máquinas que tenía que reparar".  Desencantado, afirmó que hasta prefería convertirse en un  veterinario "porque  los  veterinarios, al  menos, pueden abrazar a sus pacientes". En 1978 fundó  un grupo  de terapia que llamó ECAP -por Exceptional Cáncer Patients, o sea "Pacientes excepcionales de cáncer"-.  Les pedía a los integrantes de este grupo que  participaran decisivamente  en sus propias curaciones formulando preguntas, volcando sus emociones y reuniendo sentimientos positivos. El mismo Siegel quedó sorprendido con los resultados.  

Tal como lo relata en su obra Love, Medicine & Miracles (Amor, medicina y milagros), que fue best-seller en 1986, "gente cuyo estado había permanecido estable  o se había venido deteriorando durante largo tiempo comenzó de pronto a mejorar delante de mis ojos". Estas remisiones espontáneas aparentemente inexplicables son vistas, por lo general, como anomalía médicas. Pero a Siegel le señalaron la presencia de una ligazón fundamental entre la salud del cuerpo y la actitud de la mente.  

Los críticos sostienen que los métodos del cirujano transfieren una responsabilidad demasiado pesada a los enfermos; pero este insiste que contra la enfermedad "la actitud que se adopte resulta decisiva".

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